Sócrates en el Sport Club Corinthians Paulista no solo se convirtió en todo un ídolo futbolístico para los aficionados del Timão con 298 partidos, 172 goles y 3 campeonatos paulistas, sino también en el impulsor de la conocida como Democracia Corinthiana. Un sistema revolucionario que se instauró durante dos años en el club, y que permitía a todos sus integrantes poder votar para decidir el método de trabajo, los sistemas de juego, los horarios de entrenamiento y la distribución del dinero.
Aquel Corinthians en esos dos años de luminosidad democrática convocó a las mayores multitudes en los estadios de Brasil. Obró posible el milagro de ganar dos veces seguidas el Campeonato Paulista y ofreció el fútbol más vistoso de todos. Pero todo aquello llegó tras una grave crisis deportiva y enfrentamientos graves con la afición. “Los hinchas querían pegarle a Sócrates y a todos los jugadores. Taparon la salida del autobús y tuvieron que estar más de dos horas en el vestuario. Sócrates dijo: Esto no va a quedar así. Después de ese partido, Corinthians ganó una serie de partidos y todos con goles de él. No celebraba los goles. En el segundo o tercer partido, cuando la torcida se dio cuenta, fueron a buscarlo. ¿Cómo voy a gritar los goles? ¡Hace dos semanas querían pegarme y ahora quieren abrazarme! Conmigo no es así”, lo explicaba el periodista brasileño Juca Kfouri años después.
Sus dotes de líder, con abundantes aires de grandeza que lo traicionaban a menudo, le condicionaban el sentido de la realidad que le rodeaba, algo que a la larga le acabó costando muy caro y que junto a su adicción al alcohol acabaron con él. “Siento que soy especial, pero no puedo explicarlo. Le tuve miedo a esto desde chico. Siempre estuve obligado a ser el mejor hasta que fui a la Universidad. Solamente después del examen de ingreso decidí dejar de intentar ser el mejor para convertirme en el mismo que todos los demás. Quieren que el jugador solamente juegue. No puedes pensar, ni participar, nada. No puedes ir a un bar a tomar una cerveza con amigos, no puedes ir a ver un show, una película, y mucho menos tener una opinión política. Porque todos saben que el jugador tiene una tremenda influencia política. Solamente el mismo jugador no lo sabe. Y siempre podan en la raíz. Si reaccionas, pierdes tu trabajo. Y si los máximos dirigentes lo quieren, ya no juegas en ningún lado”, le confesó el propio Sócrates a la revista Placar en abril de 1983.
El Doctor grabó discos musicales, produjo obras de teatro, se animó a actuar en televisión, escribió un libro sobre la Democracia Corinthiana, fue comentarista televisivo y un hombre de consulta habitual para Lula durante su presidencia, con quien compartía largas horas de diálogo desde el nacimiento del Partido de los Trabajadores (PT) a comienzos de los 80. Probó como entrenador de fútbol, intentó con el tenis y hasta fundó un centro médico enfocado al deporte. Pero con todo ello jamás recuperó esa adrenalina democrática que disfrutó en el Corinthians, ni tras su marcha a la Serie A por dinero, algo que acabó rompiendo su imagen de persona con fuertes convicciones e ideales, a pesar de que lo intentó argumentar. “Nadie entenderá lo que digo, ya que nadie vive lo que yo vivo. No somos los dioses que la gente quiere que seamos. Por eso no me gusta la palabra “ídolo”. Para mí lo más importante no es ni la fama ni el dinero. Por eso no quería ir a Italia y mucha gente no lo entiende. Si estuviera seguro de que en cualquier otro lugar encontraría condiciones aceptables para hacer bien mi trabajo, que es jugar al fútbol, iría gratis. No sirve de nada, que me den mucho dinero, porque solo voy a jugar bien si estoy satisfecho con las condiciones de trabajo. Nunca aceptaré hacer algo en mi vida, que estoy seguro de que no puedo hacer bien”.
Y la democracia llegó al Time do Povo
Con 24 años, aquel muchacho de cabello rizado negro, mirada penetrante, rostro angulado y rugoso fue la gran apuesta del Corinthians para 1978. Había sido la figura del Botafogo a pesar de prácticamente renunciar a los entrenamientos para cursar en condiciones sus estudios de medicina. Apenas un puñado de partidos le alcanzaron para exponer su rol de líder en el Timão, ya recibido como médico en la Universidad de São Paulo.
