Edmundo Alves de Souza Neto fue uno de los delanteros brasileños más prolíficos de los años 90, conocido por su habilidad, fuerza, y furia tanto dentro como fuera del campo. 377 partidos y 177 goles con clubes brasileños, italianos y japoneses, de entre los que destacan entidades como la Fiorentina, Flamengo, Palmeiras, Vasco da Gama, Napoli y hasta el Parma, con el que jugó un partido amistoso.
A pesar de una vida complicada, cimentada en la pobreza, consiguió una trayectoria deportiva llena de éxitos deportivos, aunque también de constantes polémicas. Ostentó récords importantes del fútbol brasileño, en especial en 1997, cuando consiguió la mayor cantidad de goles en un campeonato (29), el mayor número de goles en un solo partido (6) y el gol más rápido (30 segundos).
Internacional con la selección brasileña de 1992 a 2000, con más de 39 participaciones y 10 goles, participó en el Mundial de 1998, la Copa América de 1993, 1995 y 1997, y la Copa de Oro de la CONCACAF de 1998.
El futebol al todo o nada
Edmundo nació un 2 de abril de 1971 en Niterói, una ciudad del estado de Río de Janeiro, en Brasil. El fútbol se convirtió en el salvavidas de su niñez, y es que la pobreza de su familia, junto a su nulo interés por los estudios, hicieron que el deporte rey fuera un todo o nada para él.
Su tía fue la primera en darse cuenta de sus posibilidades reales para devenir futbolista profesional. María se había hecho cargo de los niños mientras los padres trabajaban, y llevó a Edmundo a realizar la prueba de acceso a las inferiores del Club de Regatas Vasco da Gama, donde comenzó su formación en 1982. A los 15 años, Edmundo fue invitado a hacer una prueba con el filial del Botafogo.
El entrenador del Fogão, Tinoco, supo reconocer el genio cuando lo vio, y el joven dejó atrás a Teixeira de Freitas para ir a lo grande. Es en este punto de la historia donde el prodigio desafía los pronósticos para triunfar. Pero la historia de Edmundo no es romántica ni glamurosa, y fue en el Botafogo donde se puso de manifiesto su incipiente talento para la autodestrucción. Como María tenía dificultades para pagar el transporte de ida y vuelta a las instalaciones del Botafogo, Edmundo se instaló en el albergue juvenil del club, pero apenas después de incorporarse fue expulsado por pasearse desnudo por el recinto.
Por suerte, al Vasco no le importaban los exhibicionistas. Tal vez se dejaron convencer por un sorprendente gol que Edmundo marcó en un partido de juveniles en agosto de 1991, en el que se deshizo de toda la defensa y el portero antes de depositar el balón al fondo de la red. Después de impresionar en el filial, el entrenador del Vasco, Nelsinho, le hizo debutar en enero de 1992. El resultado, un 4-1 contra el Corinthians, auguraba una temporada en la que los Vascão ganarían el Campeonato Estatal Carioca. Edmundo había sido una revelación, compenetrándose a la perfección con Bebeto en el tercer puesto del Brasileirão, pero su fuerte personalidad provocó continuos enfrentamientos con sus compañeros.
La punta de lanza del histórico Palmeiras de los 90
Los 17 años anteriores habían sido un desastre para los aficionados del Palmeiras. Habían asistido sin trofeos a los primeros títulos nacionales e internacionales del Corinthians y del São Paulo, respectivamente. En 1992, sin embargo, serían rescatados por la inversión del conglomerado multinacional Parmalat.
Con el Verdão en alza gracias al capital italiano, el entrenador Vanderlei Luxemburgo se dedicó a construir uno de los mejores equipos de la historia del fútbol brasileño. Roberto Carlos, César Sampaio y Rivaldo eran niños prodigio, pero fue el fichaje de Edmundo por una cifra récord de 2 millones de dólares lo que cautivó a los aficionados. El presidente del Vasco, Eurico Miranda, no se mostró muy magnánimo, y sugirió que se alegraba de deshacerse de un jugador que había sido «un problema» para el vestuario.
Sin embargo, Edmundo condujo a su nuevo equipo a dos títulos consecutivos del Brasileirão y a un campeonato estatal. Pero «O Animal», como le bautizó el comentarista Osmar Santos, volvió a encontrar tiempo para casar el triunfo con la traición. El 30 de octubre de 1994, el São Paulo recibió al Palmeiras en el Morumbi.
