Romário en el FC Barcelona protagonizó 16 meses de pura magia, goles e intensa relación extradeportiva, con la consecución del Mundial de 1994 de por medio. Un jugador superlativo capaz de regalarnos el regate de «cola de vaca» en un Clásico, filigranas dignas de un «jugador de dibujos animados» (definido así por Jorge Valdano), y ser de los pocos jugadores que cumplen con sus promesas, por surrealistas que parezcan.
Nadie en la historia del fútbol ha podido destronar al verdadero rey del área, el delantero que destrozaba la cintura de los defensas en tan solo un metro cuadrado por delante, el primer gran brasileño de la historia del Futbol Club Barcelona. «¿Delantero? Nunca en la historia habrá uno mejor. Quedaré yo para el resto de la eternidad».
Su fichaje fue cualificado por Johan Cruyff de «indispensable» para conseguir el máximo nivel de su Dream Team, además de pasar página al rendimiento del último cuarto extranjero, Richard Witschge. “A veces le maldecías largo rato porque no quería la pelota”, explica Josep Guardiola. “Tocabas y tocabas y el semáforo estaba en rojo, hasta que Romário ladeaba y, en un momento, estaba verde para recibir y tirar; y ahí no podías fallar”. La mejor expresión de aquel Barça de Romário fue el 4-1 que le endosó al Dinamo de Kiev el septiembre de 1993, después de generar un remate a portería cada tres minutos, y la peor se dio en la final de Atenas 1994, el fin del Dream Team de Cruyff.
El interés
Después de que el club barcelonés consiguiera ganar su primera Copa de Europa la temporada 1991-1992, el equipo sufrió una dolorosa eliminación ante el CSKA de Moscú en los cuartos de final del torneo continental de la 1992-1993. El equipo seguía siendo uno de los mejores del mundo, pero faltaba una alternativa en ataque, carecían de un 9 puro.
“Nunca había visto un futbolista igual a Romário”, recuerda Carles Rexach, segundo entrenador de la era del Dream Team. “Naturalmente que me impresionó Johan Cruyff cuando debutó contra el Granada en 1973. La diferencia es que ya sabía cómo volaba desde su explosión en el Ajax; y yo ya había jugado con Johan. También conocía a un genio que me entusiasmaba como George Best; rápido, regateador, hábil y un enfant terrible. He visto a algunas figuras”, añade el mismo Charly que en su día instó al Barça a fichar a Leo Messi cuando el padre del 10 amenazaba con regresar a Rosario porque ningún directivo se quería responsabilizar de fichaje del 10. “Nadie, sin embargo, me asombró tanto como en su día Romario”, afirma Rexach.
“El PSV Eindhoven jugaba un amistoso mientras nosotros estábamos de pretemporada con el Barça”, recuerda, “y me sorprendió la rapidez, el cambio de ritmo, la facilidad que tenía para meter goles aquel delantero de Brasil. Tal fue su recital que recuerdo haber dicho a Johan: “Si le tuviéramos nosotros, lo ganaríamos todo’. Aquel tipo pasaba de 0 a 100 en solamente cuatro o cinco metros; no lo había visto en ningún velocista, ni siquiera en el mismo Cruyff. Y, claro, fichamos a Romário”. Johan Cruyff sabía bien de quién se trataba porque conocía como nadie el fútbol de Holanda.
La negociación
Antes de su llegada a tierras catalanas y firmar el contrato, el delantero brasileño viajó en un vuelo secreto de Río de Janeiro, lugar donde veraneaba, hasta Milán, donde se entrevistó con su agente Giovanni Branchini para perfilar la reunión con Joan Gaspart, vicepresidente del FC Barcelona por aquel entonces.
Posteriormente, acompañado del directivo barcelonista Amador Bernabéu, Romário se desplazó en un avión privado hasta el aeropuerto de Girona, y de ahí hasta la residencia del vicepresidente azulgrana en Sant Vicenç de Montalt (Mundo Deportivo erró en la portada e indicó Llavaneres), donde pasó la noche y se llegó al acuerdo entre ambas partes. «¿Cuántos goles marcarás?», se le demandó ese mismo día, «treinta», respondió. ¿Y el Barça, ganará la Liga?», se le preguntó acto seguido, «prometo 30 goles porque los goles dependen de mí, pero no sé si alcanzarán para ganar la Liga, porque el título es cosa del equipo». Palabras proféticas.
