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El hombre que pudo reinar… y no quiso, Jorge «Mágico» González

 

Dos modelos bien diferenciados: dureza contra toque

A principios de los 80, el fútbol parecía debatirse entre dos modelos claramente opuestos: por un lado, el fútbol brusco, directo, e incluso violento, con jugadores muy físicos, de muslos enormes y pantalones pitillo de la época, que no dudaban en lanzarse al barro a cazar piernas, y por otro lado, el «jogo bonito», de talento sudamericano, mezcla de técnica individual con combinación colectiva, claramente representado por la Brasil del 82, del Naranjito, con jugadores como Sócrates, Cerezo, Falcao y Zico. Desde finales de los setenta, Europa vivía la hegemonía del fútbol inglés con los triunfos en la Copa de Europa del Liverpool, el Nothingham Forest (el único equipo con más Copas de Europa, dos, que Ligas, una) del brillante y excéntrico Brian Clough, y el Aston Villa. Solamente el Hamburgo y la Juventus de Platini pudieron frenar el poder anglosajón.

 

 

España, por su parte, superada la decepción de 1978 con el error de Cardeñosa, pasó de la ilusión previa al Mundial en la más profunda decepción ya presagiada con un empate a 1 contra Honduras en el primer partido de su Mundial. Mientras tanto, en la Liga, se vivió por última vez el dominio vasco de donostiarras y bilbaínos por encima de Barça y Madrid. Aquellas primeras ligas de los 80 fueron de crudo recuerdo azulgrana con el secuestro de Quini y las lesiones de Schuster, primero, y Maradona después, por la contundencia defensiva de Andoni Goikoetxea, del Athletic de Bilbao. Precisamente, leones y culés representaban claramente los dos modelos imperantes del momento: la fortaleza y contundencia defensiva de los de Clemente contra el talento y el juego de toque que propugnaba Menotti y que Maradona trasladaba al campo. El nefasto final de la final (valga la redundancia) de la Copa del Rey de 1984 es el ejemplo más claro de dos modelos claramente opuestos.

A principios de 1984, sin embargo, justo cuando Maradona volvía a los campos después de la grave lesión en el tobillo que le provocó Andoni Goikoetxea, sorprendía haciendo unas declaraciones a un periodista en la que afirmaba que él no era el mejor jugador del mundo. Ciertamente, faltaban dos años para que el «Pelusa» se convirtiera en D10S, alzando la Copa del Mundial de México, después de levantar la mano de dios contra Inglaterra o hacer el gol del siglo minutos después. Entonces, si el mismo Maradona – a 1984- consideraba que no era el mejor jugador, ¿quién podía ser? ¿Platini de la Juventus, Sócrates o Zico de la canarinha? Ninguno de ellos. Maradona sorprendió diciendo que el mejor jugador del mundo era un jugador salvadoreño de nombre Jorge González y que sorprendentemente ¡jugaba en el Cádiz CF!

 

El «Mágico» González

El Mundial del Naranjito, en una España con una renovada y entonces ilusionante democracia, fue el primero en contar con 24 selecciones, y también por primera vez, de todos los continentes. En la talentosa «canarinha» que tan buen recuerdo dejó en Sarrià, se sumaban las selecciones de siempre: Italia y Alemania Federal (las finalistas), la Francia de Platini y una Argentina que ponía todas sus esperanzas en Maradona (fichado por el Barça justo unos días antes del inicio del Mundial) para renovar el título logrado 4 años antes contra la Naranja Mecánica de Neeskens (que no la de Cruyff) en pleno inicio del régimen de Videla. España, por su parte, soñaba en emular la selecciones de Inglaterra del 66, de Alemania Federal del 74 y de Argentina del 78 de ganar el Mundial de casa, pero su participación fue muy mediocre.

El cuadro de selecciones también lo completaban modestos equipos como Kuwait (famoso por la irrupción del hermano del emir en el césped por una protesta arbitral en un partido contra Francia), Nueva Zelanda, Honduras y una sorprendente El Salvador que pasó con más pena que gloria por España, llevándose una contundente derrota por 10 a 1 ante una Hungría que nada tenía que ver con la temida y mágica selección de principios de los 50 con Puskas, Czibor y Koksa entre otros. A pesar de las tres derrotas, una de ellas contra Argentina, hubo un jugador salvadoreño que destacó sumamente: el «Mago» González. En un Mundial con jugadores de la talla de Maradona, Sócrates, Zico, Rossi, Platini o Rummennigge, hubo quien tuvo tiempo para descubrir un nuevo talento venido de Centroamérica, zona poco propensa a estos talentos, que, a pesar de perder los tres partidos, fue elegido en el once ideal.

