La Fiorentina se hizo con el fichaje de Roberto Baggio el verano de 1985, tras pagar 1,5 millones de libras al Vicenza Calcio. Durante sus 5 temporadas en el club de la Toscana se convirtió en el favorito de la afición, y en uno de los futbolistas más cotizados del panorama internacional, con constantes ofertas de los principales clubes europeos para hacerse con sus servicios, como la que recibió del FC Barcelona de Johan Cruyff en 1989. Aunque, como todos ya sabemos, sería la Juventus el que lo acabaría «robando», tras 55 goles en 136 partidos como viola.
Su primera temporada en Florencia estuvo marcada por el ostracismo, llegando a disputar tan solo 5 partidos de Coppa Italia, sin anotar ni un solo gol. La magia del fantasista se vio limitada por los efectos aún presentes de la grave lesión que sufrió el año anterior con el Vicenza: rotura del ligamento cruzado anterior y el menisco de su rodilla derecha. Según él, «después de aquella lesión y durante toda mi carrera, jugué con una pierna y media».
Así pues, los aficionados tuvieron que armarse de paciencia y esperar a la temporada 1986-1987, para ver el debut de su jugador estrella en la Serie A. Fue el día 21 de septiembre de 1986, en una victoria por 2-0 en casa contra la Sampdoria. Aquella temporada también le llegaría el debut en competiciones europeas, el 17 de septiembre de 1986, en un partido de la Copa de la UEFA contra el Boavista.
Y cuándo todo parecía superado, cosas del destino, Roby sufriría otra lesión de rodilla el 28 de septiembre de 1986, siendo operado de nuevo, requiriendo 220 puntos de sutura para reconstruirla, perdiendo 12 kg como resultado y faltando la mayor parte del resto de la temporada. Pese a caer en una grave depresión, y pedir a su madre que lo matara si no se recuperaba, regresó, y marcó su primer gol de liga de tiro libre el 10 de mayo de 1987 en un empate 1-1 contra el Nápoles de Diego Maradona, el futuro campeón de la Serie A. El gol del empate de Baggio salvó a la Fiorentina del descenso, y conquistó la admiración del «Pelusa», con el cual mantenía una fantástica relación de amistad. «‘Il Bello’ es uno de los grandes, aunque nunca ha llegado a desarrollar todo su potencial», aseguraba el astro argentino.
Otro momento clave en su paso por la Fiorentina, fue cuándo a finales de 1987, su amigo Maurizio Boldrini, budista practicante, decidió explicarle algunos conceptos de esa práctica que en su criterio podían ayudarlo en su lucha contra la depresión. Una vez ya convertido al budismo, llegaron sus mejores actuaciones, dejando las lesiones atrás, y elevándose a la categoría de héroe entre los aficionados, y recibiendo todo tipo de elogios por parte de la prensa, que lo posicionaba como el gran referente italiano para los años venideros.
El fin del amor viola
La aparición de los primeros rumores de su marcha en la prensa deportiva de la época fueron erosionando gravemente y progresivamente la relación de cariño con la afición hasta llegar a un punto de no retorno. Algunos publicaron titulares dando el acuerdo por hecho, mientras el jugador afirmaba que no lo daba por hecho porque siempre había confiado en que la operación finalmente no se produjera. Unas declaraciones que dejaban a los aficionados más dubitativos y confusos, que no satisfechos con un no rotundo.
Por su parte Gianni Agnelli, propietario del club de Torino, pese a haber afirmado que «Baggio no es uno de esos jugadores que queramos envejecer», acabó jugando al gato y el ratón con la prensa. «Baggio está al 51%, aunque su futuro no depende sólo de mí. Pero depende, por desgracia, de él», confirmando que ya ha había una oferta real. El presidente de la Juventus, Vittorio Chiusano, también salía a la palestra, «no estamos acostumbrados a poner cadenas a nadie. Quiero decir que Italia ha luchado mucho para obtener la libertad de sus ciudadanos y no seremos nosotros quién se la niegue a Baggio».
Los viola mantuvieron hasta el último momento la esperanza de conservar a su estrella, pero se sentían engañados y fueron organizando diversas manifestaciones. La más grande empezó el 18 de febrero de 1990, cuándo Florencia escupía rabia en las calles y los aficionados arrojaban huevos a la fachada de la casa de Flavio Pontello, y en las oficinas del club. 3 días duró, hasta la llegada de los antidisturbios para proteger las oficinas del club. Cincuenta personas resultaron heridas y nueve fueron detenidas. Tras lo sucedido, Gianni Agnelli ponía más leño al fuego, «antes salían a la calle para protestar contra Fiat, hoy para que Baggio no vaya a la Juve. Yo diría que el país ha mejorado».
