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Volver: Historia y vida del Club Atlético San Lorenzo de Almagro Vol.2

 

El otro pilar fundamental en el que se sustenta la identidad cuerva es indudablemente el barrio de Boedo. Al contrario de lo que sucede en las grandes capitales europeas, donde sus millones de habitantes tienen compartir un único equipo o, a lo sumo, dos, raro es el barrio de Buenos Aires que no tiene su propio equipo de fútbol profesional. No en vano es la ciudad del mundo con más estadios de fútbol en su área metropolitana. Así, el barrio de La Paternal no se entendería sin Argentinos, ni Parque Patricios sin Huracán o La Boca sin el apellido Juniors (aunque River Plate también se fundase en dicha zona para mudarse después).

Pese a que el nombre completo de San Lorenzo indica que su cuna está en el limítrofe barrio de Almagro, la mudanza gestada por el pater fundador en la década de los 10 asentó al equipo en la que hoy es su casa, con la que comparte la misma identidad y carácter. No en vano sus jóvenes fundadores eran mayoritariamente hijos de obreros y militantes socialistas, una personalidad  que se vería reforzada con el paso del tiempo y la llegada al barrio de numerosos migrantes que enseguida se integrarían en el barrio reforzando su espíritu bohemio, cosmopolita y reivindicativo, expresado a través del arte mediante salas de baile, teatros donde se representaban a precios económicos las mismas obras que en el centro de la ciudad y las murgas, grupos folklórico-musicales similares a las charangas que hacen del de Boedo uno de los carnavales más famosos de la Argentina.

Fue esta férrea y combativa masa social la que en muchas ocasiones despejó con firmeza, como  hace hoy Fabricio Coloccini, la posibilidad de abandonar su lugar para construir un nuevo estadio más moderno lejos de los límites del barrio. Aunque las nubes del exilio ya sobrevolaban el club con cada una de sus crisis financieras en los años 40 y 50, no fue hasta 1960 cuando esta idea comenzó a tomar forma realmente, ya que fue en este año cuando el cabildo de la ciudad, ante el deterioro del templo del ciclón y su localización de privilegio en una zona cada vez más urbanizada y urbanizable, dictó un proyecto de ley para subdividir el predio y construir viviendas en su lugar. Con la idea de desarrollar esta norma, en 1965 la municipalidad donó al club los terrenos que en ese momento ocupaba el Parque Almirante Brown, en los cuales se proyectaría la construcción de una nueva sede social donde se incluiría un nuevo estadio y diversos espacios para la práctica de otras actividades deportivas, sociales y culturales. A día de hoy muchos de los aficionados más veteranos aún conservan las participaciones que acreditan su aportación  económica para financiar tal idea, que al final cayó en saco roto.

 

 

Pese a salvar este “matchball”, la década siguiente hizo tambalearse aún más los cimientos del conocido como “Wembley porteño”. Y no sólo metafóricamente, ya que sus gradas formadas principalmente por tablones de madera se quedaban cada vez más y más obsoletas en comparación con sus estadios vecinos, muchos de los cuales se vieron, al contrario que El Gasómetro, beneficiados de la celebración en el país de la Copa Mundial de 1978, lo que se tradujo en su modernización o nueva construcción con el hormigón ya como material principal.

Pero no era la estructura del templo «sanlorencista» la única que estaba en serio peligro de derrumbe. Y es que todo el orden político-institucional de un país que en su época había sido  receptor de migrantes procedentes de Europa, algo que hoy a más de uno puede parecerle el mundo al revés, fue poco a poco tambaleándose hasta el colapso. Como prólogo, sirvió la llegada al poder del militar Agustín Lanusse en 1971, con quien inició una década de acoso y derribo sobre la hinchada y el predio azulgrana, comenzada desde su gobierno con la idea de construir una autopista que, curiosamente, debía pasar justo por el centro del campo, partiendo en dos el Viejo Gasómetro.

