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Los Spice Boys de Liverpool

 

A mediados de los años 90, un grupo de 5 chicas británicas emergió en el panorama musical adolescente. Las Spice Girls obtuvieron fama mundial con su primer «hit» Wanabe, un éxito apoteósico con el que venderían millones de discos y reventarían las listas en 41 países. Las musas de la época en el panorama pop-comercial fueron exprimidas por la industria discográfica, que repetía hasta el aburrimiento la fórmula de los quintetos musicales con personalidades diversas, erigiéndose como auténticos productos creados para influenciar.

Esta eclosión inspiró a la prensa británica, que bautizó con el apodo de Spice Boys, a un grupo de jugadores del Liverpool con quien las jóvenes iconos compartieron espacio temporal. Un juego de palabras sencillo, que perpetuaría las excentricidades, fiestas y escándalos, que este conjunto de futbolistas ingleses protagonizaron en el punto más álgido de sus carreras. Si hace poco, repasábamos la figura de Robbie Fowler, el líder espiritual de esta hornada de jugadores Reds, hoy tiraremos del hilo de esta tropa de «enfants terribles» que conformaban además del de Toxteth, Steve MC. Mannaman, Jamie Redknapp, Jason Mc Ateer, el portero David «Calamity» James y Stan Collymore. Futbolistas llamados a revivir los éxitos del Liverpool de los 80 pero que, mirados con la perspectiva que da el tiempo, a uno le viene a la cabeza, que hubiera pasado sin la volatización de parte de su virtuosidad, seducidos por los placeres del Olimpo de los estrellados y el Carpe Diem.

Todo empezó el año 94. Roy Evans, un entrenador de la casa con cara de buena persona y ex-jugador «red» en la década de los 60, tomó las riendas del equipo tras la marcha de Graeme Souness. Pronto sería catalogado por los propios futbolistas, en el elenco de técnicos que hacen de la autogestión del grupo la bandera de su método. Un ideal muy romántico, pero inadecuado si no tienes un núcleo amplio de personas suficientemente maduras. Aplicado a jugadores jóvenes millonarios y con gusto por la actividad nocturna, resulta una idea suicida. Evans basaba los fundamentos de su equipo en las individualidades y la libertad para expresarse sobre el terreno de juego sin una táctica que encorsetase a sus hombres en exceso. Un manual de principios prácticos, sin complicaciones ni estridencias en defensa, con poténcia, contundencia y calidad en ataque. Aquella fórmula funcionó bastante bien el primer año del técnico en el banquillo de Anfield y los «reds» se proclamaron campeones de la Copa de la Liga.

Los aficionados neutrales disfrutaban viendo los partidos alocados de los «reds» y los fans locales de la ciudad obrera de Liverpool se deleitaban con su equipo, a pesar de que siguiera sin conseguir la Premier desde que fue fundada como tal en el año 92. La prensa británica comenzó a hacerse eco de aquel grupo de jóvenes con futuro, que vestían a la moda y perfilaban su peinado antes de salir al rectángulo de juego. El Daily Mail otorgaba romances sentimentales a dedo, les enviaba paparazzis y bautizaba a las perlas que lideraban el proyecto «red», como Spice Boys. El joven equipo funcionaba y los chicos se complementaban bien en el césped. Hicieron una excelente temporada 95-96, donde conseguirían una tercera posición jugando a un fútbol descarado que les valdría para disputar la final de la FA Cup en Wembley. En la final de Londres esperaba el temible Manchester United, inmerso en un exitoso cambio generacional, con Peter Schmeichel, Giggs, Andy Cole, Nicky Butt, David Beckham y compañía, que precisamente había sido el campeón de liga esa misma temporada.

