El fichaje de Denílson por el Real Betis Balompié se consumó durante el agosto de 1997, cuando el extremo izquierdo del São Paulo llegó a un acuerdo con Manuel Ruiz de Lopera para las diez próximas temporadas, en las que cobraría 27 millones de dólares (unos 4100 millones de pesetas).
El conjunto verdiblanco pagó por el traspaso del internacional brasileño la friolera de 30,5 millones de dólares (5.300 millones de pesetas), lo que le convirtió ¡en el fichaje más caro de la historia del fútbol! Incluso por encima de los 4.000 millones pagados por el Inter de Milán al Barça por Ronaldo y de los 4.000 que abonó el club azulgrana al Deportivo por Rivaldo. La cláusula que el Betis puso al brasileño fue también de auténtico escándalo: 65.000 millones de pesetas, 43.000 más que las más altas del fútbol español, las de Mijatovic y Seedorf, ambos del Real Madrid de Capello.
Aunque Denílson firmó para 10 temporadas de contrato, el Betis lo cedió al São Paulo hasta después del Mundial de Francia de 1998, por lo que el jugador no se incorporó a la plantilla verdiblanca hasta la temporada 1998-1999. «Hemos trabajado mucho para conseguirlo, pero ahora podemos dar una alegría a todos los seguidores del Betis, a quienes prometimos que tendríamos un gran equipo y poco a poco lo vamos consiguiendo», afirma Ruiz de Lopera.
El acuerdo total para la operación se produjo a las 22.50 de la noche del 27 de agosto de 1997 a través de un fax enviado por el presidente del São Paulo, Francisco Casal de Rei. El Betis había ofrecido 27 millones de dólares y la posibilidad de subir la cantidad si otro club elevaba la cuantía. La SS Lazio, club italiano, llegó a ofrecer 29 millones de dólares, pero finalmente Ruiz de Lopera logró cerrar la operación en 30,5 millones de dólares. El jugador brasileño acababa de cumplir 20 años, era un zurdo nato y poseía uno de los driblings más demoledores del momento.
La disputa del Mundial juvenil de Qatar de 1995 elevó su figura en el mercado, tras ello el Madrid intentó hacerse con sus servicios, pero lo único que consiguió fue un acuerdo verbal con el club. El FC Barcelona de Van Gaal estuvo a punto de cerrar el acuerdo, pero finalmente el presidente del club azulgrana, Josep Lluís Núñez, consideró desorbitadas las pretensiones del São Paulo.
La cotización de Denílson subía como la espuma, sobre todo después de su actuación en Le Tornoi disputado en Francia y en la Copa América, que logró con la selección brasileña al ganar la final a Bolivia por 3-1, uno de los goles fue marcado por él.
¿Qué podía fallar?
Denílson tan solo fue titular con Brasil en el Mundial de 1998 en la derrota por 2-1 ante Noruega en la fase de grupos, pasando con más pena que gloria en aquella edición donde Brasil consiguió el subcampeonato ante la Francia de Zidane que se alzó con el cetro.
Sin embargo, aquello no sirvió para apagar el fervor de los andaluces. Veinte mil aficionados acudieron a la presentación de Denílson tras el torneo, y aplaudieron cuando su nuevo fichaje se autoproclamó juguetonamente como el jugador que iba a arrasar en la próxima temporada de la Liga.
El Alavés, recién ascendido, parecía el rival ideal para el inicio de la temporada, pero Denílson no pudo desbaratar la férrea defensa del equipo en su primera aparición y el partido terminó sin goles. Los aficionados se excusaron: tardaría en asentarse, en recuperarse de la traumática derrota en la final del Mundial, en acostumbrarse a la liga española, etc. Y luego esperaron.
El verano se convirtió en invierno y aún no llegaba el catártico primer gol. A principios de diciembre, Denílson habló con los periodistas desconcertados. «Me esfuerzo por demostrar que soy el mejor del mundo, pero solamente soy el más caro», dijo. «Estoy más desesperado que nunca por marcar; eso mejorará las cosas en mi propia mente».
Al día siguiente, en su decimoctavo partido con el club, el Betis recibió un penalti contra el Atlético de Madrid. Denílson cogió el balón, decidido a quitarse el mono de encima. Conectó limpiamente, pero el portero José Molina adivinó, empujando el balón al poste y despejándolo. El jugador brasileño tenía la mirada perdida.
Solamente el 14 de febrero, día de San Valentín, Denílson consumó por fin su fichaje, marcando en el empate a uno contra el modesto Racing de Santander. Nunca fue una relación que fuera a funcionar…
El Betis había quedado octavo en la temporada anterior a la llegada de Denílson. El equipo estaba formado en su mayoría por sólidos profesionales españoles, con Finidi George, fichado del Ajax como único punto de interés real. Además del peso de la expectación en el Betis, el brasileño tuvo que enfrentarse a los rivales que le acechaban y a la intriga de los medios de comunicación por ver cómo una supuesta superestrella podía brillar en La Liga de las Estrellas.
