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Omar Sívori, la leyenda del Balón de Oro de 1961

 

Omar Sívori fue uno de los jugadores zurdos más determinantes de la historia del fútbol, considerado una de las estrellas mundiales con más talento que nos ha regalado el fútbol. Referencia ineludible del fútbol criollo, brilló en River, se consagró en la Juventus y conquistó la ciudad de Nápoles. Con la selección argentina ganó el Sudamericano de 1957, y también defendió los colores de Italia.

Ocupa el decimosexto lugar en el ranking del Mejor jugador sudamericano del siglo, publicada por IFFHS en 2004, e integra otra lista de dicha organización, la de los mejores jugadores del siglo XX, elaborada por expertos e historiadores de la FIFA.

 

 

De ascendencia italiana, Enrique Omar Sívori nació en San Nicolás, provincia de Buenos Aires, un 2 de octubre de 1935. Fue descubierto por Renato Cesarini, exjugador de la Juventus que se había ido a trabajar a River Plate, haciéndolo debutar con el primer equipo a los 18 años, ganando el campeonato tanto en su primera temporada como en las dos siguientes. “Yo quiero un equipo con diez desconocidos. Les aseguro que no necesito más. Después lo pongo a Sívori y ya estamos listos para salir campeones”, aseguraba Renato. Había descubierto al Cabezón en un potrero de San Nicolás cuando volvía de una prueba de juveniles en Rosario, y quince minutos de un partido barrial, desordenado y sin reglas, le habían sobrado para descifrar que detrás de ese pelo revuelto y esas zapatillas desgajadas se escondía una mina de oro.

Según consta en los registros de las inferiores de River, el nicoleño Enrique Omar Sívori llegó al conjunto Millonario a los 16 años, era un zurdo atrevido, cultor de la gambeta endiablada y muy amigo del arco contrario, pero también un petiso temperamental que detestaba que lo golpearan y que no reparaba en el tamaño del rival cuando le tocaba devolver gentilezas.

 

 

Sívori empezó con River Plate en Cuarta División (hizo 14 goles en 12 partidos) y un tiempo después saltó a Tercera (12 en 19). En 1953 debutó en Reserva (11 en 21) y el 4 de abril de 1954, con 18 años, se estrenó en Primera. Fue en la goleada 5-2 contra Lanús, en la fecha inaugural del Campeonato de esa temporada, y su misión fue reemplazar a un tal Angel Labruna, aquejado por una hepatitis. Al lado del uruguayo Walter Gómez, que esa tarde hizo cuatro goles, el Cabezón (o el Chiquín, como era conocido en San Nicolás), no solamente volvió loca a toda la defensa Granate, sino que se dio el lujo de anotar el último tanto. Cuando Labruna regresó tuvo que dejar el centro del ataque, pero siguió como titular corrido a la derecha.

En River jugó hasta 1957, año en el que consiguió el tricampeonato apoyado en los títulos de 1955 y 1956. Ese equipo que compartió con Carrizo, Vairo, Pipo Rossi, Vernazza, Prado, Beto Menéndez y Labruna fue apodado La Maquinita, por haber recogido el testigo de su antecesor, el de La Máquina de Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. El de 1957 fue el último campeonato local que ganaría el Millonario hasta 1975. Sívori en River jugó 63 partidos y marcó 29 goles.

 

 

A los 22 años, Sívori fue seleccionado para la selección nacional, y ese mismo año formó, con Humberto Maschio y Antonio Angelillo, un trío de delanteros letal (apodado por la prensa «Ángeles con caras sucias») que ganó el campeonato sudamericano de Argentina. Los tres fueron comprados rápidamente por clubes italianos, una operación que enfureció tanto el orgullo de la Federación Argentina de Fútbol que les prohibió jugar con la selección, una decisión que perjudicó gravemente su actuación en el Mundial de 1958.

En aquella época, los jugadores cualificados podían representar a dos o más países; así, Di Stéfano había jugado tanto con Argentina como con España. Debido a su ascendencia, Sívori adquirió rápidamente la nacionalidad italiana, y en 1962 acudió con su nuevo país a la Copa del Mundo, celebrada en Chile.

