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Gabriel Batistuta, una historia de amor viola en la Toscana

 

Gabriel Omar Batistuta y la Associazione Calcio Firenze Fiorentina protagonizaron una historia de amor viola en la Toscana que trasciende el paso del tiempo y la historia del fútbol. 269 goles entre 1991 y 2000, campeón de Serie B (1994), Coppa Italia (1996), Supercoppa Italia (1996), y un vínculo sellado para la eternidad, oficializado en 2016 cuando el delantero argentino fue nombrado ciudadano de honor en Florencia.

 

 

La gestación del fichaje de un verdadero pistolero

Pocos recuerdan que el ya lejano 1991 la Associazione Calcio Firenze Fiorentina se fijó en Diego Latorre, y no en Gabriel Omar Batistuta, ambos en aquel momento pertenecientes al plantel campeón del Club Atlético Boca Juniors. “Batigol” parecía tomar rumbo hacia el imbatible “Dream Team” de Johan Cruyff por recomendación expresa de Settimio Aloisio (agente del goleador) a Josep María Minguella, descubridor de grandes talentos para el club blaugrana como el de Messi.

Aloisio y Minguella tuvieron una reunión en el Hotel Princesa Sofía en Barcelona y el apoderado de Batistuta le fue directo: «Será el próximo goleador destacado del fútbol mundial». Inmediatamente después de su recomendación, Minguella habló con José Luis Núñez Clemente, presidente por aquel entonces del Barça. En el Camp Nou la verdad es que no acabaron pujando por “Batigol” el verano de 1991, ya que ni el propio presidente Núñez ni Cruyff creyeron que el delantero argentino tuviera suficiente nivel para ocupar una de las dos plazas de extracomunitarios del club culé… Aunque el interés blaugrana reaparecería posteriormente en la época del holandés Van Gaal en el banquillo blaugrana.

 

 

Todo cambió cuando el entonces presidente de la Fiorentina, el productor de cine Mario Cecchi Gori, se enamoró del ariete argentino viéndolo jugar por la televisión, durante el transcurso de la Copa América 1991 que la selección de Argentina (comandada por Alfio Basile) con sus goles ganó al galope. Su pase evidentemente congeló el de Diego Latorre, que llegaría el siguiente año. La llegada de Batistuta completaba así el cupo de extranjeros de los viola en Serie A, que contaban en sus filas con los futuros campeones del mundo Dunga y Mazinho.

 

 

Adaptación a la bella Florencia

La incorporación de Batistuta a la Fiorentina fue relativamente fácil y rápida, aunque pasó por varias etapas. Su familia se instaló en la que había sido hasta entonces la casa de Roberto Baggio, situada a poquísimas cuadras del estadio Artemio Franchi y del campo adyacente donde el equipo se entrenaba.

Allí vivió discretamente con su esposa Irina y sus hijos (el segundo nacido durante su etapa en Florencia), en una antigua mansión florentina en Via Alessandro Volta, con un muro protector, un garage con portón eléctrico para guardar sus automóviles y un jardín contiguo por el que podía correr y hacer de las suyas su amado perro Markus.

 

 

Su residencia era un verdadero búnker “off the limits”, en el que “Batigol” intentaba protegerse de la prensa y de los tifosi, aunque no siempre fue posible. Allí, el “Bati” pasó buena parte de su tiempo libre en la sala de videojuegos, con diversas consolas de la época, como una Sega Saturn, y un televisor gigante donde poder ver sus películas de aventuras favoritas o escuchar música, en especial de Bruce Springsteen o Phil Collins, sus preferidos.

Por su parte, la familia Cecchi Gori, colmó a Batistuta con todo tipo de atenciones, invitándole a las veladas de gala con las que festejaba la presentación de sus películas. Aunque el delantero argentino nunca los quiso acompañar.