Eran tiempos complicados, y más teniendo en cuenta que el Comunale se cerró, como todos los estadios de Italia por las interminables y costosas obras de preparación del Mundial, y la Fiorentina se veía obligada a jugar aquella temporada 1989-90 entre Pistoia y Perugia, metido de lleno en la lucha por no descender. El verano anterior, Borgonovo, que formaba pareja de amigos más que de delanteros con Baggio, fue vendido al AC Milan, y los sustitutos no estuvieron a la altura. Baggio marcó diecisiete goles en la A, su récord hasta entonces, pero a su alrededor todo era un diluvio.
La escenificación del inevitable divorcio entre la grada y el jugador llegaría el 29 de abril de 1990, cuándo la Fiore arrolló al Atalanta 4-1 en el Artemio Franchi en el último partido de la Serie 1989-1990, y tras el pitido final, Baggio se dirigió hacia la Curva Fiesole levantando con orgullo una bufanda viola, siendo respondido con abucheos por su propia afición. Para ellos, su ídolo había cometido la traición definitiva al dar la espalda a un club que había creído en él, cuándo se recuperó de graves lesiones, que le había dado la oportunidad de jugar en la Serie A, y de representar a su país.
Aunque la Fiorentina luchó contra el descenso la mayor parte de la temporada 1989-1990, consiguió desafiar a los grandes de Europa llegando a la final de la Copa de la UEFA, donde le esperaba… la Juventus. En la ida los bianconeri se impusieron 3-2, un resultado que daba ligeras esperanzas a los viola. Pero cuándo más paz necesitaba el equipo para preparar la remontada, el ambiente se caldeó a lo grande cuándo La Gazzetta dello Sport publicó en portada que Flavio Pontello, propietario de la Fiore, había aceptado una oferta récord de 8 millones de libras de su odiado rival por los servicios de Roberto Baggio. Las desavenencias entre ambos clubes no venían solo del interés por Baggio, sino que se remontaban a un enfrentamiento por el Scudetto en 1982, en el que unas dudosas decisiones arbitrales habían contribuido al 20º título del equipo turinés.
Finalmente, llegó el 15 de mayo de 1990 y el autobús de la Juventus fue escoltado por la policía a su llegada a un hotel de superlujo de la periferia sur de Avellino. Aquel partido de vuelta se jugó el día después y a más de quinientos kilómetros de Florencia, porque el Comunale (terminado a tiempo para el partido) fue descalificado por invasión de campo en la semifinal disputada en Perugia contra el Werder Bremen. Así que el estadio elegido fue el Partenio de Avellino, donde también estallaron graves disturbios antes y después del partido.
Los bianconeri eran mayoría y desde las gradas gritaban: «¡Roberto Baggio! Roberto Baggio!» en señal de desafío a sus rivales. El ambiente sobre el terreno de juego también fue realmente raro, con los viola viendo cómo su jugador de referencia deambulaba nervioso e incómodo ante el murmullo de las gradas. El resultado de todo aquel caos medido fue un soporífero empate a cero que certificó una doble derrota para la Fiore: la Juventus se quedaba con la Copa de la UEFA, y su estrella.
Roberto Baggio cerró aquella temporada con 17 goles en Serie A, siendo el segundo máximo goleador de aquella temporada, después de Marco van Basten, y fue galardonado con el Premio Bravo como el mejor jugador sub-23 en las competiciones europeas. También ocupó el octavo lugar en el Balón de Oro de 1990. Sus peores números fueron en la Copa de la UEFA, donde solo marcó 1 gol en 12 partidos, concretamente en la victoria por 1-0 en casa contra el Dinamo de Kiev en octavos de final el 22 de noviembre de 1989. Curiosamente, lo hizo desde el punto de penalti.
Graves disturbios y la toma de Florencia por parte de los aficionados viola
Cecchi Gori, que negociaba por aquel entonces la compra de los viola, situó a Roberto Baggio en el centro de su futuro proyecto y exigiría al Conde Pontello saber la verdad, aunque realmente jugaba a dos bandas. En medio del cabreo general, y dos días después de la vuelta de la final de la Copa de la UEFA, un 18 de mayo de 1990, Antonio Caliendo, el mánager de Roberto Baggio, decidió poner fin a los rumores y anunciar el traspaso de su estrella a la Juventus a cambio de 25.000 millones de liras en una rueda de prensa surrealista, con directivos del club asegurando, minutos antes, que no sabían nada de la marcha de su estrella a pesar de que en ella participó el presidente Pontello.
