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Robinho, auge y caída de uno de los últimos malabaristas del balón

 

Robinho tuvo una gran carrera en Europa y con la selección brasileña, siendo uno de los últimos malabaristas que los aficionados al buen fútbol pudieron disfrutar. Una bonita trayectoria que quedó manchado por su posterior bajo rendimiento y por ser declarado culpable en 2022 de violar en grupo a una joven albanesa en Italia. El jugador escapó de la justicia italiana durante años, aunque finalmente entrará en prisión en su país, donde deberá permanecer durante 9 años.

Volviendo al terreno deportivo, Robinho empezó jugando al fútbol sala en el club Beira-Mar. La entidad, ya desaparecida, dio lugar a un complejo deportivo que hoy lleva su nombre, donde dio sus primeros pasos futbolísticos. El técnico del Santos, Betinho, se fijó en él en 1994 y le hizo debutar sobre el césped con el club Associação Atlética dos Portuários. Robinho permaneció ahí poco tiempo, ya que enseguida se incorporó a la Cantera del Santos. Ya en aquella época, el ariete se ganó los elogios del propio Pelé, que por entonces estaba al frente de las categorías juveniles del Santos. Robinho fue ganando popularidad y tras lograr el título del Campeonato Brasileño Sub-17 en 2001 fue ascendido al primer equipo.

 

 

Su fama llegó en 1999, a los 15 años de edad, cuando después de los primeros elogios, fue elegido oficialmente por la leyenda brasileña Pelé como su heredero. En 2002 llevó al Santos FC a su primer título del Campeonato Brasileño desde la época de Pelé. Luego ganó un segundo título con Santos y dos más con el Real Madrid. También obtuvo el título italiano de la Serie A en su primera temporada con el AC Milan. Con la selección nacional de Brasil logró levantar la Copa América y dos veces la Copa FIFA Confederaciones, además de disputar dos ediciones de la Copa Mundial de la FIFA.

Robinho fue durante muchos años la gran promesa brasileña, presentada como la gran alternativa a Lionel Messi, especialmente por la prensa española de la época. Muchas expectativas y gran peso mediático para un jugador explosivo y espectacular en el uno contra uno, un verdadero malabarista del balón.

 

 

Las actuaciones de Robinho mantuvieron a los críticos brasileños asombrados durante años, ya que dominó la tabla de goleadores, y los titulares, con exhibiciones en la Serie A brasileña de total atrevimiento y una pizca de desafío que lo hacía un jugador único.»O Rei das Pedalas», satisfecho de haber dado lo mejor de sí mismo a las órdenes de Émerson Leão y Vanderlei Luxemburgo, quería emigrar a Europa, donde el Real Madrid le esperaba con los brazos abiertos.

 

 

En el Santos tenía a su familia inmediata a su alrededor, algo que a menudo se ha citado como su talón de Aquiles, pero también contaba con la familiaridad y la amistad de sus compañeros de equipo. Se sentía cómodo a bordo del equipo al que los aficionados apodaban comúnmente Santástico, y eso se reflejaba en su forma de jugar. Combinando un juego de pies vistoso con un remate fenomenal, estaba arrasando en el Paulistão y en la Série A del Brasileiro con increíbles proezas con el balón en los pies, y se estaba ganando todo tipo de admiradores por la forma en que conseguía sacar lo mejor de sus raíces en el futsal sin comprometer la profesionalidad que se esperaba de él.

 

 

Como un niño en el patio de recreo, el delgado y siempre sonriente extremo pasaba las horas disfrutando al máximo y, sin duda, no habría querido que su dominio terminase. Tras haber desempeñado un papel importantísimo en la conquista del primer título de liga del Santos en 18 años, sus goles, sus pases de gol y su confianza crecían día a día, y con todo merecimiento. La temporada siguiente, incluso con el drama del secuestro de su madre, Robinho se mantuvo firme y conquistó otra medalla de campeón, con 21 goles en 37 partidos.

Sin embargo, a pesar de su éxito nacional, existía la inquietante intuición de que Robinho necesitaba alejarse de la arena, la samba y el ritmo acompasado de su tierra natal; tenía que demostrar su valía en Europa, y tenía que hacerlo cuanto antes, algo que sin duda aceleraron sus agentes y la naturaleza comercial del deporte. En pocas palabras, Robinho estaba de moda y había que venderlo antes de que se apaciguara demasiado el furor en torno a su figura. Su fichaje por el club blanco se produjo en 2005, pero las lesiones y su incapacidad para satisfacer a un Bernabéu siempre expectante le impidieron acaparar el protagonismo con regularidad.

 

 

A muchos les dio la impresión de que el equipo más laureado de la historia de la Liga de Campeones había sido estafado con un producto defectuoso, y en el ambiente flotaba una auténtica sensación de decepción por el hecho de que no se hubiera convertido en la punta de lanza estilística que los galácticos necesitaban para conquistar la Liga de Campeones; estaba roto y el club, con los bolsillos vacíos, parecía más feliz dejándolo marchar que arreglándolo. Sin embargo, del mismo modo que un reloj estropeado da la hora dos veces al día, Robinho siempre tenía que reivindicarse temporalmente de vez en cuando, y así lo hizo.

En 2006, en su segunda temporada, se convirtió en el hombre del partido en la victoria por 2-0 en El Clásico contra el Barcelona, dominando la banda izquierda con su velocidad, su habilidad y su astucia, e incluso asistiendo a Ruud van Nistelrooy.

En su primera campaña como jugador merengue, Robinho marcó cinco goles en los 12 últimos partidos del Madrid para ayudar al equipo a conquistar el título, y en la campaña 2007-08 marcó 11 goles en 32 partidos, con lo que el Madrid se aseguró dos títulos de Liga consecutivos por primera vez en 28 años. La verdad es que, sin su aportación, el equipo habría perdido puntos muy importantes y probablemente no habría conquistado esos trofeos. Sin embargo, su aportación fue demasiado escasa y su rendimiento demasiado irregular para que su estancia pueda considerarse un verdadero éxito. Fue el tipo de jugador que, con un talento descomunal, era capaz de dar la vuelta a un partido, pero al que también le faltó regularidad al más alto nivel.

 

 

 

Con el AC Milan conquistó el título de la Serie A, pero volvió a decepcionar. A estos dos traspasos se unió su fichaje récord por el Manchester City, que le hizo fracasar en la Premier League. Aunque estaba ganando títulos, y marcando goles allá donde iba, no era el jugador que muchos esperaban que fuera, y el astuto delantero estaba muy lejos de ser el gigante generacional que se esperaba que llegara a ser.

La verdad es que nunca se volvió a ver al mejor Robinho, el que enamoraba en la liga brasileña, y su estela se fue difuminando en la Superliga china con el Guangzhou Evergrande, en el Atlético Mineiro, Sivasspor, Estambul Başakşehir FK y un retiro mal ejecutado en su Santos.

 

 

100 internacionalidades a sus espaldas, le convirtieron en uno de los últimos malabaristas de la canarinha, ahora en peligro de extinción. Solamente Cláudio Taffarel, Lúcio, Roberto Carlos y Cafú le superaron en número de internacionalidades. Si a eso añadimos los 30 goles que marcó desde su debut, está claro que ha sido una figura clave con una buena compenetración, a pesar de su irregular historial de apariciones. Un puñado de goles más lo  hubieran colocado entre los 10 máximos goleadores de la historia de Brasil.

Fue muchas cosas para muchos: perezoso, mimado, nostálgico, presionado, decepcionante, brillante, cíclico y un misterio; la lista es tan variada como larga, y constituye una lectura interesante.