 

 

Curiosamente, fue en Florencia cuando Gabriel Omar descubrió que sus ancestros vivieron en un pequeño y perdido pueblecito cerca de Udine, en la región lindante con la ex Yugoslavia, de donde su tatarabuelo partió hacia la Argentina llevándose a cuestas un apellido con seis “t”. En efecto, el verdadero apellido familiar es “Battisttutta”. Tres de ellas se perdieron cuando el funcionario de la aduana argentina transcribió el apellido a la documentación pertinente.

 

 

Gabriel se emocionaba muchísimo cuando, desde las tribunas, lo recibían durante sus primeros partidos al grito de “¡Argentina! ¡Argentina!” Y no ocultaba su disgusto si le formulaban preguntas que revelaban una total ignorancia de su interlocutor sobre la realidad de Argentina. Una vez, alguien le preguntó si en Reconquista hay televisión, el killer contó hasta diez y le contestó, recurriendo a la ironía: “No, no tuvimos tiempo de instalarla porque estamos muy preocupados viendo cómo defendernos de los indios”.

 

 

Un sueño de Serie A

Aunque hacía tiempo que abandonó su infancia en Santa Fe, con paso firme por River Plate y posteriormente por Boca Juniors tras su aparición en Newell’s Old Boys, las virtudes que le fueron transmitidas a lo largo de su temprana formación como futbolista le servirían de mucho en tierras italianas. Formado por un padre que se ganaba el pan en el matadero, Gabriel poseía un instinto asesino desde su nacimiento.

 

 

Criado por una madre que trabajaba como secretaria en una escuela, Gabriel estaba en condiciones de dar a los defensas italianos una lección sobre la volatilidad de los delanteros argentinos. Por ello, el periodo de adaptación de Batistuta a la camiseta viola fue prácticamente inexistente. En su primera campaña en Serie A, la 1991-1992, marcó 13 goles y facilitó hasta 7 asistencias de gol, terminando la Fiorentina en la posición número 12 de 18, a diez puntos del descenso a Serie B. En Coppa Italia su registro se limitó a 1 gol y una asistencia.

La temporada siguiente, la 1992-1993, aumentó considerablemente sus registros goleadores en todas las competiciones hasta los 19 goles y 7 asistencias en 35 partidos, aunque por desgracia llegó la tragedia. La creciente eficacia de Batistuta no fue suficiente para salvar a su equipo del descenso. Con solo 30 puntos en 34 partidos, una súper Fiorentina confeccionada para clasificarse para posiciones que dieran acceso a Europa, terminó en el puesto 16 de la tabla y cayó a la Serie B. De nada sirvió juntar en una sola plantilla al propio Batistuta, Effenberg, Brian Laudrup, Stefano Pioli y Francesco Baiano.

 

 

A pesar de las ofertas recibidas para hacerse con sus servicios, Batistuta se había aficionado a los fervientes estribillos que salían de las gradas del estadio Artemio Franchi los días de partido, adornando el aire con los cánticos de su nuevo apodo, “Batigol”, y así, sin necesidad de consideración ni consejo, rechazó todos los encantos de la élite europea y prometió su lealtad infalible a los Fiorentini.

El argentino anotó otros 21 goles en liga y Coppa, más 7 asistencias. Aquella Fiorentina, a las órdenes de Claudio Ranieri, se proclamaría campeona de la Serie B 1993-1994 con un cómodo margen de cinco puntos. Los incómodos empates evidenciaron las persistentes debilidades de los viola, pero, a la primera de cambio, la Fiorentina volvió a ser protagonista, armada con un delantero sudamericano brillante, desesperado por medirse con los mejores de Italia tras una ausencia forzada que solamente había servido para concentrar y focalizar aún más su hambre de gol. Además su gran estado de forma le valió para ser convocado con Argentina para disputar el Mundial de Estados Unidos de 1994.

 

 

La historia declara que la temporada 1994-1995, el año de la restitución del Fiorentina a la máxima categoría, Batistuta llegó a su máximo nivel y se convirtió en el goleador más implacable en suelo italiano. En parte también gracias al fichaje estrella de aquella temporada, el portugués Rui Costa, que se convertiría en su complemento definitivo en ataque. Prueba de ello es que el ex del Benfica se convertiría en su máximo asistente de gol, formando una dupla letal.