“De tener a todas las cámaras de televisión y los fotógrafos en la puerta de casa a poder charlar tranquilamente mientras cenábamos, hay una diferencia de 100 millones de pesetas que se ha ahorrado el club”, afirmó Gaspart. Curiosamente, el primer acto de Romário como nuevo jugador azulgrana, tras el acuerdo verbal entre ambas partes un 17 de julio de 1993, fue asistir a una ceremonia religiosa antes de las ocho de la tarde, junto a Gaspart y su señora. El párroco, Miquel Arenas, también bendijo al jugador, «me gusta que haya querido venir a misa, eso dice mucho de él». Posteriormente, ahora sí, se dirigieron a Llavaneres, donde el brasileño compró una muñeca para su hija (llegaría la siguiente semana a la Ciudad Condal), y asistiría a una Trobada de Gegants, convirtiéndose en el protagonista involuntario de aquella fiesta popular catalana. La jornada se cerró en un restaurante de la misma localidad del Maresme. «No es normal que un vicepresidente te lleve a su casa en un fin de semana veraniego. Siempre han ido con la verdad por delante y eso es de agradecer», comentó el astro brasileño.
La presentación en el Camp Nou
Finalmente, el delantero brasileño fue citado en el Camp Nou para la revisión médica el día siguiente, jornada en la que también acabaría visitando la Monumental de Barcelona, junto a Joan Gaspart, para ver una corrida de toros, y en las oficinas de Mundo Deportivo para una de sus primeras entrevistas en suelo catalán.
La presentación y firma del contrato tendría lugar el 19 de julio, cuando el jugador se comprometió con el club azulgrana por tres años, con una temporada opcional, percibiendo unos 125 millones de pesetas por temporada, una cantidad cercana a la que cobraban los otros tres extranjeros del club en el momento de su llegada: Laudrup, Koeman y Stoichkov. El acuerdo económico con el jugador, de 27 años por aquel entonces, que a priori parecía el punto menos conflictivo de la operación, fue lo último en cerrarse a causa de la fluctuación en la paridad peseta-dólar. El dólar estaba a 120 pesetas cuando se iniciaron las negociaciones y al final del proceso superó las 130.
El club azulgrana abonó, además, 400 millones de pesetas al PSV Eindhoven, club holandés de procedencia de Romário, y un aval bancario de 115 millones de pesetas, como garantía por los cinco partidos amistosos que el equipo barcelonista deberá disputar a beneficio de la entidad holandesa la próxima temporada, el Barça obtuvo permiso para viajar y regresar el mismo día que se celebraba cada encuentro y podía hacer jugar hasta 20 jugadores. Los derechos de organización de aquellos partidos fueron adquiridos por un tercero. El acuerdo final fue ratificado verbalmente por el propio presidente azulgrana, Josep Lluís Núñez, que estuvo al corriente en todo momento de las negociaciones.
Único en el terreno de juego, fue igualmente singular en su forma de vida. Recién llegado, se le inquirió por las diferencias que había entre su hotel de Eindhoven y el de Barcelona. Y Romário respondió: «En Eindhoven, cuando corría las cortinas, cuanto tenía en la habitación, empezando por la cama, era mejor que lo que había fuera; en Barcelona, en cambio, todo lo que veo fuera me parece mucho mejor que lo que tengo dentro».
Por aquel entonces no hay que olvidar que Romário estaba oficialmente excluido de la convocatoria de las eliminatorias para el Mundial en Estados Unidos de 1994. El problema empezó cuando Zagalo, y posteriormente Carlos Alberto Parreira, supieron que el ariete se había cargado la comisión técnica, en entrevistas concedidas a la prensa brasileña, al saber que no figuraría como titular en los partidos del equipo nacional. Zagaló convocó a Romário a una reunión en la habitación del hotel, y al preguntarle si había criticado a su permanencia en el banquillo, el jugador contestó sin dudar: «Reclamé, sí. Soy el mejor de los delanteros de Brasil y no puedo estar fuera del equipo nacional. La presión de los aficionados brasileños pudo romper la negativa de Zagalo y Romário volvió al equipo.