 

 

Comprado por la Juventus de Turín procedente de River Plate, en 1957, llegó tras una época de vacas flacas al club de la Vecchia Signora, en el que Agnelli acababa de dejar la presidencia en favor de su hermano Umberto, que enseguida adquirió a John Charles del Leeds y después al talento argentino por un precio récord de 100.000 libras. La confianza de Agnelli en el esbelto interior izquierdo (1,70 metros con los calcetines remangados) pronto se vio recompensada. Él y el altísimo Charles se entendieron rápidamente y empezaron a aterrorizar a las defensas rivales. En su primera temporada juntos, Sívori y Charles marcaron más de 50 goles y devolvieron el Scudetto a Turín.

La Juventus ganó dos campeonatos más en los tres años siguientes y también se llevó la Copa de Italia en 1959 y 1960. Sívori fue el máximo goleador de la liga en 1960, y en su etapa en el club consiguió dos récords que aún se mantienen: el de más goles en un partido de la Serie A (seis), y el de más goles en la Copa en una temporada (nueve).

 

 

En 253 partidos con el club entre 1958 y 1965, Sívori marcó 167 goles. Su cifra es aún más notable si se tiene en cuenta que en ese periodo también fue expulsado en 10 ocasiones, con lo que se perdió casi una temporada entera de partidos (33) por sanción. Era una mezcla volátil de magia y diablura, de audacia sublime y de puro rencor. Su único objetivo en el terreno de juego parecía ser engañar, provocar y humillar tanto a los rivales como al árbitro.

Su sello distintivo era el «golpeo de tuerca» a los defensores, empujando el balón entre las piernas, pero su repertorio también incluía deslumbrantes fintas y gestos, magníficos regates y potentes disparos a distancia. Menos legítimo, su oficio era el de las entradas maliciosas, los improperios pendencieros, los codazos astutos y la arrogancia altiva hacia los rivales y los compañeros, no en vano se le conocía en Argentina como «El Cabezón».

 

 

En una ocasión, en un partido contra el Padova que la Juventus ya tenía en el bolsillo, a Sívori le pitaron un penalti. Le susurró al portero rival que le permitiera recuperar el respeto de su afición, diciéndole en qué lado iba a colocar su disparo. El guardameta se zambulló obligatoriamente como se le había indicado, mientras Sívori hacía rodar el balón despectivamente hacia la esquina opuesta.

Aparte de su premio europeo, quizás el punto culminante de la carrera de Sívori se produjo en febrero de 1962, cuando marcó el gol que condenó al Real Madrid a su primera derrota en casa en la Copa de Europa.

Posteriormente, Sivori fue transferido al Nápoles, donde formó una excelente asociación con otro exiliado rebelde, el brasileño José Altafini, que llevó al club a la parte alta de la tabla por primera vez en muchos años. En 1969, sin embargo, una persistente lesión de rodilla le obligó a perderse gran parte de la temporada anterior, y sus caprichos empezaban a agotar la paciencia de la directiva del Nápoles. Las cosas llegaron a un punto crítico en un partido contra el Juventus. Sivori fue expulsado y, en una improvisada rueda de prensa posterior, se embarcó en una diatriba contra su antiguo club.

 

 

Sívori fue castigado con otra larga suspensión, y decidió abruptamente regresar a Argentina, donde jugó un puñado de partidos con River Plate antes de anunciar su retirada, con 34 años. Había sido 18 veces internacional con Argentina, marcando nueve goles; con Italia había disputado nueve partidos y marcado ocho goles.

Había invertido su sueldo con astucia, y a partir de entonces sólo trabajaba como entrenador cuando lo deseaba. Dirigió a River Plate durante un tiempo, y en 1974 condujo a Argentina a la Copa del Mundo, aunque fue despedido poco antes de que comenzara el torneo. En su vida posterior vivió en un rancho cerca de Buenos Aires, y fue el principal buscador de talentos del Juventus en Sudamérica.