En ningún lugar del mundo había un rematador que la Fiorentina hubiera cambiado por “Batigol”. Aquella temporada ganaría por fin su primer y único Capocannoniere con un total de 26 goles en Serie A, que eclipsaron las contribuciones de sus compañeros de delantera, e incendiaron Italia. Sin embargo, su equipo solamente pudo terminar en el décimo puesto.

 

 

La temporada siguiente, la 1995-1996, los fiorentini experimentaron un espectacular repunte. Los 19 goles que Batistuta aportó a la causa de la viola contribuyeron a la consecución del cuarto puesto, la mejor clasificación del club en una década, lo que les permitió participar en la Copa de la UEFA de la temporada siguiente. Sin embargo, no competiría en la Copa de la UEFA, ya que la Recopa también esperaba su llegada tras una histórica campaña en la Coppa Italia. Si bien el hijo predilecto de Florencia cedió su Capocannoniere, superado por jugadores como Igor Protti, Giuseppe Signori y Enrico Chiesa en Serie A, ningún jugador se mostró más influyente a lo largo de la campaña de la Coppa Italia.

Pasaron por encima del Ascoli; el Lecce, por los pelos; el Palermo, por los pelos. Solamente se necesitaban tres victorias y la Fiorentina se enfrentaría al Internazionale en semifinales. En el partido inaugural, en casa, un triplete de “Batigol” hizo inútil el consuelo de Maurizio Ganz, y en la continuación, en el Giuseppe Meazza, un cuarto gol en dos partidos permitió al formidable delantero llevar al equipo de Florencia a la final de ida y vuelta.

Allí esperaba el Atalanta. “El Ángel Gabriel» marcó, el Atalanta se tambaleó. En el partido de vuelta se produjo una historia similar. Gabriel volvió a poner su firma indeleble en el marcador, después de que su compañero Lorenzo Amoruso se divirtiera ante la portería, y con ello se ganó el partido, y el trofeo. La Fiorentina levantó su primera Coppa en 20 años.

 

 

Tres meses más tarde, como campeones de la Coppa Italia, los viola saltaron al césped de San Siro para enfrentarse al AC Milan en el primer partido de la Supercoppa de Italia. Como era de esperar, muchos esperaban la victoria de los rossoneri. Pero ni siquiera el campeón del Scudetto, con Costacurta, Baresi, Maldini y Desailly en tareas defensivas, pudo mantener a raya a “Batigol”. El argentino era ya un asombroso experto en desbaratar las defensas más fortificadas, ya fuera por la fuerza o por la delicadeza; Batistuta desplegaba ambas con una facilidad virtuosa. En esta ocasión, el jugador se lució con otra actuación típicamente dinámica y devastadora.

Al abrir el marcador, tras triunfar en un duelo de ingenio contra el capitán rival, Batistuta puso en ridículo a la renombrada defensa del AC Milan. Tras un pase de Sandro Cois, Batistuta se adelantó con una volea medida que superó la cabeza de Franco Baresi. Baresi, que amenazaba con meterse en el área antes de desviarse rápidamente hacia fuera, perdió de vista al delantero y solo lo volvió a ver a tiempo para ver cómo este superaba al impotente Sebastiano Rossi.

A falta de apenas siete minutos para el final, y con el empate de Dejan Savićević, Batistuta se encargó de sentenciar aquella eliminatoria disputada un 25 de agosto de 1996 en una jugada a balón parado. A unos 25 metros de la portería, con las manos en la cadera, Batigol tomó aire y cargó hacia el balón muerto. Su golpe de efecto hizo que Sebastiano Rossi se aferrara de nuevo al aire mientras la red se abría, la masa púrpura estallaba a sus espaldas mientras el delantero argentino gritaba a cámara: “Te amo Irina”. Los “milanesi” habían sido testigos de la magia y del amor viola. Batistuta regresó a casa, a Florencia, con otro trofeo en sus manos.