Como cualquier derbi paulista, fue un encuentro de sangre caliente, sin embargo, ambos equipos se resignaron a un empate a medida que avanzaban los minutos. Y eso que Edmundo fue objeto de una entrada especialmente dudosa cerca de la línea de banda. Enfurecido, se ensañó con el entrenador del São Paulo, Telê Santana, en el banquillo, antes de buscar su venganza contra el delantero Euller momentos después. Se formó un tumulto, en el que Edmundo dio un puñetazo a André Luiz y una bofetada a Juninho Paulista, lo que provocó una pelea a gran escala entre los equipos. Cuando su compañero Antônio Carlos lo arrastró hasta el túnel, seis jugadores habían sido expulsados. Edmundo marcó los dos goles de su equipo aquel día, pero nadie los recuerda.
No fue la única nota amarga. El año anterior había sido sancionado con 40 días de suspensión por empujar a un árbitro en la cara, mientras que también tuvo tiempo para pelearse a puñetazos con Antônio Carlos, el mismo hombre que lo había rescatado de los voraces jugadores del São Paulo. Las repetidas peleas con Luxemburgo, por su parte, eran habituales. Cinco tarjetas rojas en una temporada hablan de un hombre aparentemente incapaz de contenerse.
Cedido al Parma por solo un partido amistoso
Durante aquella espiral negativa, y quedando fuera de algunas convocatorias a modo de amonestación, Edmundo fue cedido al Parma para disputar un solo partido amistoso ante el América de Cali, un 11 de mayo de 1994. La idea fue de la empresa de productos lácteos Parmalat, propietaria del conjunto italiano, además de un gran socio del Palmeiras, que al ver que el equipo italiano solamente contaba con seis titulares para el partido, además de algunos reservas, le ofreció participar.
Al propio Edmundo le gustó la idea, aunque dejó claro que no se iba al equipo italiano de forma definitiva. «Voy a jugar este partido amistoso porque no voy a jugar aquí. No es que vaya a ir allí permanentemente», dijo en una entrevista a Folha de São Paulo en aquel momento. Edmundo, que cuando recibió la noticia de que iba a jugar el amistoso estaba en la playa de Río de Janeiro, viajó a Colombia dos días antes del partido y se presentó al entrenador Nevio Scala ya en el hotel donde estaba concentrado el conjunto crociati.
Aunque en la primera parte el equipo local no hizo un buen partido, al equipo italiano le costó entrar en el ritmo de juego y tampoco estuvo bien. Con ello, los colombianos abrieron el marcador en el minuto 41, con gol de Pérez, de penalti. En la segunda parte, el Parma mejoró un poco y alcanzó el empate en el minuto 4, con Edmundo, que jugó con el número 9, marcando su único gol con la camiseta del equipo italiano. Sin embargo, el técnico Francisco Maturana cambió el esquema del equipo colombiano, que se creció y ganó 3-1, completando el marcador con Valenciano, en el minuto 17, y Valderrama, en el minuto 40.
Y ese fue el único partido de Edmundo en el Parma, con un gol marcado. Después de eso, regresó para el receso de mitad de año, aún alejado del Palmeiras, hizo algunas negociaciones con algunos clubes, que no funcionaron, y se reintegró al plantel del Verdão después de la Copa del Mundo, para ser bicampeón brasileño con el club.
En 1995, su indisciplina le llevó a ser detenido por la policía ecuatoriana, ya que su frustración por haber fallado un penalti en la Copa Libertadores le hizo dar una patada a un cámara local. Solamente con la intervención del gobierno brasileño se negoció su salida del país.
Rumbo al Mengão
A pesar de haberlo ganado todo con el Sociedade Esportiva Palmeiras, el encanto de Río siempre le pudo a Edmundo. En 1995, se incorporó a un club que contaba con el 15% de la población del país como aficionados. El Flamengo quería construir un «ataque de ensueño», con Edmundo como titular junto a Romário y Sávio, mientras el club se proponía dominar el continente.
Desgraciadamente, no supieron defender, con una defensa endeble y problemas fuera del campo que echaron por tierra sus posibilidades. Un año terrible que se resumió de la forma más brutal cuando, durante la Supercopa Sudamericana de 1995 contra Vélez Sarsfield, Edmundo cayó fulminado por un cruel puñetazo de Flavio Zandoná. Salvo los hinchas del Palmeiras, casi nadie se solidarizó.
Fuera del campo, Edmundo había soportado una pesadilla, pero el 2 de diciembre de 1995, su vida descendió al infierno. Después de salir de fiesta en un club nocturno durante el carnaval, un Edmundo ebrio se subió a su Jeep Cherokee antes de conducir directamente contra un Fiat Uno en el suburbio de Lagoa, en Río. El coche, que circulaba a 100 km/h en una zona de 65 km/h, se estrelló contra un poste telefónico. Los tres pasajeros murieron a causa de sus heridas.
