Bulgaria llegó al Mundial de Estados Unidos de 1994 para cambiar su triste historia en la máxima competición de selecciones, ni una sola victoria en 16 partidos disputados en sus 5 participaciones anteriores. En sus filas nombres como los de Borislav Mijailov, Trifon Ivanov, Emil Kostadinov, Hristo Stoitchkov, Iordan Letchkov, Krasimir Balakov, Nasko Sirakov, Daniel Borimirov o Velko Iotov.
¿Cómo es que Bulgaria, un país con una población de 8.983.000 habitantes (en 1994), fue uno de los 8 países finalistas del Mundial de 1994? El sorprendente éxito de los búlgaros se basó en la discreción, la fuerza del grupo, y con Stoichkov como líder principal. No solamente realizaron la mayoría de sus entrenamientos a puerta cerrada, sino que rara vez se pusieron a disposición de los medios de comunicación. Y tampoco se mostraron muy comunicativos con los organizadores del torneo en lo que respectaba a la divulgación de información sobre el equipo.
Una de las razones de aquel secretismo, fueron las constantes luchas internas entre los mandos de la delegación y el cuerpo técnico y los jugadores. A pesar de las reticencias y de las discusiones alejadas de los focos, los búlgaros hicieron historia.
Balakov era el cerebro, el hombre del último pase, el jugador elegante de exquisita técnica. Letchkov, el hombre para todo. Para todo lo que fuera finalizar desde segunda línea. Era puro instinto, rematador, y su cabeza rapada fue uno de los grandes recuerdos de aquella cita mundialista. Kostadinov era el ‘9’, el encargado de acabar las jugadas. Potente por arriba y con una rapidez poco habitual para cargar el disparo. Por encima de todos ellos, el gran Stoichkov (Balón de Oro ese mismo año). Eléctrico, con gran desborde y enorme pegada. Su carácter contagiaba al resto y convertía a Bulgaria en una selección que, pese a su inexperiencia en grandes citas, era de todo menos blanda.
El partido clave contra Francia
En la víspera del encuentro decisivo, el equipo búlgaro se encontraba en Alemania, donde podía prepararse con calma. “En Bulgaria todo el mundo es experto en fútbol y se ve capaz de darte consejos. Quería ir a un lugar tranquilo en el que el equipo se preparara para el gran partido. Por eso escogí Alemania”, explicaba posteriormente el seleccionador de la época, Dimitar Penev, que más tarde sería elegido mejor entrenador búlgaro del siglo XX.
En la lluviosa tarde del 17 de noviembre de 1993, en el estadio nacional francés El Parque de los Príncipes de París, la selección búlgara luchó durante todo el partido por una plaza de clasificación en el Mundial. La escuadra francesa llevaba dos puntos de ventaja en la clasificación y solamente una victoria en aquel último partido de clasificación daba a los búlgaros el billete para Estados Unidos. Bulgaria se jugaba el billete con la Francia de los Desailly, Deschamps, Cantona, Papin, Ginola y compañía.
Diez segundos antes del final del tiempo reglamentario, el número 7 de Bulgaria, Emil Kostadinov, recibió un pase por la banda derecha, corrió hacia delante y disparó por encima del portero Bernard Lama. El balón rebotó en el larguero y entró en la red francesa. Bulgaria ganó 2-1. El reloj del partido marcaba 90:02 cuando el comentarista búlgaro Nikolai Kolev exclamaba: «Dios es búlgaro», rompiendo el silencio atónito en el estadio. En el último minuto de su último partido de clasificación, la selección búlgara eliminó a la favorita Francia y se clasificó para el Mundial.
Los 3 puntos clave
La inspiración más profunda para conseguir sus victorias llegó gracias a Hristo Stoichkov, Borislav Mihailov y el entrenador Dimitar Penev. Sin olvidar a Letchkov, Balakov o Kostadinov.
Stoichkov, era un astuto goleador de 29 años que condujo al Barcelona a cuatro títulos consecutivos de la Liga española, tenía los nervios a flor de piel para acompañar su destreza goleadora.
Mihailov, de 31 años, el fiable portero, encarnaba las cualidades de la capacidad de superación de este misterioso equipo. En 1986, Mihailov fue suspendido de por vida de la selección nacional por el comité central del Partido Comunista por su participación en un violento partido entre los dos principales equipos del país, el Spartak Lefsky y el CSKA. Las autoridades futbolísticas búlgaras desafiaron al Gobierno y levantaron la prohibición aquel mismo año, permitiendo a Mihailov jugar con Bulgaria el Mundial de México de 1986. Mihailov no justificó la confianza de la federación de fútbol en él en 1986, siendo la derrota por 2-0 ante México su mayor revés.
Como la gran mayoría de los búlgaros, el entrenador Penev era un hombre de pocas palabras. Pero era un maestro de la estrategia y los ajustes tácticos. En un ejemplo clásico de su destreza como entrenador, Penev cambió a su sobrino, Luboslav Penev, del centro del campo al ataque para que jugara por detrás de Emil Kostadinov en el partido de clasificación de última hora contra Francia del pasado noviembre en París.