 

El deseado Scudetto viola que no llegó

A medida que se acercaba el nuevo milenio, crecía la presión sobre la Fiorentina para reclamar la consecución del Scudetto. Lo que comenzó como un susurro de fantasía, con las continuas hazañas de “Batigol” terminó en un rugido cacofónico. Los viola necesitaban un Scudetto.

Sin embargo, la temporada 1996-1997, en medio de las crecientes expectativas y la fractura de las prioridades, la Fiorentina acabó en la novena posición. La temporada no estuvo exenta de ocasionales destellos de felicidad. De vuelta a competir en el continente por primera vez desde la llegada de Batistuta, el mercurial artillero de la Fiorentina se adaptó a las competiciones europeas con facilidad y logró una sucesión de triunfos memorables, marcando en todas las rondas de la Recopa mientras su equipo avanzaba hacia una meta histórica. Hasta las semifinales, en las que el FC Barcelona de Bobby Robson, a la postre campeón, se deshizo de la Fiore y se apagó otro sueño de color violeta.

 

 

Estos éxitos tan efímeros y enloquecedores, temporada tras temporada, decorados con triunfos fugaces y finalmente salpicados de desgarradores fracasos, llegarían a definir los últimos años de la década de los 90 para la Fiorentina, así como los últimos años de la unión del club con Batistuta. Con el paso de las temporadas, el renombre de “Batigol” creció más allá de las costas italianas, liberándose de sus ataduras domésticas. Mientras el amor del Fiorentina por él seguía creciendo, él seguía igualmente entregado a ellos.

La 1997-1998, Batistuta marcó 24 goles en todas las competiciones, suficientes para ayudar a los fiorentinos a terminar en quinta posición en la Serie A y, con ello, a conseguir una plaza en la Copa de la UEFA de la temporada siguiente. La búsqueda del cetro continental la temporada 1998-1999 se saldó con una lamentable desgracia. Estamos hablando de los octavos de final de la Copa de la Uefa contra el Grasshoppers. Tras ganar 2-0 en suelo suizo, los viola se prepararon para jugar el partido de vuelta en el campo neutral de Salerno (el Artemio Franchi fue descalificado por el lanzamiento de objetos al campo). Al final de los primeros cuarenta y cinco minutos, la Fiorentina ganaba 2-1 y veía la clasificación muy cerca. Lástima que durante el descanso los hinchas de la Salernitana decidieran lanzar fuegos artificiales al campo, y explotaron cerca del cuarto árbitro, hiriéndolo. El partido fue suspendido y la federación concedió la victoria al Grasshoppers, decretando así la estrepitosa eliminación de la Fiorentina. Todavía hoy ese episodio sigue siendo una gran injusticia, a la altura de otras muchas que, por desgracia, ha sufrido el club morado a lo largo de los años.

En el ámbito nacional, sin embargo, la Fiorentina arrolló, quedando subcampeona de la Coppa Italia tras el Parma y terminando la temporada de Serie A solo por detrás del AC Milan y la Lazio. Estar tan cerca del éxito y no tener la oportunidad de disfrutarlo, hizo que el final de la temporada fuera más amargo…

 

 

La Fiore dio la bienvenida al nuevo milenio con estilo, mientras se mezclaba con la élite europea en la Liga de Campeones durante la temporada 1999-2000. Como es lógico, ningún jugador vestido de púrpura se sintió más a gusto entre ellos que Batistuta.

 

 

Frente a los grandes rivales ingleses, el sudamericano hizo gala de su mejor fútbol. En la primera fase de grupos, Batistuta puso de rodillas al Arsenal de Dennis Bergkamp y Thierry Henry entre los gritos de “¡Batigol! Batigol!” por parte de otro comentarista, cuando su gol en los últimos minutos del partido, que se estrelló en el techo de la red desde el más agudo de los ángulos, aseguró la victoria en el viejo Wembley.

