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Argentina – Brasil en Italia 90, el último Superclásico mundialista

24 de junio de 1990, octavos de final del Mundial de Italia 90, Brasil y Argentina se enfrentan en el que sería el último Superclásico de las Américas en un Mundial hasta día de hoy. La albiceleste llegaba como la campeona defensora del título, el gran candidato a quedarse con ese duelo era Brasil, no había ninguna duda.

La derrota en el estreno ante Camerún ya anunciaba a los argentinos la dificultad de lo que estaba por venir. Jugadores que estaban lejos de su mejor forma física y con Maradona a medio gas después de enfrentar a Rumania, en la primera fase del Mundial, por culpa de una entrada en su tobillo que terminó con la infiltración para poder permitir al jugador jugar el resto del torneo pese a una tremenda inflamación en la zona.

 

 

La verdeamarelha llegaba invicta, líder de su grupo tras ganar los tres partidos disputados: 2 a 1 a Suecia, 1 a 0 a Costa Rica y 1 a 0 a Escocia dejaron como líderes cómodos a los dirigidos por Sebastiao Lazaroni.

Argentina formó con: Sergio Goycochea, Oscar Ruggeri, Juan Simón, Pedro Monzón, Julio Olarticoechea, José Basualdo, Ricardo Giusti, Pedro Troglio, Jorge Burruchaga, Claudio Caniggia y Diego Maradona.

Brasil salió con: Claudio Taffarel, Ricardo Gomes, Ricardo Rocha, Jorginho, Branco, Dunga, Mauro Galvao, Alemao, Valdo, Müller y Careca.

 

 

Brasil aplastó a Argentina durante la primera parte, aunque sufrió de una alarmante falta de precisión delante de portería. Muller tuvo el primer gol cuando se plantó solo ante Goycochea y definió desviado tras un pase de Valdo; Careca también lo intentó sin suerte; un centro de Branco desde la izquierda terminó con un cabezazo de Dunga que dio en el palo; un tiro de esquina cruzó el área pequeña del equipo argentino y de milagro el balón no fue conectado por un rival; un pase atrás mal dado por Giusti casi termina en gol, después de que Careca no pudiera definir con claridad. Lazaroni iba estrechando el cerco de la portería argentina tirando de pressing y juego ofensivo.

 

 

“En el primer tiempo nos pelotearon, mal. No salía la pelota, no había un córner, no podíamos dar dos pases seguidos. Nos podrían haber hecho dos, tres goles, tranquilamente”, confesaba Caniggia. De manera increíble, esa primera mitad terminó empatada 0 a 0.

 

 

Tras el árbitro señalar el final de los primeros 45 minutos, los jugadores argentinos se fueron al vestuario con la cabeza agachada, sabiendo que el 0 a 0 era muy generoso por lo que habían ofrecido dentro del campo de juego. Bilardo, técnico, obsesivo y detallista como pocos, tenía muchas cosas para hablar y para corregir. “No hablaba nadie, era como un funeral. Todo estábamos callados, porque sabíamos que habíamos jugado muy mal”, recordaba Ruggeri.

El silencio era cada vez más largo, hasta que llegó el aviso de que debían volver al campo de juego para disputar el segundo tiempo. En ese momento, cuando los futbolistas estaban saliendo rumbo al túnel, por fin el Narigón habló: “Ah, muchachos, una cosa nada más: si les seguimos dando la pelota a los de amarillo, vamos a perder”.

 

 

En el segundo tiempo los brasileños siguieron dominando, pero Argentina empezaba a despertar. Un centro de Careca que no pudo desviar bien Goycochea pegó en el travesaño; enseguida, tras esa jugada, Alemao tomó el rebote y sacó un remate tremendo que rebotó en el palo; un centro de Muller terminó con un cabezazo de Careca que se fue muy cerca del travesaño.

 

 

Pero de alguna manera, empezó a mermar el asedio de Brasil, quizás porque psicologicamente era difícil de gestionar el no acierto rematando a portería. Ello, sumado al desgaste físico y el fastidio por la falta de gol, jugó a favor de los argentinos.