Los dos jugadores, que han sido muy amigos toda su vida, se combinaron para el gol decisivo de Kostadinov a falta de 10 segundos, que dio a Bulgaria el billete para el Mundial de Estados Unidos.
“Cuando Kostadinov marcó en el último minuto, sufrí un tirón muscular: así de salvaje fue mi celebración”, recuerda el entrenador Penev.
La fase final, USA 94
La selección búlgara se plantó en la fase final con un once tipo conformado por Borislav Mijailov, del Mulhouse francés, en la portería. Trifon Ivanov (Del Neuchatel, y jugador anteriormente del Real Betis), Petar Houbchev (Hamburgo), Nikolai Iliev (Stade Rennais) e Ilian Kiryakov (Mérida), como férrea línea defensiva. Zlatko Yankov (Levski de Sofía), Daniel Borimirov (Levski de Sofía), Iordan Letchkov (Hamburgo), y Krassimir Balakov (Sporting de Lisboa), conformaban el centro del campo. Emil Kostadinov (Oporto) y Hristo Stoichkov (FC Barcelona) como referentes en ataque.
La ausencia de Lubo Penev se debió a que el jugador fue diagnosticado con un cáncer de testículo unos meses antes. “La enfermedad de Lubo fue un duro golpe para todo el equipo. Quisimos incluirlo en la plantilla de todos modos, pero debido a lo delicado de su condición no era una buena idea que volara hasta los Estados Unidos”, explicaba Dimitar Penev.
En Estados Unidos, Bulgaria empezó el torneo con una derrota por 3-0 ante el equipo nigeriano, más resistente, pero registró su primera victoria en un torneo mundialista contra Grecia (4-0).
Su suerte volvió a depender de un enfrentamiento con una potencia mundial: la medalla de plata del anterior Mundial, Argentina. El 30 de junio de 1994, con goles de Hristo Stoichkov y Nasko Sirakov, Bulgaria ganó el partido y se clasificó para los octavos de final.
Pura historia para una selección que no tenía restricciones internas: largas partidas de cartas, tabaco y alcohol, estuvieron a la orden del día, rompiendo los esquemas tradicionales de conducta.
El 5 de julio, en los octavos de final, Bulgaria se impuso por 1 a 1 en el tiempo reglamentario y el partido se decidió en los lanzamientos de penalti. Esta vez el héroe del momento fue el capitán de Bulgaria, el portero Borislav Mihailov, que detuvo dos penaltis. El equipo búlgaro se clasificó por primera vez para los cuartos de final. En Bulgaria, el éxito del equipo nacional provocó el júbilo de cientos de miles de personas. Todo el mundo esperaba con impaciencia el siguiente partido contra la campeona del mundo, Alemania.
El 10 de julio, el partido empezó mal: tras una primera parte sin goles, Lothar Matthäus marcó en el minuto 47 un penalti discutido. Pero en el minuto 75 Stoichkov defendió su reputación de delantero de talla mundial al empatar de tiro libre.
Solamente tres minutos más tarde, Iordan Lechkov remataba el balón con la cabeza batiendo el aturdido Bodo Illgner. Todas las familias de Bulgaria pegadas al televisor, los miles de búlgaros en el estadio animando sin parar, toda una nación preparada para celebrar, las calles inundadas de aficionados exaltados que agitaban banderas tricolores y lanzaban fuegos artificiales. Bulgaria derrotó ni más ni menos que al campeón del mundo de 1990 y se situó entre los cuatro mejores equipos del mundo.
La euforia se acabaría tras perder ante Italia por 2 a 1 el 13 de julio en semifinales y Suecia acabaría con ella por 4 a 0 en el partido por el tercer puesto. Pero este hecho no empañaría la alegría del pueblo búlgaro y el sentimiento de solidaridad y triunfo que sintió durante el torneo. Y cuando los búlgaros subieron al escenario de la UEFA para recibir sus medallas de bronce, a sus ojos serían más valiosas que las de oro de los brasileños, y Hristo Stoichkov se convertiría en el máximo goleador del torneo con 6 goles.
En la década más conflictiva de la historia moderna de Bulgaria, una década de pobreza, sobreinflación y corrupción, Bulgaria se unió con alegría en torno a sus héroes del fútbol. Los «chicos de oro» de 1994 se convertirían más tarde en personas normales con profesiones corrientes: copropietarios del equipo de fútbol Levski Sofia, presidentes de la Unión Búlgara de Fútbol, alcaldes de Lovech o controvertidos entrenadores de la selección nacional. El milagro del 94 no se repetiría, pero para todos los que esperaban con ansia el pitido final contra Alemania para inundar las calles de banderas tricolores, aquel verano quedaría para siempre soleado, alegre e impoluto: el Verano de Oro de las medallas de bronce.