«Nunca me habrían llamado. Se esperaba que Brasil se clasificara con facilidad, y, como me había enemistado con la comisión técnica, ellos jamás me habrían aceptado. Pero en aquel partido decisivo contra Uruguay teníamos que ganar o empatar para que Brasil se clasificara. Los entrenadores sabían que, si perdían, prácticamente tendrían que abandonar el país. Tuvieron que llamarme de vuelta. Estaba allá para enseñarles a aquellos hijos de puta de la comisión técnica que ellos tenían que haberme llamado antes. Pregúntale a cualquiera que haya estado en el Maracaná aquel día y te dirá que fue quizás el partido más impresionante que ha jugado nunca un futbolista, especialmente con la camiseta de la selección de Brasil. En una escala del 1 al 10, saqué un 11. Hice una promesa a Ricardo Rocha. Dos caños, dos vaselinas y dos goles. Al final de la primera parte, alguien gritó desde el banquillo: «¿Y los dos goles?». Le contesté: «Tranquilo, hombre. Todo a su tiempo» confesó en The Players Tribune en enero de 2022.
El debut
El socio barcelonista había descubierto a Romário en el empacho de retransmisiones futbolísticas del verano. El capricho de Johan Cruyff incluso convenció al presidente Josep Lluís Núñez, receloso y cicatero en las negociaciones del fichaje del brasileño, quizá porque temía que fuera una segunda versión de aquel paraguayo apodado Romerito que fue visto y no visto.
En su primer partido en el Camp Nou, la afición pudo palpar y comprobar de lo que es capaz Romário. Su fútbol electrizante deslumbró a la escasa parroquia barcelonista, que quizá por aquello de la recesión, le dio la espalda al Joan Gamper, tradicional acto de presentación social del Barcelona ante los suyos en agosto.
El Trofeo Joan Gamper de quel 1993 se disputó con la modalidad de un cuadrangular, en el cual se jugaban dos semifinales, el partido final y el encuentro por el tercer puesto y cuarto puesto. Los participantes fueron los clubes españoles Fútbol Club Barcelona y Club Deportivo Tenerife, el francés Girondins de Burdeos, y el croata Hajduk Split.
En el partido inaugural el Fútbol Club Barcelona derrotó 4-0 a Hajduk Split, y el Club Deportivo Tenerife venció por 3-1 al Girondins de Burdeos. A los 20 minutos Romário abrió el marcador y puso el 1-0, llegó el descanso y pocos minutos después Ronald Koeman marcó un penal que supuso el 2-0, pitado por un derribe en el área sobre Hristo Stoichkov, al gol de penalti se le sumarían dos goles de Romário el minuto 82 y el 85. El partido terminó con un 4-0, el Barcelona pasó a la final y el Hajduk Split pasó al partido por el tercer puesto contra el Girondins de Burdeos.
En el partido por el tercer y cuarto puesto, el Girondins de Burdeos de Zinedine Zidane se quedó con el tercer lugar del torneo, tras vencer a Hajduk Split 2-0. En la final, el Club Deportivo Tenerife derrotó 1-3 al Fútbol Club Barcelona y se consagró campeón por primera vez. En el minuto 79, Romário marcó un gol que supondría el 1-2. Jorge Valdano, técnico del Tenerife, con su gran dominio del lenguaje, definió el lunes al brasileño de una forma genial. «Es un jugador de dibujos animados», dijo. Y la verdad es que podría interpretar la serie de Lucky Luke. Desenfunda más rápido que su sombra y puede ser el tirador de élite de un Barça que todavía no había cogido su velocidad de crucero.