Aunque la brevedad del gobierno de este comandante en jefe (apenas 26 meses) no le  permitiera ejecutar sus planes sobre Avenida La Plata, en 1976 un Golpe de Estado encabezado por el Comandante Jorge Rafael Videla llevaría a la instauración de una dictadura cívico-militar que buscaría, a través de su “Proceso de Reorganización Nacional”, ubicar a Argentina en el mundo “occidental y cristiano”. El resultado de este “Proceso”, consistente en una sistémica  violación de los derechos humanos, comisión de delitos de lesa humanidad y la aplicación del terrorismo de estado (supongo que en aplicación de los valores occidentales y cristianos), fue la generación en las Islas Malvinas de uno de los conflictos militares más relevantes de nuestra era y una cifra general de más de 30.000 víctimas entre torturados, ejecutados, secuestrados y  desaparecidos a manos del Estado.

Y aunque humanamente el valor de la pérdida puede que no sea comparable, la dictadura militar  también se llevó por delante el hogar de los corazones cuervos. No es de extrañar que el carácter  abierto, vanguardista y alternativo de los boedenses chocase frontalmente con las ideas arcaico casposas aplicadas bajo uniformes verdes y botas de campaña. Es más, por si fuera poco, una  de las primeras apariciones públicas de las Madres de la Plaza de Mayo, el grupo de madres y otros familiares que aún a día de hoy claman semanalmente en la plaza que les da nombre por  las víctimas cuyo rastro se esfumó con la dictadura, se produjo precisamente en el Viejo Gasómetro en 1977.

 

 

Como cabe prever, los militares activaron toda su maquinaria, llegando el intendente local Osvaldo Cacciatore a amenazar con “pasar una topadora” por encima de la cancha y a amenazar públicamente a los dirigentes para que San Lorenzo vendiera los terrenos. Aunque no llegó a ir tan lejos, si decretó diversas ordenanzas por las que debían ser ampliadas las calles colindantes al estadio, derribándose este en consecuencia y construyendo en su lugar nuevas viviendas, una  escuela y zonas comunitarias. Un proyecto que prometía beneficiar tanto a San Lorenzo, que podría aliviar sus penurias económicas, como al barrio. Prometía.

Así, año tras año, cada vez que la temporada futbolística llegaba a su fin se especulaba con que esos podrían ser los últimos partidos del club en su hogar histórico. Hasta que el 2 de diciembre  de 1979 El Gasómetro era “obligado a jubilarse” por los milicos con un empate a cero entre San Lorenzo y Boca Juniors que suponía el fin del fútbol en Avenida La Plata hasta nuestros días.

Comenzaría entonces el éxodo por el desierto de una de las aficiones más pasionales del mundo, quienes a partir de ese momento llenarían las canchas de sus rivales históricos, que su equipo  se veía obligado a alquilar para jugar de local, como la de Huracán, Vélez o Boca Juniors. Y ya que las desgracias nunca vienen solas, verían como poco más de un año después de perder su estadio San Lorenzo se convertía en el primero de los cinco grandes argentinos en descender a la Segunda División.

El club parecía herido de muerte, pero sus hinchas se encargaron de demostrar que estaba más vivo que nunca batiendo todos los récords de asistencia de la liga argentina pese al descenso y  jugar todos sus partidos de “visitante”, logrando que el paso por el infierno solo durase una temporada.

Mientras tanto, el Viejo Gasómetro seguía en pie aunque su uso como estadio de los cuervos se impedía, siendo fuertemente reprimidas las marchas de los aficionados con tal reclamo. Ya en 1983 el club, ahogado económicamente, vendió la parte del terreno que aún era de su titularidad y no había sido donado forzosamente a la Municipalidad por una cantidad cercana al millón de dólares a una entidad apócrifa, es decir, cuya autenticidad fue estimada como falsa.

 

 

Días después de esta operación, las ordenanzas que proyectaban la urbanización de la finca azulgrana fueron derogadas y la dudosa sociedad pudo, libremente, transmitir su propiedad a Carrefour por una cifra ocho veces mayor a la percibida por el club. De esta forma, lo que durante décadas había sido un templo del fútbol se veía convertido en un centro comercial y la ilusión de volver a Boedo parecía perdida para siempre.

Pese a que el éxodo se haría largo y doloroso, debe afirmarse que si San Lorenzo pudo  mantenerse en pie ante tantos golpes recibidos fue por la fe con la que los hinchas decidieron  sostenerlo y acompañarle en los múltiples estadios que tuvo que usar como local. Incluso  disfrutaron de algún oasis en mitad de todo este desierto, como la quinta de los “camboyanos”, bautizada así (de forma un tanto racista) en referencia a la absoluta precariedad que rodeaba al club y que consiguió que San Lorenzo volviese a pelear por el título liguero a finales de los ochenta.