A diferencia de la primera mitad, la albiceleste comenzó a llegar hacia la portería brasileña, con Burruchaga había probado los reflejos de Taffarel con un muy buen remate que el arquero mandó al tiro de esquina. Y un buen pase de Maradona a Calderón terminó con un cruce providencial de un defensor brasileño cuando el argentino quedaba mano a mano con el arquero.

 

 

A 35 minutos del complemento, Maradona agarró la pelota en el centro del campo de juego, del lado argentino, y con una finta se deshizo de dos rivales. En una carrera fantástica, con la pelota dominada, dejó por el camino a Alemao y a Dunga y encaró decidido hacia la porteria de Taffarel. Por la izquierda, lo acompañaba su inseparable amigo Claudio Paul Caniggia. En el momento preciso, con la sapiencia de los grandes, el 10 filtró el pase al espacio justo para habilitar al Pájaro. Caniggia, quien venía haciendo la diagonal, no perdonó: dominó el balón, amagó, dejó en el camino a Taffarel y con la portería vacía hizo lo imposible.

 

La celebración del gol fue una locura, en las tribunas, en el banco de suplentes, en la cancha. Pero llamó la atención que el goleador, Caniggia, lo gritó como si hubiera sido un tanto más. Como si no estuviera en un Mundial, en un mano a mano ante Brasil, y marcando después de todo lo que se había sufrido.

“Nunca fui de celebrar los goles corriendo por toda la cancha. Pero en ese caso, festejé sabiendo que faltaban 10 minutos y Brasil se nos iba a venir otra vez con todo”, reconocía el Pájaro. El propio Maradona cargó a su amigo por cómo celebró ese tanto: “No podés festejarlo así hdp… yo todavía lo estaría gritando”.

 

 

Brasil seguía insistiendo haciendo visibles las carencias de los argentinos, y un centro al área argentina y un mal rechazo de Monzón dejaron solo a Muller, quien remató desviado desde una posición inmejorable. En una de las contras argentinas, Ricardo Gomes vio la roja por una falta contra el Pepe Basualdo, quien se iba derecho hacia Taffarel. Pero el resultado no cambió. Argentina ganó 1 a 0 en un partido que por cómo se vivió fue festejado como un título.

“Pocas veces celebré tanto, me acuerdo que di la vuelta olímpica besándome la camiseta… Los brasileños lloraban… Tenían un equipazo, esa es la verdad, pero nosotros teníamos a Maradona y a Caniggia”, recuerda Ruggeri.

Tras vencer a Yugoslavia por penales, en las semifinales dejarían en el camino también desde los 12 pasos nada menos que a Italia, el local y el otro gran favorito, pero en la final serían derrotados por los teutones.

 

 

¿Fue real la historia del envenenamiento?

Yo nunca necesité dormir a nadie para ganar un partido». Las palabras de Diego Armando Maradona provocan un estallido de aplausos de los espectadores que asisten en directo al primer programa La noche del Diez con el que el ex jugador argentino debuta en televisión. Tal respuesta es el punto final a un semiinterrogatorio protagonizado por el otro gran protagonista de la noche: Pelé que, habiendo escuchado que el propio jugador había confesado la trampa en otro programa televisivo, se destapa con la siguiente cuestión: «Quiero hacer una pregunta y espero que seas sincero conmigo: ¿Pusieron somníferos en el bidón de Branco?».

 

 

Tras derribar Ricardo Rocha a Troglio, el masajista Galíndez (apodo de Miguel di Lorenzo) saca dos bidones de agua. Por el calor reinante, los jugadores se acercan para beber. Cada botellín tiene un tapón diferente: azul y amarillo. El del tapón azul contiene agua sana, mientras que el amarillo tiene agua mezclada con somníferos. Branco, exhausto, se acerca. Giusti le ofrece el bidón azul, pero le dicen que le dé el amarillo, cosa que hace. El brasileño, sin dudar, bebe del bidón adulterado. Al poco rato, el lateral se siente mareado, pero juega todo el encuentro.

Años después, Branco y el masajista coinciden en un aeropuerto. El brasileño le reconoce, le sigue hasta los aseos y le dice: «¡Usted me envenenó!», a lo que Galíndez responde: «Yo no te hice nada». Branco insiste: «¡Usted me envenenó en el Mundial 90». Galíndez cierra el asunto: «Yo no te hice nada. ¡Vos saliste envenenado desde tu vestuario!».