A los chicos de Evans, no se les ocurrió nada mejor que salir a hacer el reconocimiento del terreno de juego un rato antes de que comenzara la final, engalanados con unos atrevidos vestidos color crema que el portero David James, la cara promocional de Armani, les había elegido para la ocasión. Era una una apariencia tan ostentosa y empalagosa, que los aficionados y jugadores «red devils» lo tomaron como una provocación. En un partido futbolísticamente sin demasiada historia, Eric Cantona a los 8 minutos hizo enmudecer a la mitad de Wembley, marcando para los «diablos» y sumando así una nueva Copa que iría a parar al museo de los de Alex Ferguson. La prensa empezó a cebarse con los jugadores del Liverpool, posiblemente, de haber ganado aquella final hubieran tildado el asunto de los trajes como una genialidad de aquellas que tanto gustan a los británicos, a medio camino entre el humor y el misticismo. Con la derrota les acusaron directamente de payasos, caprichosos y atrevidos.

 

 

Para la 96-97 el equipo se conjuró para destronar el eterno enemigo y levantar el título de liga. Empezaron arrollando y en las ocho primeras jornadas lo ganaron todo. Victorias contra Arsenal, Chelsea y el poderoso Newcastle de Alan Shearer, parecían presagiar que serían el rival a batir. Pero nada más lejos de la realidad, volverían los fantasmas de la inconsistencia y a siete jornadas para el final, después de ganar a los «gunners» en la jornada anterior, perdieron contra todo pronóstico en el campo del Coventry. Una derrota que sumada a la recibida en Anfield al cabo de tres semanas por 1-3 ante el United, siempre el Manchester United, les apartaría definitivamente del título. Se destaparía la caja de pandora y la ira de la prensa inglesa, que acusó reiteradamente a los Spice Boys de no llevar una vida suficientemente ordenada fuera el campo.

Los rumores se sucedían, a las acusaciones que les acusaban de alcohólicos y cocainómanos, se sumaban los líos de faldas de Mc Ateer con una de las integrantes del entonces popular grupo Eternal, las salidas de tono de Collymore y Redknapp cuando tomaban tres copas, David James demasiado pendiente de agradar con sus modelitos, Fowler y McManaman con la compra de caballos, apuestas a los velódromos y orgías ocasionales … Un cóctel completísimo que entraba en erupción cuando salían juntos. Es sabido también, que en algunos partidos llevaban una moneda y se la iban pasando disimuladamente de un jugador a otro. «El juego de la libra» decían. Tras estos cambios de manos, el jugador que tuviera la moneda en su poder en el momento que el árbitro pitara el final del partido, tenía que invitar a todo el equipo a tomar copas esa noche. En este contexto se puede comprender el porqué la autogestión del grupo que pregonaba el bueno de Roy Evans tenía poco que decir.

 

Stan Collymore luciendo el famoso look de los Spice Boys antes del encuentro contra el Manchester United.

 

A estas alturas, es posible que pienses porque la afición «red» no se indignaba con su equipo. En primer lugar, a pesar de que no llegaban títulos, en el campo siempre se mostraban competitivos y dignos de la historia del club, el grupo jamás bajaba los brazos y hacían un fútbol que gustaba a los aficionados. En segundo, la parte pasional y sentimental. Aquel equipo derramaba carisma en todas partes, además tenía a McManaman y Fowler, dos jugadores nacidos en Liverpool y comprometidos con el club, la ciudad y su gente. Gestos como el que tuvieron en un partido de la extinta Recopa de Europa explican bien la relación inquebrantable con la grada, aquel duelo de cuartos de final contra los noruegos del SK Brann, quedó marcado por la celebración que el de Toxteth hizo cuando anotó su segundo gol de la noche. Con un rostro serio se levantó la camiseta, mostrando otra con el mensaje escrito «500 amarraderos de Liverpool despedidos desde septiembre de 1995″, apoyando la huelga que estaban protagonizando estos trabajadores del puerto de la ciudad; una larga protesta iniciada en el 95, consecuencia de las políticas de Margaret Thatchter que dejaría un montón de obreros sin trabajo y que llegarían al punto más crudo y álgido en el año 97.