Pero la hora de la verdad llegó el 5 de septiembre, ante la Real Sociedad en el Camp Nou. Romário da Souza Faria aguardaba en el viejo túnel de vestuarios del Camp Nou su estreno oficial con el FC Barcelona. Zubizarreta, el portero al que Romário llamaba de usted, siempre atento y protector, le buscó y le encontró. Como siempre, estaba el último en la fila, camino del campo, para enfrentarse a la Real Sociedad el 5 de septiembre de 1993 en el primer partido de la Liga. Se acercó el veterano al debutante para hablarle de Alberto, el guardameta rival.
«Va bien en el uno contra uno. Le gusta salir. Es así y asá», le explicó tratando de prevenirle. Romário, le miró y le preguntó desafiante: «¿Me va a enseñar usted a meter goles?». Aquella tarde metió tres.
La historia de Romário en Can Barça
Con el paso de los partidos, Romário siguió rindiendo a un gran nivel, aunque también experimentó breves bajones de rendimiento. Su mayor obstáculo fue una racha de más de ocho partidos seguidos sin ver puerta. Fue entonces cuando los aficionados y la prensa empezaron a dudar de su compromiso. El futbolista respondió a las críticas con una famosa frase en la que decía que mejor que los aficionados le juzguen al final de la temporada, «no me pidan que corra como Sergi Barjuán, que dispare como Koeman o que luche como Stoichkov. Solamente pido que se me juzgue a final de la temporada».
Por todos era sabido el gusto de Romário por la noche, algo a lo que la ciudad de Barcelona le podía satisfacer sin problema. De ahí que en el club azulgrana decidiesen atar en corto al delantero. «Si no salgo de noche, no meto goles», le espetó al detective privado que el Barça le había puesto para controlar sus pasos. «Esta ronda te la pago yo, que te va a costar un riñón la noche», le llegó a decir «O baixinho», o al menos eso cuenta la leyenda.
Romário pasó sus primeros diez meses en el Camp Nou combinando el éxito con las dudas que suscitaba su temperamento introvertido. Nadie decía nada a su favor, ni reconocía méritos en su actitud de juego a pesar de tener a su padre secuestrado. Pero sí, en cambio, se le criticó cuando se fue a Brasil de vacaciones y no regresó a tiempo para retomar los entrenamientos. Tampoco se dejó querer mucho, no por sus propios compañeros. Durante un partido, el extremo madrileño Quique Estebaranz se pegó una carrera de muerte y, al ir a centrar, no vio a Romário en el área. «Romi, corre un poco más, joder», le gritó. Romário se le acercó: «Corre tú, que para eso te pagan. Yo cobro por meter goles, no por correr».
Romário salía mucho de noche, incluso cuando estaba con su mujer, Mónica, el brasileño visitaba la discoteca Up & Down. Cuando salía solo o con Hristo Stoichkov prefería perderse por el Vallès. También se le veía por la Atlántida de Sitges y el Viva Brasil, un pub brasileño que inauguró y que conserva un video en el que aparece él abrazado a unas aficionadas, el día de la apertura del local. Solía comer en un restaurante brasileño de la Rambla Catalunya, y también acostumbraba a ir al restaurante Moncho’s.
Johan Cruyff tuvo que salir a defenderlo en más de una ocasión, nadie podía negar que era el único jugador al que el técnico holandés respetaba y dejaba pasar sus acciones de indisciplina, claro, siempre y cuando Romário marcara goles. El mejor ejemplo de aquella condescendencia llegó a pocos días de un partido ante Osasuna, cuando el jugador preguntó al técnico neerlandés si podía perderse dos días de entrenamiento para ir a Brasil al carnaval de Río de Janeiro. El mister le contestó: «Si marcas dos goles mañana, te daré dos días más de celebración en comparación con los demás jugadores de la plantilla». Al día siguiente, Romário marcó dos goles e inmediatamente pidió que le sustituyeran. Le dijo a Cruyff: «Entrenador, mi avión sale en una hora». Johan no tuvo más remedio que cumplir su promesa. «Cruyff se convirtió en uno de mis mayores amigos en el fútbol. Fue mi mejor entrenador, sin duda. Cuando me trasladé al Barcelona, yo quería el número 11, mi preferido. Pero Cruyff me dio el 10. Le dije: «Mister, es un gran honor llevar el 10, pero prefiero el 11». Todo el mundo quiere el 10, ¿verdad? ¡Por primera vez fui humilde! Y Cruyff dijo «no». Me quedé en plan: «Joder, hermano, ¡estoy renunciando al 10! ¿Por qué no?». Y él me explicó: «Porque en mi equipo el mejor siempre juega con el 10″. El tío te suelta eso… ¿Qué vas a decirle? Tenía que quedarme con el 10 para siempre».