 

 

 

Inmediatamente después del Mundial, que entonces era un escaparate para muchos jugadores en un mundo aún por globalizar, equipos como el París Saint Germain o el Atlético de Madrid quisieron hacerse con los servicios del «Mago» González, pero ya desde el inicio, José mostró en Europa que su enorme talento no iba precisamente ligado a una enorme profesionalidad. A pesar de tener un acuerdo apalabrado con el equipo parisino, no se presentó a la firma de contrato y, sorprendentemente y surrealista, optó como destino para las tierras gaditanas, más cercanas a su carácter bohemio y nocturno.

Como dijo el gran Kiko, la joven perla gaditana que compartió vestuario con el Mágico a principios de los noventa, para este «la diversión estaba por encima de la ambición». Lo más sorprendente es que cuando «Mágico» fichó por el Cádiz CF, este militaba en la ¡Segunda División! «Quiero empezar en el fútbol español por la Segunda División y dar el salto a Primera con más garantías. El Cádiz CF me puede servir de trampolín», manifestaba el flamante fichaje gaditano en el diario local el 28 de julio de 1982.

 

 

Un talento dormido

Rápidamente, José González pasó de ser el «Mago» a convertirse en «Mágico» González y llenar de amarillo las gradas de un Carranza ansioso de su juego comparable al de los míticos «Garrincha» o George Best. Sin embargo, el talento dentro césped, sumaba un descontrol personal fuera del terreno de juego (y en eso también se parecía a los cracks brasileño y norirlandés). Ávido de vida nocturna, sus indisciplinas eran incontables y en la tacita de plata todos lo conocían, fueran los trabajadores de la discoteca, la gasolinera o la pollería donde a las tantas de la noche pedía un pollo asado frío. Él era consciente de su talante y lo manifestó varias veces: «Yo siempre he respetado el fútbol, ​​pero no me he respetado a mí» o «Reconozco que no soy un santo, que me gusta la noche y que las ganas de juerga no me las quita ni mi madre. Sé que soy un irresponsable y un mal profesional, que estoy desaprovechando la oportunidad de mi vida. Lo sé, pero tengo una tontería en el coco: no me gusta tomarme el fútbol como un trabajo. Si lo hiciera no sería yo. Solamente juego para divertirme».

Durante dos temporadas, 1982/83 y 1983/84 los aficionados del Cádiz CF se debatían entre apoyar a un fenómeno extraordinario que los llevó a momentos de gloria y ponerlo a la altura de un torero o de Camarón, o castigarle, como probó de hacer el pobre entrenador David Vidal. Hartos de sus indisciplinas continuadas, la directiva del Cádiz CF quería deshacerse de su crack, y fue entonces cuando surgió una oportunidad única, tanto por el club como para el jugador, que desgraciadamente también desperdició.

 

Una surrealista gira del Barça en Estados Unidos

A finales de mayo de 1984, un desdibujado Barça de Menotti, que había sufrido la dureza del Athletic de Bilbao días antes en una nefasta final de Copa del Rey – ya citada-, realizó una sorprendente gira por Estados Unidos. El «Flaco» ya había manifestado su voluntad de abandonar el banquillo culé a finales de temporada, y, después de la segunda negativa de Bobby Robson, por recomendación de este, ya se tenía fichado a Terry Venables.

Para más surrealismo, la corta gira por los Estados Unidos se realizó en plena competición de la Copa de la Liga (de corta historia), con jugadores a la selección española preparando la Eurocopa y con Schuster lesionado. En Estados Unidos, para disputar la llamada Trasatlántica Cup, aparte del «Mágico» González, se añadió Mario Husillos del Real Murcia que en el primer partido marcó los tres goles del Barça, inútiles, ya que perdió 5 a 3 contra el New York Cosmos de Neeskens. Mario Husillos merece un artículo aparte, ya que junto con Ronaldo Nazario son quizás los dos únicos jugadores que han marcado un «hat-trick» vistiendo la camiseta azulgrana y la blanca del Bernabéu. Ironías del destino, Mario volvió a coincidir con «Mágico» en el Cádiz de las temporadas 1989/90 y 1990/91.

 

 

En la final de consolación, el Barça empató a 2 contra el Fluminense, con un gol del «Mágico» González, y ganó por penaltis. De forma excepcional y surrealista, se ajustaron dos talentos inigualables con la elástica azulgrana; Maradona y el «Mágico» González. El argentino y el salvadoreño brillaron en campos inundados y de moqueta. Pero tanto Diego como José no tenían cabida en aquel Barça. El Pelusa ya miraba hacia Italia y, aunque sonaba la Juve a cambio de Zico, prefirió Nápoles (la Cádiz particular del Pelusa) para convertir aquel equipo en leyenda. El «Mágico», por su parte, desperdició la oportunidad azulgrana con una más de sus travesuras.