Rara vez salía de su chalet de 600.000 libras en las afueras de Sevilla, y mataba el tiempo entre partidos jugando a los videojuegos y al futbolín con un séquito de familiares y amigos. En el campo de entrenamiento, su integración se vio obstaculizada por un carrusel de nombramientos de directivos. Antonio Oliveira, fichado por el Oporto el mismo verano que llegó Denilson, se marchó sin dirigir un solo partido tras un desacuerdo con Lopera.
Vicente Cantatore solamente duró hasta octubre, antes de que Lopera tirara de la palanca de expulsión con el Betis en el fondo de la tabla. El severo especialista defensivo Javier Clemente llegó y arrastró al Betis a un undécimo puesto. No tuvo tiempo ni simpatía por los problemas de Denílson, pero lo peor estaba por llegar.
La aparición del joven extremo Joaquín coincidió con un buen comienzo de la siguiente campaña. Sin embargo, el Betis no tardó en perder la forma, y solamente ganó dos veces entre principios de enero y finales de abril. Mientras se hundía en la tabla, Denílson se convirtió en la piñata de los aficionados para descargar sus frustraciones.
El estadio del Betis, recientemente rebautizado en su honor por Lopera, recibió un nombre más, ya que los hinchas enfadados pintaron las gradas con spray con insultos dirigidos a Denílson. En contra de los consejos de su entrenador, Faruk Hadzibegic, Denílson devolvió el fuego y dijo a los aficionados del Betis que «no eran buenos» y que «traicionaban su historia de apoyo al equipo en las buenas y en las malas».
Una temporada lamentable llegó a su punto más bajo cuando Lopera protestó en vano que el rival de la ciudad, el Sevilla, que ya había descendido, había perdido deliberadamente contra el Real Oviedo para arrastrar a sus vecinos.
Mientras el Real Betis se preparaba para la dura Segunda División A, Denílson fue enviado de vuelta a Brasil como parte de una misión de reducción de costes y a la búsqueda de recuperar su forma. Pasó la primera mitad de la temporada cedido en el Flamengo, y el cambio de aires pareció funcionar inicialmente. En enero de 2001, el extremo recuperó parte de su talento y contribuyó a que el Real Betis volviera a la máxima categoría en el primer intento.
La redención duró poco. El ritmo del fútbol moderno en España convirtió a Denílson en una superestrella pasada de moda, a la deriva. Mientras que su compatriota Ronaldo era una mole de aplomo y propósito, Denílson era un retroceso a una época pasada. Al igual que el mago del regate de los años 50, Garrincha, era capaz de separar a un defensa de su propia sombra con fintas y movimientos de pantomima. Pero, a diferencia de lo que ocurría con el contemporáneo de Pelé, el juego no se detenía para permitirle repetir el truco.
Fue acosado, hostigado, cortado y finalmente silenciado. La forma en que jugó transmitió, un poco injustamente, la imagen de un hombre que se deja llevar por las emociones baratas en detrimento del equipo. Pero Denílson no se esforzó en disipar esa etiqueta. Bajo el mando de Juande Ramos, el octavo entrenador del Betis en tres años y una personalidad para cagar cualquier fiesta, Denílson fue amonestado como uno de los jugadores que fueron pillados de fiesta hasta las 4 de la mañana en Halloween en la primera temporada del club en la Liga.
En otra ocasión fue captado por las cámaras discutiendo con aficionados descontentos que empujaban su coche, gritando «tócame y te veré en el juzgado». Si llegó al Betis como un golpe de efecto, Denílson se fue como una auténtica farsa.
El último partido del Betis en la temporada 2004/05 fue la final de la Copa del Rey contra el CA Osasuna. Como es habitual, los titulares se reunieron para una instantánea antes del partido. Lo que no es habitual es que los suplentes se unan a ellos. Pero ahí estaba Denílson, agazapado en el extremo derecho de la primera línea, convirtiendo el primer once en un XII. Quedó congelado en el tiempo como el apéndice caro de un equipo en el que se suponía que era el corazón palpitante, sentándose en la victoria de su equipo por 2-1 y sin poder sumar a sus escasas 12 apariciones en la temporada.
Tras 186 partidos de liga, 13 goles y siete años, se marchó ese verano al Burdeos. A su paso, dejó un rastro de papeles enmarañados. Mientras el Betis recogía los pedazos del reinado de Lopera, con el expresidente acusado de evasión de impuestos y de sacar dinero del club.