El 19 de mayo de 1984 el internacional brasileño Sócrates firmó por dos temporadas y opción a una tercera, con la Fiorentina. Era el tercer gran fichaje del fútbol italiano de Serie A, tras la incorporación de Maradona al Napoli, y la del alemán Rummenigge al Inter.
El club italiano ofreció al jugador como parte del acuerdo una villa lujosa, dos automóviles, 18 pasajes de avión anuales para ir a Brasil, el colegio de sus cuatro hijos y un curso de su especialidad de médico pediatra. Todo para que se sintiera a gusto en su nueva casa desde el primer minuto.
Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira tenía 30 años y era considerado el mejor jugador del Brasil, después de Zico. Fue el gran director de su selección en el último Mundial 82, y llegaba a una Fiorentina que había quedado tercera en la recién terminada temporada 1983-1984, tras la Juventus y la Roma.
El «Tacco di Dio» (sobrenombre en honor a su superlativa calidad con el pase de tacón) era una de las mayores estrellas brasileñas de todos los tiempos, pero también una de las mayores decepciones que ha sufrido la sufrida afición de la Fiorentina a lo largo de su historia. Alto, elegante y caballeroso «El Doctor» supuso una inyección de moral terrible, junto al fichaje del internacional italiano Gentile, para los aficionados de la Fiorentina que soñaron con conseguir el Scudetto.
De hecho, las credenciales de este futbolista licenciado en medicina eran de primer orden: 3 títulos del campeonato paulista con el Corinthians, miembro permanente de la selección brasileña, pies afinados, excelente visión de juego, y facilidad para ver puerta.
Lo que los aficionados no sabían era que Sócrates no tenía ganas de trabajar duro y sudar tras un balón. Sin embargo, sus primeras palabras como jugador violeta en el aeropuerto de Fiumicino parecieron decididamente proféticas: «No quiero ser un campeón de fútbol, sino un hombre democrático, o más bien un brasileño democrático». Casi parecía avisar que no venía a luchar por cada balón con un cuchillo entre los dientes, sino a jugar a su manera, a su ritmo. No es casualidad que, al final de su experiencia italiana, asegurara que «por lo que he visto, el club más adecuado para mí habría sido el Cremonese: no es una broma, es la simpatía por un entorno».
«El Doctor» no soportaba los entrenamientos ni las concentraciones y fumaba al menos un paquete de cigarrillos al día, le encantaba beber cerveza (se dice que a menudo cargaba unas cuantas cajas en su coche al final de los entrenamientos en Florencia), salir hasta altas horas de la noche y discutir sobre todo de política. En el Corinthians había establecido un régimen de autogestión del equipo que ha pasado a la historia como «Democracia Corinthiana», según el cual los jugadores participaban en todas las decisiones y, si era necesario, mandaban al entrenador a la jubilación (o incluso al infierno). Una mentalidad decididamente engorrosa e imposible de aplicar en aquella Italia que se situaba como la mejor competición futbolera de la época.
De hecho, el gran amor por el equipo y la ciudad de Florencia que vimos en otros jugadores extranjeros como Gabriel Omar Batistuta nunca floreció en Sócrates. Su andar compasivo, mirada descamisada, su poca participación en el juego desesperaron a la afición violeta.
Llegado a Florencia con su carrera ya en declive, no pudo acostumbrarse al exigente fútbol italiano y tiró la toalla rápidamente: al final de la temporada fue enviado de vuelta a Brasil con un total de 33 partidos y 8 goles con la camiseta viola, y terminando en novena posición de la tabla clasificatoria.
Todavía jugó (poco) con el Flamengo y el Santos y en el Mundial de 1986 contribuyó con un penalti errado a la eliminación de la Seleçao en cuartos de final contra Francia. Tras retirarse en 1988, inició una carrera como comentarista deportivo, además de grabar un disco, ser empresario teatral y acercarse a la política, su gran anhelo.