 

La alarma del hotel enciende la alarma de la directiva blaugrana

Muchas de las anécdotas de los jugadores (sobre todo cuando se habla de su relación con la fiesta y el arrebato) tienen parte de cierto y parte de mito. Sea como sea, durante la breve gira americana, cuando los jugadores se encontraban en el hotel para dormir, saltó la alarma de incendios del hotel. Dicen que fue una broma de Diego Armando. Todos salieron del hotel con excepción del «Mágico», que tenía fama de nocturno y dormilón a más no poder. Cuando los bomberos llegaron a su habitación se le encontraron acompañado de una camarera del hotel. La alarma del hotel había encendido la alarma de la directiva azulgrana que no quería indisciplinas como esta. Este hecho fue suficiente para valorar que era mejor no fichar al «Mágico», por miedo a vivir algo similar al vivido con el Pelusa. Y el salvadoreño se volvió hacia Cádiz.

Un «maverick» en tota regla

El «Mágico» González era un «maverick» en toda regla, en la línea de grandes jugadores como «Garrincha», George Best, Maradona, Romário, Ronaldinho, Gascoine y tantos otros que ha habido y habrá. El término «maverick» define a aquella persona inconformista, rebelde, que se sale de la norma. En el mundo del fútbol, ​​los «mavericks» son aquellos que no aceptan la disciplina, el esfuerzo y se les suele asociar al mundo de la fiesta y el arrebato nocturno. Muchos aficionados tienden – no sin razones- decir que son jóvenes disparatados que malgastan el dinero que tienen y su talento. Así, muchos recordamos la famosa frase de Best: «Gasté mucho dinero en coches, mujeres y alcohol. El resto de dinero, lo malgasté».

Pero «Mágico» quizás fue el más «maverick» de todos, el más rebelde y el más modesto. Podría haber optado por jugar en grandes clubes, embolsarse mucho dinero y gastarlo a su gusto. Pero optó por la modestia del Cádiz dos veces. Sí, dos, porque durante unos meses de la temporada 1984/85 jugó en el Real Valladolid (9 partidos y 2 goles) para volver a la calidez gaditana para quedarse hasta el 1991 con un contrato que tenía en cuenta y previsión las multas por incomparecencias e indisciplinas. Cuando firmó su segundo contrato, «Mágico» pensaría que no cobraría lo suficiente para poder pagar todas las multas que le llegarían. Sea como sea, en esta segunda etapa, «Mágico» volvió a hacer lucir el mejor amarillo que ha visto nunca el Carranza con su famosa «culebrita macheteada», un regate similar a la cola de vaca de Romário.

 

 

El único gran jugador que no perteneció a ningún gran equipo o gran selección

Casi todos los grandes jugadores de la historia han jugado a un gran equipo o una selección ganadora. Pelé en el Santos y la canarinha, Di Stefano en el Madrid, Cruyff en el Ajax, Barça y la Naranja Mecánica, Franz Beckenbauer en el Bayern y con la selección alemana, … Incluso, muchos de los «mavericks» son recordados por su rebeldía dentro grandes clubes o selecciones: la cola de vaca de Romário, la sonrisa de «Ronaldinho», el cuello alto de Eric Cantona, patada incluida al espectador, con el Manchester, y tantos otros casos.

El «Mágico» es seguramente el mejor jugador de la historia del fútbol que nunca ha militado en un gran club o selección. Y esto lo hacía – y lo hace – único. Ahora que disponemos de canales virtuales como YouTube, vale mucho la pena buscar sus mejores goles, muchos de los cuales no se recuerdan sencillamente porque vestía con la amarilla del Cádiz CF. Sus goles contra el Racing, el Valencia o el Barça en el Camp Nou nada tienen que envidiar a los de Maradona contra Inglaterra y Bélgica en México 1986, el de Ronaldo (el brasileño) contra el Compostela, al de Romario dejando retratado a Alkorta o Messi a Boateng. El Mágico era muy bueno, pero la historia futbolística no puede permitirse el lujo de olvidarlo.