Un Edmundo lloroso fue acusado de homicidio involuntario, mientras que el Flamengo rompió su contrato. No solamente se enfrentaba a una posible pena de cárcel, sino que se encontraba sin lo único que había sido constante en su vida: el fútbol.
Rumbo al Mundial de 1998
Sería el Corinthians quien le ofreciera una esperanza apenas 45 días después. Mientras los abogados de Edmundo intercedían por él, sus intentos de concentrarse en el fútbol se vieron frustrados de inmediato, y el delantero abandonó el club antes de haber disputado un solo partido. Eurico Miranda, el hombre que había recibido con tanto desdén su salida del Vasco años atrás, intentó con éxito traerlo de vuelta a casa.
Fue la mejor temporada de la carrera de Edmundo, que batió el récord de goles en Brasil con 29 tantos. Su estado de forma era tan impresionante que algunos abogaron por su inclusión como titular en lugar de Ronaldo para el Mundial de 1998, pero el seleccionador Mário Zagallo se resistió, alegando su influencia perturbadora en el equipo.
A pesar de un cambio de opinión de última hora que lo incluyó en la selección final, Zagallo tendría razón. Edmundo se pasó todo el torneo quejándose de la falta de minutos, e incluso se puso en contacto con una emisora de radio de Río para expresar su frustración públicamente. Cuando Ronaldo sufrió un ataque antes de la final de París, Edmundo parecía haber recibido por fin su oportunidad, solamente para que la joven superestrella saliera para el partido entre acusaciones de encubrimiento y veladas sugerencias de conspiración.
No importa. Sus 38 goles en 44 partidos habían llamado la atención del propietario del Fiorentina, Vittorio Cecchi Gori, y Edmundo fue traído a Florencia para aumentar uno de los ataques más temibles de la Serie A. Junto a Rui Costa y Gabriel Batistuta, Edmundo sería el encargado de llevar la gloria nacional y europea a la Viola. Pero, sobre todo, se trataba de un nuevo comienzo a mil kilómetros de distancia de los flashes y de los anuncios publicitarios de su país.
El periplo en Florencia
En 1997 el club italiano pagó por él 13 mil millones de liras. Las cosas fueron bien al principio, y el brasileño se compenetró de forma letal con Batistuta para llevar a su club a la cima de la Serie A al ecuador de la temporada. Cuando el Milan visitó el Artemio Franchi en febrero, el equipo local tuvo la oportunidad de consolidar su ventaja, antes de que Batistuta se desplomara sobre el césped con una lesión que lo dejaría fuera de combate durante dos meses. Cualquier futbolista normal habría asumido el papel de goleador. Cualquier futbolista, salvo Edmundo, se habría centrado en conseguir el primer Scudetto de su equipo en 30 años. El brasileño, sin embargo, no aparecía por ningún lado, ya que había ejercido una cláusula de su contrato que le permitía asistir al carnaval de Río en su país.
Batistuta, al igual que la mayoría de sus compañeros y de la afición, estaba indignado. «Era el hombre adecuado si alguien quería divertirse», admitió el argentino. «Pero para ganar algo, no era el adecuado». Cuando Edmundo regresó al club, sus compañeros sin delantero habían cedido el liderato, y acabarían a 14 puntos del Lazio, tercero.
Vuelta a Brasil
En cada uno de sus 18 meses en Italia, Edmundo había dejado claro su deseo de volver a casa. Cuando Eurico Miranda y el Vasco llamaron por él por tercera vez en 1999, el traspaso estaba hecho. De vuelta al club de su infancia y con el apoyo de la afición, Edmundo recuperó algo parecido a su mejor forma. Sin embargo, la llegada de Romário al club seis meses antes del Mundial de Clubes de 2000 reabrió viejas heridas.
Romário y Edmundo dos habían sido amigos hasta 1998, antes de caer en desgracia después de que se descubriera que el chiringuito de Romário en Río contenía una pintura caricaturesca de Edmundo en uno de los baños. Cuando Romário se negó a retirarla, la pareja se enemistó de forma espectacular, hasta el punto de que cuando él se unió al Vasco, su relación se convirtió en un enorme circo mediático. Su disputa ha sido tratada con gran detalle en Brasil y fuera de él; basta decir que estos dos gigantescos talentos y sus correspondientes egos encontraron difícil la cohabitación.