 

 

Menos de un mes más tarde, Batistuta realizó un truco similar en casa ante el Manchester United, castigando un pase atrás erróneo de Roy Keane para marcar con una velocidad idiosincrásica el gol que ayudaría a los viola a derrotar a otro gigante de la Premier League que, esta vez, resultaba ser el vigente campeón de Europa. Inmortalizado por un puñado de noches gloriosas en el continente, Batistuta rara vez había parecido en mejor forma.

 

 

Sin embargo, en Serie A la Fiorentina no llegó a clasificarse en posiciones de Liga de Campeones y quedó a 21 puntos del campeón de la Serie A en la última jornada de la temporada. A ello hay que sumarle que quedó en cuartos de final de la Copa de Italia. Mientras la Lazio levantaba el trofeo, la Fiorentina la miraba con envidia desde la séptima posición.

 

 

El adiós de un mito de la Toscana

A sus 30 años, y tras nueve temporadas consecutivas como máximo goleador de su equipo, Batistuta vio con asombrosa claridad su última oportunidad de convertirse en campeón de la Serie A, y no le gustó mucho lo que vio: la visión de sí mismo adornado con un color distinto al morado que había llegado a adorar. Podía seguir siendo jugador de la Fiorentina o, según esperaba, podía ganar la Serie A. Parecía imposible que pudiera hacer ambas cosas.

Al final, eligió lo segundo. En el verano siguiente, un traspaso récord de 36 millones de euros lo convirtió en jugador de la AS Roma y, en el clímax de la temporada siguiente, el 17 de junio de 2001, minutos después de asegurar la victoria de su equipo en la liga con un tercer y último gol contra el Parma, Gabriel Batistuta se coronó campeón.

 

 

A pesar de las nueve temporadas sempiternas en Florencia, ningún acto define mejor a Batistuta, en toda su gloriosa dualidad, como “Batigol”, el delantero insuperable, y Gabriel, el hombre mortal, que el día que marcó contra la Fiorentina en Roma. La actuación de un matador, construida con infinidad de astucias y esfuerzos; la abundancia de audacia y destreza necesarias para clavar en la escuadra la más endiablada de las medias voleas desde el borde del área; y la incuestionable adoración de un supuesto adversario; un equipo, una ciudad y un pueblo al que claramente deseaba que nunca le hicieran marcar. Tan poético en su ironía, nunca fue tan claro el amor que Batistuta y la Fiorentina se profesaban como el día en que los derrotó en el camino de hacer realidad su sueño.

“Al final del partido sentí una verdadera alegría porque ganamos tres puntos importantes, pero poco después no pude evitar sentirme muy triste, pensando en todos esos años pasados en la Fiorentina”, opinó Batistuta ante la multitud de periodistas que abarrotaban la rueda de prensa posterior al partido. “Mi familia creció en Florencia. Allí me convertí en lo que soy ahora, y esas son cosas que no se pueden olvidar. Espero que los aficionados viola lo entiendan. Creo que les he presentado mis respetos. El resto lo tengo que juzgar yo. No quería castigar a la Fiorentina. Pero a veces tenemos que hacer cosas que no queremos”.

 

 

Imaginando a Gabriel Batistuta ahora, recostado en su sillón favorito junto a un crepitante fuego de leña, echando de vez en cuando un vistazo a la vitrina en la que se exhiben con orgullo sus innumerables galardones, es difícil imaginarle sintiendo algo más que satisfacción cuando sus ojos se detienen en la medalla de campeón de la Serie A más allá del cristal. Ciertamente, si le hubieran entregado los verdaderos deseos de su corazón, nunca habría sido la Roma con el que subiría a la cima de esa altísima montaña. Pero lo que también es cierto es que el pueblo de Florencia nunca, ni por un momento, le envidiará ni le resentirá por haber perseguido ese sueño, aunque eso significara salirse de los límites de su famosa ciudad.