Y al fin, tras más de catorce años sin un hogar propio aguantando las cargadas de los rivales,  quienes se solidarizaban con la situación del club cantando consignas como “San Lorenzo no paga el alquiler”, gracias a una austera gestión que regateaba las penurias económicas con más acierto que sus propios delanteros, el 16 de diciembre de 1993 las cuervos inauguraron su nuevo nido, o mejor dicho, el “Nuevo Gasómetro”. Este podría ser el final de la historia, de no ser porque los terrenos donde se localiza el actual estadio y también la ciudad deportiva de San Lorenzo no forman parte de Boedo sino del Bajo Flores, a unos 40 minutos andando (Google Maps dixit) del número 1700 de Avenida La Plata, lugar que por derecho la afición azulgrana  nunca dejó de reclamar.

De todas formas, con la cancha propia San Lorenzo no sólo recuperó parte de su orgullo sino también emociones que parecían olvidadas, como la de celebrar campeonatos en su casa y con su hinchada, lo que pudo lograr tras la conquista del Clausura 1995 y la Copa Mercosur (embrión  de la actual Sudamericana) en 2001. Aunque mientras tanto las serpientes volviesen a  avecinarse sobre el nuevo edén azulgrana.

 

 

Y es que en Argentina, al contrario de lo que sucede en la mayor parte del mundo, los clubes  siguen siendo puramente eso, entidades con múltiples secciones deportivas hechas para el  disfrute de los socios, quienes deciden su futuro y eligen a sus dirigentes. San Lorenzo no era una excepción hasta que, basándose en la idea mil veces fracasada de que el control privado alivia la economía de los conjuntos, su directiva se reunía el 30 de noviembre de 2000 para acordar el “gerenciamiento” del club. Es decir, su privatización.

A las afueras del estadio, centenares de aficionados se reunían con la firme convicción de que  otra vez no, no volverían a quitarles lo que es suyo. Y tras horas de protestas, cánticos y varias  cargas policiales con disparos de pelotas de goma y gases lacrimógenos que recordaban a  penosos tiempos ya sufridos, la gloriosa consiguió una victoria que otros clubes argentinos y la  mayoría en todo el mundo no pudieron lograr, continuar siendo ellos quienes decidan sobre el  futuro y el bienestar de su pasión.

Pero la lucha de la parroquia boedense no terminó ni mucho menos al asegurarse el control de su club. En sus corazones el hogar de San Lorenzo no podía ser otro que el barrio de Boedo y, en  consecuencia, comenzaron a organizarse para recuperar costase lo que costase su lugar en el  mundo, batallando una guerra inédita en la historia del fútbol que se prolongaría por más de  una década y que encabezaría, entre otras muchas agrupaciones y peñas, la Subcomisión del Hincha de Adolfo Res.

Como puede imaginarse, la voluntad política e institucional de remover los vestigios de la dictadura militar y de enfrentarse a una multinacional tan importante como Carrefour era totalmente nula. Pero la hinchada azulgrana, tan acostumbrada a las adversidades, consiguió ver una ventana abierta donde sólo aparecían puertas selladas, reclamando la restitución por  una vía que conocían perfectamente al haberla sufrido en sus propias carnes, la del decreto  municipal.

Así, en primer lugar y tras la aprobación del proyecto de Reparación Histórica impulsado por la Subcomisión del Hincha, el ayuntamiento de Buenos Aires reconocería el derecho de San  Lorenzo sobre los 4.500 metros cuadrados de la plaza Lorenzo Massa, que habían sido  forzosamente donados a la intendencia militar. Pese a que solo suponían una pequeña parte del  total de los terrenos despojados al club, la victoria en esta batalla sería enormemente simbólica, ya que en dicho lugar terminaría construyéndose el Polideportivo “Roberto Pando”, permitiendo que la pelota volviese a rodar en Boedo con San Lorenzo jugando de local en sus viejos terrenos  aunque no fuese al fútbol, sino a las múltiples disciplinas que componen la entidad como el básquet, el futsal o el voleibol.

 


Alfonso Rodríguez García