Creció entre la sesgada vida que impuso la dictadura militar que gobernó a Brasil desde 1964 y un padre que debió quemar sus libros sobre comunismo y socialismo, y que era un obsesionado por la filosofía griega: sus hermanos se llaman Sófocles y Sóstenes. Raí, el menor de la dinastía que llegó a convertirse en estrella del São Paulo y PSG de los 90, iba a llamarse Jenofonte, pero su madre Giomar evitó otro filósofo en la familia. “Soy de una generación que no tiene información política y, además, vivimos en el miedo. Hubo personas arrestadas, torturadas y asesinadas a nuestro lado, así que me aislé. Mi proceso de conciencia fue muy gradual”, explicó sobre su infancia.
La dictadura brasileña se oscurecía cada vez más y se ramificaba. Hombres afines a los militares controlaban el Sport Club Corinthians Paulista desde hacía muchos años, pero los resultados negativos del equipo en el campeonato paulista los habían puesto ante una inesperada inestabilidad y tomaron decisiones drásticas. El joven sociólogo Adílson Monteiro Alves fue nombrado como responsable del departamento de fútbol porque los directivos lo creían inofensivo. Se equivocaron: dio inicio a una transformación absoluta apoyada en figuras bien distintas en su formación de base como Sócrates, Wladimir, un representante de la clase negra obrera relegada, y Walter Casagrande, un joven rebelde pelilargo que lograba complicidad con los muchachos de su edad. Había nacido la Democracia Corinthiana.
El experimento fue un absoluto éxito deportivo: el Corinthians dominó el Campeonato Paulista 1982 y 1983. Al unísono, ellos decidieron asentar las bases en el plano simbólico y hasta le dieron vida a un nuevo himno en la voz del popular Toquinho: “Ser corinthiano es también ser un poco más brasilero”. Aunque el momento de mayor esplendor llegó cuando se erigieron como uno de los brazos del movimiento civil de 1983 “¡Directas Ya!”, que reclamaba que las elecciones a presidente sean abiertas al pueblo y que llegó a reunir más de un millón y medio de personas en las calles. “Si la enmienda se aprueba en la Cámara de Diputados y en el Senado, no voy a dejar mi país”, prometió Sócrates aquel día ante la multitud mientras el rumor instalado era que las principales potencias de Europa lo querían contratar en una época donde una venta al exterior era todavía casi una excepción para el fútbol sudamericano. Con Zico en la liga italiana, él era la máxima estrella futbolística de Brasil del momento.
La enmienda no se aprobó por 22 votos y, frustrado, Sócrates aceptó la oferta del Fiorentina de Italia que tenía al argentino Daniel Passarella en sus filas. La Democracia Corinthiana se diluyó, pero el germen quedó activo en los brasileños. “Una de las pocas veces que lloré en mi vida fue cuando no se aprobó la enmienda», confesaría tiempo después.
Su adiós a la vida y la premonición que se hizo historia
El último deseo de Sócrates se cumplió horas después de su fallecimiento. El legendario futbolista decía adiós a los 57 años de edad víctima de su turbulenta relación con la bebida, pero el club de toda su vida pudo darle el mejor homenaje posible. «Quiero morir un domingo y que el Corinthians levante un título ese día», manifestó el legendario jugador brasileño en 1983.
Sócrates tenía la costumbre de saltar al terreno de juego y celebrar sus goles con el puño en alto, una pose que le acompañó siempre como respuesta a la dictadura que asoló Brasil del 64 al 85. Aquel domingo 4 de diciembre de 2011, antes del decisivo encuentro entre Corinthians y Palmeiras, todos los futbolistas del Timão imitaron al unísono su gesto. Alrededor suyo, 50.000 personas en silencio y puño en alto homenajeaban a su ídolo durante el minuto de silencio. Dos horas después, el Corinthians alzaba el quinto campeonato brasileño de su historia y hacía realidad la última voluntad de Sócrates: morir en domingo y con el Corinthians campeón.