Ni siquiera la intercesión del sacerdote del Vasco, el Padre Lino, pudo resolver sus diferencias, aunque Sir Alex Ferguson no lo hubiera notado. Romário y Edmundo se combinaron con una eficacia brutal para aniquilar al Manchester United en enero de 2000. Después de asistir a «O Baixinho» en el primer gol, Edmundo vio cómo su compañero aprovechaba un segundo error de Gary Neville para poner a los brasileños con dos goles de ventaja. En el minuto 43, Edmundo se sumó a la fiesta, marcando un gol que resumía todo lo que hacía de él un talento especial e irascible. Tras recibir un balón inofensivo de Gilberto en la frontal del área, el número 7 del Vasco hizo girar a Mikaël Silvestre con el exterior de su bota derecha, antes de batir a un desafortunado Mark Bosnich.
Fue un momento de puro alivio. Tres meses antes, Edmundo había sido fuertemente criticado por los defensores de los derechos de los animales, después de haber sido fotografiado dando cerveza y whisky a un chimpancé en la fiesta de primer cumpleaños de su hijo. También había pasado una noche en la cárcel como consecuencia de su juicio en curso, antes de que sus abogados intervinieran para apelar. Si trataba de mantenerse al margen de los titulares, lo estaba haciendo muy mal, pero el gol contra el United le garantizó que por fin iba a dar que hablar por la razón correcta. Fue un breve respiro.
Caída al abismo
El «peor momento» de la carrera de Edmundo llegaría en la final del mismo torneo, cuando su penalti fallado condenó al Vasco a ser subcampeón a manos del Corinthians. Fue su última contribución significativa al más alto nivel.
En 2000 fue cedido al Santos y en 2001 al Napoli, donde protagonizó un feo incidente cuando insultó a su entrenador Emiliano Mondonico tras ser sustituido al quedarse el equipo con un hombre menos tras una expulsión. La colorida frase se dejó leer claramente en los labios del colérico jugador brasileño, que acompañó sus palabras con el inequívoco gesto de levantar el brazo izquierdo por detrás de su cabeza, como señalando la dirección del camino que debía, supuestamente, emprender Mondonico. Las imágenes del hecho, el partido era televisado, fueron como es natural, ampliamente comentadas, y sobre todo comparadas con el precente que el mismo Edmundo había sentado, cuando jugaba para el Fiorentina y el destinatario de su ira fue el técnico Giovanni Trapattoni, por aquel entonces seleccionador italiano.
El Nápoles intentó solucionar las cosas consiguiendo de parte de Edmundo una disculpa más o menos oficial, que adjudicase a la calentura del partido, la culpa de aquellos insultos. «O Animal», sin embargo, prefirió la línea dura, es decir, ninguna disculpa. Silencio y nada más. Fue entonces cuando el Nápoles decidió castigar a su indisciplinado atacante solicitando a los órganos federales el permiso para imponer una multa a Edmundo por una cifra cercana a los 35.000 dólares (unos seis millones de pesetas). Suma sensiblemente inferior a la que se suponía en un primer momento y que, según algunas versiones, podría haber alcanzado los 150.000 dólares.
Finalmente, acabaría fichando aquel mismo año por el Cruzeiro, con el que disputaría 12 encuentros y anotaría 3 goles. Tras ello se incorporaría al Tokyo Verdy, de la J1 League, con el que marcaria 18 goles en 31 partidos, y con el que permaneció hasta 2002. Año en el que la tragedia se cebó con él, cuando su hermano apareció asesinado en la parte trasera de su coche en Río. Cuando se encontró el cuerpo, ya estaba en avanzado estado de descomposición. Edmundo, abrumado por el dolor, no pudo soportar asistir al funeral.
En 2003 se incorporó al Urawa Red Diamonds, y después de 4 partidos volvió al Vasco da Gama. Posteriormente, llegarían el Fluminense, Nova Iguaçu, Figueirense, Palmeiras y dos etapas más en el Vasco da Gama, la última en 2012.
Entremedio, en 2011, la sombra que había planeado sobre la vida de Edmundo durante 16 años se disipó. El magistrado Joaquim Barbosa dictaminó que, en el caso del accidente de tráfico mortal que se había cobrado tres vidas, el delito había prescrito. Edmundo quedó en libertad, pero el dolor del momento aún le acompaña cada día. «Soy un eterno arrepentido», admitió en una entrevista con los medios de comunicación brasileños. «Esta tristeza no pasa».
No cabe duda de que la carrera de Edmundo, con su letanía de indiscreciones violentas y titulares escabrosos, es una lectura poco agradable. Pero, ¿es realmente, como dijo un periodista brasileño, «un lastre para la humanidad», o es simplemente un ser humano profundamente defectuoso, un hombre que luchó por conciliar un don bendito con un temperamento maldito? Es una pregunta que no tiene una respuesta sencilla. Sin embargo, lo que sí es cierto es que Edmundo Alves de Souza Neto sigue siendo uno de los mayores talentos de su país. Al menos sobre el terreno de juego, es inexpugnable.
Paola Murrandi