El 1 de diciembre de 1994, CA Vélez Sarsfield venció al AC Milan por 2 a 0 en la Copa Intercontinental disputada en el Estadio Nacional de Tokio. Roberto Trotta de penalti, y una pirueta inolvidable del «Turco» Asad, le dieron la gloria máxima al conjunto entrenado por Carlos Bianchi. «Vélez es un barrio. Y que un club de un barrio salga campeón del mundo, para muchos, era una utopía. Menos para nosotros. La utopía se convirtió en realidad», recuerda el entrenador argentino.
Los rossoneri de Fabio Capello, venía de levantar la Copa de Europa tras derrumbar el mítico Dream Team de Johan Cruyff en Atenas, mientras que el Fortín había ganado en la Copa Libertadores al São Paulo de Telê Santana.
Vélez formó con un once compuesto por Chilavert; Almandoz, Trotta, Sotomayor y Cardozo; Basualdo, Gómez, Bassedas y Pompei; Flores y Asad. Mientras que el Milan lo hizo con Rossi; Tassotti, Baresi, Costacurta y Maldini; Albertini, Desailly, Donadoni y Boban; Savićević y Massaro. Carlos Bianchi contra Fabio Capello, ¡qué partido!
«Cuando fuimos a Japón a jugar contra el Milan, estábamos tranquilos, sabíamos que cada uno debía cumplir con su obligación y que no podíamos fallar. Los jugadores del Milan nos subestimaban… En el túnel, los tanos nos miraban por arriba del hombro y se reían. Entonces encaré al arquero, Sebastiano Rossi, que medía 1,98 y le dije: ‘Eres el peor portieri del mundo, ¿de qué te reís? Hoy les ganamos’. Apenas me di vuelta, miré a mis compañeros y les grité: ‘Hay que cagarlos a patadas’. Así fue: salimos campeones del mundo porque teníamos un equipazo», relata José Luis Chilavert.
Una hora y media antes del pitido inicial, nadie se hubiera atrevido a pronosticar que Vélez estaría en condiciones de plantar cara a un Milan repleto de estrellas. Solo Bianchi y sus discípulos creían que la hazaña era posible.
«Había mucha diferencia, en todos los sentidos. Ellos estaban vestidos de traje, nosotros llegamos con ropa deportiva. Parecían altos, gigantes, imposibles. Estaban Bovan, Desailly, Maldini… En aquel momento lo veíamos tan lejano todo, que tal vez lo estoy agigantando», recuerda Bassedas. «Parecía que estaban vestidos por Armani. Solo les faltaban los relojes Bvlgari…», contó el DT, años más tarde.
Los primeros 45 minutos de la final mostraron al mundo el porqué el Milan había aplastado 4-0 al Barcelona. Vélez tuvo que mostrar ímpetu para no sucumbir ante el acoso de un rival demoledor. A Asad, quien junto con el «Turu» Flores eran los tanques con los que las huestes del Virrey intentaban llevarse todo por delante, le tomó menos de cinco minutos ganarse el respeto del célebre Franco Baresi, a quien muy temprano le pegó un empujón que lo mandó contra las vallas publicitarias. El líbero entendió que aquel muchacho de 23 años no venía a pedirle la camiseta al final del partido.
«El partido fue complicado. Al principio, Chilavert tuvo dos o tres intervenciones que nos dieron la posibilidad de aguantar el resultado. Después lo emparejamos, pudimos imponer nuestro juego. Y lo ganamos bien, con el principal mérito que tenía ese equipo: la fortaleza mental. Siempre en alto, ese era nuestra principal virtud. Con el liderazgo de Bianchi, que marcó la década del 90 en la historia de nuestro fútbol», explica, con lógica, Bassedas.
El campeón de la Copa Libertadores salió indemne de esos primeros tres cuartos de hora infernales de predominio italiano. Tras superar los nervios del arranque y a los 5 minutos del tiempo extra uno de los precisos centros de Chila hizo blanco en Pepe José Basualdo, quien lanzó un centro al corazón del área para el «Turu» Flores, que fue derribado por Costacurta. Roberto Trotta se hizo cargo del penal y doblegó a Sebastiano Rossi con un disparo al medio del arco.
El gol le otorgó tranquilidad a Vélez, que así y todo necesitó de los reflejos de su ángel de la guarda Chilavert para contener una clara ocasión de Massaro. Los de Capello procuraron empujar a su oponente contra su portería, pero se encontraron con un golpe letal para sus aspiraciones: el segundo gol, a cargo del «Turco» Asad. “El gol lo hice gracias a (Roberto) Pompei y al «Turu», que apretaron a dos lados diferentes y obligaron a moverse a Costacurta. Yo veo la jugada y me anticipo. Pico a mil por hora, me llega la pelota y se me venía el arquero. La toco y me pongo flojito porque pensé, todo en milésimas de segundo, que si él me toca me cobran penal. Y no me tocó. En el aire vi que estaba el arco solo, caigo con el pie derecho, me apoyo con el izquierdo, me acomodo, me apoyo otra vez con el derecho, giro, le pego de media vuelta y entra en el segundo palo”.
Tras el pitido final, todo fue alegría para el conjunto de Liniers. Sin embargo, más allá de los festejos, Trotta tenía en la cabeza otra cosa: “Mi ídolo es Baresi. Saludarlo en la final con el Milan fue tocar el cielo con las manos. Cuando terminó el partido, le pedí la camiseta y no me la quería dar. Se la pedí por favor y me quedé parado al lado de él. Me la terminó tirando porque no me soportaba más. Yo le terminé dando la mía, pero no sé si se la quedó”.
Capello identificó esa derrota como la peor de su rica carrera de técnico. Vélez, en cambio, vivió ese triunfo como la mayor satisfacción de su historia. No era para menos: no todos pueden darse el gusto de saberse el mejor equipo del mundo. «De una sola cosa me lamento en mi vida deportiva: la derrota en la Copa Intercontinental contra los argentinos de Vélez» se lamentaba años después Capello.
«Al Milan le ganamos porque no nos conocían. A veces la soberbia mata y a ellos les jugó en contra. No sabían lo que podíamos dar nosotros. Cuando uno subestima y le ganan, esa derrota no se la olvida más”, aseguró el exdefensor, Trotta, capitán de aquel equipo y autor del primer gol velezano en el Estadio Nacional de Tokio. El otro gran triunfador de la noche fue Omar «El Turco» Asad que fue nombrado mejor jugador del partido.