La noche antes empezaron los disturbios en la Piazza Savonarola, frente a la sede social de la Fiorentina, con lanzamiento de botellas y piedras. El día de la conferencia de prensa, 200 fanáticos se reunieron para escuchar la retransmisión en directo (vía una señal de radio privada), y se multiplicaron por cinco tras su finalización: primero intentaron romper el cordón policial, después apedrearon la fachada rompiendo cristales de la primera planta del edificio y hasta volaron dos botellas sobre la cabeza del director deportivo Nardino Previdi, que se estrellaron en la escalera de la entrada. Posteriormente, los aficionados se dirigieron frente a la casa de la familia Pontello en Piazzale Donatello, donde los enfrentamientos continuaron hasta altas horas de la noche entre cargas policiales.
El detonante de la revuelta en Piazza Savonarola, poco después de que la policía llegara al acto, no fue el anuncio oficial de que Baggio era ya nuevo jugador de la Juventus, sino el contraanuncio de Claudio Pontello asegurando que su familia permanecería siempre al mando de la sociedad pasara lo que pasara. La policía disparaba gases lacrimógenos y aporreaba para dispersar a la multitud, un carabiniere se quedó en el suelo con la cara ensangrentada, era puro caos.
Con la ciudad en plena revuelta, un incendio estalló en una obra de construcción de la empresa Pontello, probablemente causada por el lanzamiento de un cóctel molotov. Los disturbios comenzaron a estallar en más zonas de la ciudad, había cargas policiales, sirenas y helicópteros en el cielo. Cerca del Estadio Municipal, un grupo de aficionados trataron de dañar un globo promocional del Mundial de Italia 90 que se celebraría en breve, y el pánico era tal que algunos guardias jurados dispararon al aire para dispersar a la multitud.
Lo que pocos se esperaban fue la manifestación espontánea organizada delante del domicilio de Flavio Callisto di Calabiana, un controvertido personaje vinculado a la Fiorentina durante la presidencia de Ranieri Pontello (1980-1990). Aunque se autodenominaba «Conde», su título nobiliario era discutido, y su papel en el club generó mucha polémica. Había coros insistentes y amenazantes, con la policía totalmente desbordada.
Los disturbios continuaron durante dos días después de aquella fatídica conferencia, el viernes y el sábado, cuando unos cincuenta aficionados se dirigieron con belicosas intenciones a Coverciano, donde mientras tanto la selección nacional estaba empezando a reunirse para prepararse para el Mundial.
A pesar de todo y 15 detenciones, el domingo el equipo nacional tomó la increíble decisión de celebrar un entrenamiento por la tarde abierto. El campo de entrenamiento en Coverciano se convirtió rápidamente en un estadio real: había unas tres mil personas, así como un centenar de agentes, varios camiones y un helicóptero sobrevolando la zona. En cada rincón del campo, se escuchaban coros, y había lanzamiento de monedas y escupitajos hacia los jugadores de la Juventus, por supuesto, pero también hacia Baggio.
Aquel traspaso convertía a Roberto Baggio en el jugador más caro de la historia de la Serie A, y en el futbolista italiano más cotizado. No hay que olvidar que el AC Milan fichó en su día al holandés Ruud Gullit, del PSV Eindhoven, por 8,5 millones de dólares en 1987, y el Nápoles al argentina Diego Armando Maradona, del FC Barcelona, por 7,5 con anterioridad. Pocos días después también llegaría una noticia clave para Baggio, el seleccionador Azeglio Vicini le confirmaba entre los seleccionados para participar en el Mundial de 1990.
En aquellos momentos tan confusos en la cabeza de la afición viola solo había una pregunta, ¿por qué el conde Pontello no vaciló en rubricar el acuerdo con la Juventus a pesar de la negativa del jugador y la presión mediática? Posiblemente, la gran razón de aquella impopular decisión, más allá de la interpretación económica, fuera su desconfianza en la total recuperación del jugador, tras la rotura del ligamento cruzado que le mandó a quirófano un 28 de septiembre de 1986. Una lesión de la que incluso recaería días después de que su traspaso a la Juventus fuera apalabrado entre directivas, aunque el conjunto viola puso todos sus recursos para la pronta recuperación del jugador.
Años después, en una entrevista concedida a la Revista Líbero, Baggio se refería así a su traspaso a la Juventus, poniendo fin a todas las especulaciones de su marcha. «No tenía nada contra la Juventus, pero me quería quedar en la Fiorentina. Allí había gente que me había esperado tras pasarme los dos primeros años lesionado. Nos cogimos cariño mutuamente. Prometí que me quedaría. El club viola, en realidad, no fue correcto porque me vendió sin decirme nada. Entonces se hacía así, y después se echaba la culpa al jugador diciendo que era un pesetero. Todo mentira. Los retos me gustaron siempre. De hecho, concibo la vida como un reto continuo, con un grado de dificultad que va creciendo, que va aumentando mientras nosotros cada vez estamos más preparados para afrontarlos. En este sentido, la Juve era un reto, claro está».