 

 

No era el momento

En el mundo del fútbol, ​​además de talento, es necesario que las circunstancias te vengan de cara. Cuando el «Mágico» González hizo la gira con el Barça por los Estados Unidos, el Flaco Menotti ya había decidido abandonar la entidad culé, y Maradona alargaba la agonía antes de confirmar su marcha a Nápoles. En un santiamén, el Barça hizo un cambio de modelo brusco. Del fútbol de toque y fantasioso de Menotti y Maradona (y al que se podría haber añadido el «Mágico» si su coco se lo hubiera permitido) se pasó a optar por un modelo inglés con Terry Venables en el banquillo y el querido Steve Archibald en la delantera en lugar de otro centroamericano que se dedicaría a hacer volteretas y chilenas con el eterno rival y que se llamaba Hugo Sánchez. El Barça de Núñez cedió al modelo inglés de la presión de los delanteros y las líneas más juntas y abandonó el fútbol de toque. Después de Archibald, llegarían Hughes (que nunca se adaptó a la liga española) y el simpático Gary Lineker.

Sin embargo, la liga ganada por el Barça el 84/85 fue un espejismo, ya que el fútbol comenzaba a vivir una revolución y a resolver un debate iniciado a principios de los 80, y que a la vez iniciaba este artículo: entre el juego duro, directo y físico inglés o la fantasía individual y colectiva sudamericana (y centroamericana, también), surgieron tres equipos míticos que encontraron una solución que celebraba el toque combinativo y el talento individual combinado con varios modos de defender: el Madrid de la Quinta del buitre, el AC Milan de Sacchi y los tres holandeses (Van Basten, Gullit y Rijkaard) y el Dream Team culé de Cruyff. El fútbol de «tiki taka» venía para quedarse definitivamente. Quizás las 3 M (Maradona, Menotti y Mágico) llegaron demasiado pronto al Barça. Estaban adelantados a su tiempo.

 

 

Un crack difícil de olvidar

El «Mágico» González es el único jugador centroamericano reconocido al Salón de la Fama de la FIFA. «Mágico» representó para el Cádiz CF, lo mismo que el Cádiz representó para él. Retornó a El Salvador en 1991, pero todavía recuerda la «tacita de plata». Y a la inversa, los aficionados gaditanos no le olvidan, generación tras generación. Una de las famosas chirigota decía lo siguiente del crack salvadoreño:

“Loco porque pudo ser, pelotero

de glamour y de cuché, y no quiso.

Sé de un loco que al viejo Garrincha

Con un taconazo le pasa el balón

Y sin pedirle permiso.

Y cuando le dio la gana,

A golpe de filigrana,

A la afición más pagana

Convirtió a la religión,

La de los cadistas buenos;

Los viernes al nazareno,

Y los domingos al terreno

Del greñudo del balón”.

 

24-03-1985

El fútbol con frecuencia tiene cierres de círculos bien curiosos, a veces crueles, a veces simpáticos. El 24 de marzo de 1985 no es una fecha cualquiera para la historia culé. Después de muchos años infructuosos, el Barça de Venables se presentaba en Valladolid dispuesto a sentenciar la Liga y ganarla 11 años después de la de Cruyff. La semana anterior, el Barça había perdido 1 a 0 en el campo del Hércules y los fantasmas de las ligas perdidas de principios de los 80 volvían a aparecer. El Barça tenía que ganar y se adelantó gracias a un gol de Clos en el minuto 8, pero cuatro minutos más tarde un tal «Mágico» González que había llegado a la frialdad pucelana desde la cálida Cádiz, marcó un extraordinario gol de falta directa que dejó congelada la afición azulgrana.

En la segunda parte, Alexanco volvía a adelantar a los azulgranas y cuando ya estaban a punto de celebrar la Liga, a falta de 3 minutos para la finalización del partido, el árbitro señaló penalti contra el Barça. El buen aficionado culé recuerda la parada de Urruti, el famoso «Urruti t’estimo (Urruti te quiero)!» del comentarista catalán Joaquim Puyal y la botifarra del portero en señal de alegría, después de abrazarse a Gerardo. ¿Pero quién tiró el penalti por Valladolid? El «Mágico» González, un jugador excepcional que hubiera podido reinar … pero no quiso. Así de difícil y sencillo de entender y aceptar.

 

Un legado que no se atura

La relación del «Mágico» González con el Barça tuvo un capítulo final. En 2003, justo un año después de la retirada del salvadoreño de los terrenos de juego, el equipo gaditano quererle rendir homenaje e invitó un Barça en crisis con Radomir Antic en el banquillo y jugadores que marcarían una época pocos años más tarde: Valdés, Puyol, Xavi y un joven de 19 años llamado Andrés Iniesta. Precisamente, el de Fuentealbilla sufrió una de las últimas genialidades del crack cuando con un ligero toque, el «Mágico» González hizo pasar el balón por un lado y superó a Iniesta corriendo por el otro. El joven Andrés tomó nota de este regado y lo utilizó varias veces en su dilatada y triunfadora carrera. Trucos que se aprenden de magos a magos.

 

 


Jaume Clavé Escofet