Pero Romário no solamente estaba protegido por Cruyff, sino por su inseparable amigo Joan Gaspart, el cual le cubrió en todo momento pasara lo que pasara. “Con su mujer embarazadísima, no se le ocurrió otra cosa que irse a Río de Janeiro a jugar un torneo de fútbol playa. Ella se puso de parto en Barcelona y llamó a mi mujer. La llevamos corriendo a la clínica, tuve que explicar que yo no era el padre y llamé a Romário a Brasil. Lo coge su padre, se lo explico y me pide que espere, que va a buscarle. A los diez minutos vuelve y me cuenta que dice Romario que haga yo lo que tenga que hacer, que se fía y no se puede poner porque está en pleno partido. Se complicó el parto y hubo que hacer una cesárea de urgencia que, por ley, alguien tiene que firmar, normalmente el padre. Vuelvo a llamarle y otra vez lo mismo: ni se puso, que yo sabría lo que hacer. Así que la cesárea del bebé de Romario la firmó Joan Gaspart”, recuerda el exvicepresidente del Dream Team.
Uno de los partidos más memorables del 10 brasileño durante su primera temporada fue la victoria por 5-0 en un Clásico disputado el 8 de enero de 1994. Romário marcó un triplete y creó una auténtica obra de arte para la posterioridad. En el minuto 24 abrió el marcador arrastrando el balón sobre su propio eje por el lado del defensor Rafael Alkorta, en una jugada que sería popularmente conocida como el «regate de cola de vaca». Realizó una jugada tan fina y perfecta que se quedó en posición de remate en un mano a mano con el portero. En la segunda parte, el astro brasileño marcó su segundo gol de la noche con un fácil remate. A nueve minutos del final, Romário culminó su mágica actuación completando un triplete con un disparo imparable para el portero dentro del área. «Hace exactamente 26 años que goleaba al Real Madrid en el Camp Nou jugando con la camisa del Barcelona. ¡Qué recuerdos! El partido terminó 5-0 en un equipo entrenado por Johan Cruyff. ¡Yo solo marqué tres goles! No estaba mal para empezar el año ¿verdad?», escribió Romário en 2020 en sus perfiles en redes sociales, acompañando el texto con el vídeo de su famoso gol.
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Pese a las críticas y la presión del entorno blaugrana, Romário terminó su primera temporada en el Barcelona marcando la brillante cifra de 32 goles (30 en liga) en 47 partidos (33 de liga), tal y como prometió el primer día que llegó a Cataluña. Una impresionante media de casi un gol por partido que le permitió ganar el FIFA World Player, el trofeo Pichichi al máximo goleador de la Liga, y ayudar a su club a levantar la cuarta liga consecutiva con Cruyff en el banquillo.
Para la memoria también quedó su golazo de vaselina anotado el 3 de octubre de 1993, a pase de Laudrup. El jugador danés vio cómo el astro brasileño se desmarcaba, e hizo un pase que Romário trasformó en el 0-2 en forma de espectacular vaselina, batiendo al portero Unanua. Era el segundo gol del crack azulgrana, en un partido que se saldó con el triunfo del Barça por 2-3.
El final como jugador del Barça
Tras proclamarse campeón del mundo con la selección brasileña el verano de 1994 en Estados Unidos y ser considerado el mejor jugador de aquel torneo, comenzaron los problemas. Se rumoreaba que quería terminar su contrato con el FC Barcelona e irse a Brasil, pero en 16 meses en la capital catalana Romário nunca encontró una casa donde vivir. No hubo ninguna agencia inmobiliaria que pusiera en sus manos la casa que pedía. Romário siempre vivió en un hotel. Primero en el hotel Princesa Sofía, donde tenía dos de las mejores habitaciones. Pero, según los porteros del hotel, ni siquiera se despidió cuando decidió trasladarse al hotel Hilton.