Junto a McManaman, que precisamente era hijo de amarrador, habían acordado enseñar la camiseta al final del partido, de hecho él también la llevaba puesta, pero Fowler, siempre imprevisible, decidió que ese momento era el idóneo para darle visibilidad . Se postró ante los 40.00 espectadores que llenaban el estadio y enseñó el mensaje a las cámaras allí presentes. Aquella imagen creó un gran impacto, y así fue como los jugadores, que además aportaron ayuda económica a la causa, pusieron su granito de arena para internacionalizar las protestas y presionar a la resolución del conflicto. A partir de ese hecho, las altas esferas que siempre han manejado el poder, prohibirían mostrar cualquier tipo de camiseta que contuviera algún tipo de mensaje político, exponiéndose en caso contrario a duras sanciones. Este incidente y la posterior legislación, ha cortado el derecho a la opinión y expresión de los deportistas en el campo hasta el día de hoy. Posiblemente por eso nos sorprende, cuando los hay que opinan sobre el mundo que nos rodea a nosotros y no a ellos.

 

El comienzo de la temporada 97-98 significó la primera baja del grupo Spice. Collymore abandonaba la nave «red» y ponía rumbo al Aston Villa, donde fracasaría estrepitosamente, como haría en todos los otros equipos donde jugaría, rodeado de una polémica crónica, hasta su retirada en el 2000. En Liverpool, como sustituto de los desfiles nocturnos de los chicos picantes, y refuerzo de lujo para un equipo que una temporada más aspiraba al título, llegaría procedente del Inter, Paul Ince. El inglés no tendría problemas de adaptación dentro del grupo, del mismo modo que no respondería las expectativas en el medio del campo. A pesar de los problemas de indisciplina que persiguieron a los Reds, la eclosión de Michael Owen daba esperanzas a los de Anfield, que harían un buen año de nuevo, siendo la comparsa ideal para dar competitividad a una liga que acabaría llevándose el Arsenal.

El patrón de juego siguió siendo el mismo que en los años anteriores con Evans. Una verdadera esquizofrenia de resultados, con grandes partidos y derrotas dolorosamente inesperadas que lastraban las aspiraciones Reds. Conseguirían una tercera posición, nada despreciable pero insuficiente para que el británico siguiera como técnico. Como si de una maldición se tratara, el club de Merseyside seguía sin ganar un año más, la ansiada Premier League.

La 98-99 Gerard Houllier llegaría a Liverpool, con la ambición de cambiar la dinámica del club y paulatinamente impulsar un cambio generacional dentro de la plantilla. Aquella temporada supondría el debut de Steven Gerrard y se consagrarían en el equipo unos jóvenes Owen y Carragher. La irrupción de nuevo talento, hizo tambalear los egos de los pesos pesados ​​del equipo cuando empezaron a perder protagonismo. El entrenador francés tenía un criterio muy diferente al de su antecesor en el cargo y empezó a marcar a sus hombres muy de cerca. No hubo buena sintonía y ese año no fue bien, el equipo terminaría séptimo a 25 puntos del United. La magnitud del desastre significó la marcha del club de McManaman, Jamie Redknapp, Jason Mc.Ateer, David James y Paul Ince en verano del 99. Decisiones drásticas que hicieron posible el cambio de inercia en el club y significaron el fin de la era Spice-Boys. Después de aquella temporada de transición, Houllier tenía carta blanca para construir la base de un nuevo equipo. De allí saldría un periodo de éxito también recordado con ternura en Anfield. Luces y sombras, de las que hablaremos en otra ocasión.

Es una lástima que ese equipo no fuera capaz de reaccionar a tiempo y no creyera realmente en el potencial que se le intuía. ¿Les llegó el turno demasiado jóvenes? ¿Le faltaron recursos a Roy Evans y capacidad para redirigir a sus chicos? ¿Por qué el United y el Arsenal estuvieron siempre un paso por delante? ¿Es posible que la entidad estuviera aún asimilando los nuevos paradigmas del fútbol moderno? Hay aficionados que hubieran pagado oro, por haber compartido con ellos unas cervezas en una de esas noches intensas, otros en cambio, les reprochan la intensidad de aquellas noches. Con los Spice los argumentos serán siempre polarizados, con un único punto de consenso inapelable, la conexión que tuvieron con aquellos jugadores. Quizás esta es la esencia de un gran club y la verdadera magia de la grada de Anfield. El amor a quien les representa, no por lo que consiguen, sino por lo que les hacen sentir.

 


Oscar Flores
@Oscar_Fleurs