Romário no estuvo en la presentación del equipo para la temporada 1994-1995, ni viajó con ellos durante la pretemporada. Apareció después de más de veinte días. Y mientras sus compañeros se preparaban para aspirar a su quinta liga consecutiva, desde Brasil llegaban fotos de Romário bailando samba, jugando amistosos y de fiesta, tan cansado como estaba de haber participado en el Mundial. «Me retrasé porque me emocioné con las conmemoraciones», rememoró «O baixinho» con una leve sonrisa.
Tanta indisciplina acabó por romper el aprecio que sus compañeros de equipo sentían por él. Incluso Hristo Stoichkov, su mejor amigo, criticó su actitud. Romário actuaba por su cuenta y le importaba poco la amistad. Era una bomba de relojería, y en cualquier momento podía explotar. El vestuario ya no podía ayudarle. Sus compañeros se sentían maltratados por su carácter. Pero volvió y habló con el capitán, José Mari Bakero. Se excusó por haber alargado sus vacaciones y luego se dirigió a la plantilla en general. Cruyff vio allí un gesto de humildad y mantuvo su teoría: «si marca goles, me importa poco lo que haya hecho en Brasil». Pero desapareció lo único que le mantenía vivo: ver puerta de forma constante.
Fue entonces cuando Cruyff vio claro que ya había hecho demasiadas excepciones con él y le dio luz verde para negociar su fichaje. Con su decisión, Johan estaba siendo fiel a su teoría de que en el FC Barcelona nadie es imprescindible. Ni siquiera el primer campeón del mundo que tuvo el Barcelona en su historia. Ni siquiera el jugador que una vez dijo que «el fútbol se mira con los ojos de Cruyff».
Al final, tras 19 partidos aquella temporada 1994-1995 (incluyendo el memorable 4-0 al Manchester United) y 7 goles, Romário fue vendido al Fluminense, en su Brasil natal, en enero de 1995 por una buena cantidad de dinero. Éxito en los primeros 10 meses, polémica en los restantes 6. El único jugador que fue capaz de dominar a Cruyff. Hizo que el holandés rechazara enormemente su filosofía por su don para marcar goles en casi todos los partidos. Aun así, «O baixinho» siempre será recordado como una leyenda del Barça. Por sus goles, su magia, su samba y por ese cuarto título de liga.
“Nunca había visto un futbolista igual a Romário”, recuerda Rexach, segundo de Cruyff. “Naturalmente que me impresionó Johan Cruyff cuando debutó contra el Granada en 1973. La diferencia es que ya sabía cómo volaba desde su explosión en el Ajax; y yo ya había jugado con Johan. También conocía a un genio que me entusiasmaba como George Best; rápido, regateador, hábil y un enfant terrible. He visto a algunas figuras”, añade el mismo Charly que en su día instó al Barça a fichar a Leo Messi cuando el padre del 10 amenazaba con regresar a Rosario porque ningún directivo se quería responsabilizar de fichaje del 10. “Nadie, sin embargo, me asombró tanto como en su día Romário”.
En una entrevista telemática para ‘GloboEsporte.com’ Romário aseguró que no se arrepentía de su marcha, «no, para nada». Y dio sus argumentos. «Paré de nuevo, llevaba un año y medio en el Barça, pero lo que la gente no ve es que en total eran casi siete años fuera de Europa. Y después del Mundial (de 1994) llegué a la conclusión que era el momento de regresar a Río, a Brasil, para estar cerca de mis hijos, de mis padres, mis hermanos, mis amigos, y sobre todo, de mi playa, aunque Barcelona también tiene… pero el ambiente, el clima es diferente. Decidí que valía más mi felicidad en ese momento que la cuestión financiera y creo que cumplí mi propósito».