spot_img

Oliver Kahn, el volcán alemán

 

Oliver Kahn fue uno de los porteros alemanes más laureados de la historia y uno de los mejores de todos los tiempos. «Der Titan», a pesar de dar la impresión de ser un bruto descerebrado por su carácter agresivo e irascible, aplicaba método a su locura y reflexión en su ferocidad.

Rara vez se precipitaba a la hora de realizar una parada o un desafío, y su agresividad, a pesar de casos puntuales, disciplinada. Era simplemente alguien que aprovechaba sus atributos para imponerse en el juego de la manera más influyente que podía, sellando todas sus actuaciones con severo carácter.

 

 

Sus aportaciones individuales le valieron el récord de cuatro premios consecutivos al mejor portero europeo de la UEFA, así como tres premios al mejor portero del mundo de la IFFHS, y dos trofeos al mejor futbolista alemán del año. Además, en la Copa Mundial de la FIFA 2002, «Volcano» se convirtió en el único portero de la historia del torneo en ganar el Balón de Oro. Quedó quinto en las elecciones de la IFFHS al mejor portero del siglo XXI y al mejor portero de los últimos 25 años. A todo ello hay que sumarle ocho títulos de la Bundesliga, seis DFB-Pokals, la Copa de la UEFA en 1996, la Liga de Campeones de la UEFA y la Copa Intercontinental, ambas conseguidas en 2001.

De 1994 a 2006, Kahn formó parte de la selección alemana, en la que jugó como titular tras la retirada de Andreas Köpke, y también formó parte de la expedición que ganó la Eurocopa de 1996, aunque no llegó a jugar ni un solo minuto. Disputó 86 partidos con la selección alemana, 49 de ellos como capitán. Se convirtió en Campeón de Europa (1996) y Subcampeón del Mundo (2002).

 

 

Sus inicios

Nacido el 15 de junio de 1969 en Karlsruhe, a los seis años, Oliver se incorporó al Karlsruher Sport Club, donde su padre Rolf había jugado de 1962 a 1965. Curiosamente, el barrio de Baden-Württemberg fue testimonio privilegiado de sus orígenes como jugador de campo, condición que con el paso del tiempo abandonaría para convertirse en el cancerbero que todos recordamos.

 

 

La temporada 1987-88 fue incorporado en el primer equipo, siendo al principio el portero suplente por detrás de Alexander Famulla en la Bundesliga. El 27 de noviembre de 1987, debutó en la liga en una derrota a domicilio por 4-0 ante el 1.FC Köln. Sin embargo, hasta 1990, el entrenador Winfried Schäfer no decidió ponerlo de titular en lugar de Famulla.

 

 

Fue considerado un jugador clave y un motivador en la plantilla del Karlsruher SC que alcanzó las semifinales en la Copa de la UEFA de 1993-94. Durante los octavos de final, el equipo logró una goleada de 7-0 contra el Valencia en su campo, después de perder el primer partido por 1-3 en el estadio de Mestalla. Los medios de comunicación alemanes apodaron el partido como el «Milagro en el Wildparkstadion», y Kahn fue proclamada uno de los héroes del equipo. Pero la alegría duró poco, ya que el Karlsruher SC cayó derrotado por el SV Austria Salzburgo en la semifinal. Para la historia quedaron las eliminaciones de rivales de mayor renombre, como el PSV o el Burdeos. En los 10 partidos que el KSC disputó en las cinco rondas de ida y vuelta, mantuvo la asombrosa cifra de cinco partidos sin recibir goles.

 

 

La brillante campaña del Karlsruher fue seguida por los grandes clubes europeos y el verano siguiente, el Bayern de Múnich aprovechó la oportunidad de fichar a Kahn ofreciéndole la titularidad para la temporada de su desembarco, la 1994-1995. A pesar de una grave lesión, pudo participar en 30 partidos.

 

 

Prácticamente una vida en el Bayern

La temporada 1995-96, Kahn fue capaz de ir más allá en la Copa de la UEFA que con su anterior equipo y consiguió hacerse con el trofeo. El hecho de no encajar ni un solo gol contra el Lokomotiv de Moscú y el Raith Rovers, marcaron la pauta de la competición y, tras superar con éxito esos complicados viajes, el Bayern se deshizo de los antiguos ganadores de la Copa de Europa, el Benfica, el Nottingham Forest y el Barcelona, antes de enfrentarse al Burdeos en la final.

El Girondins, que solamente se había ganado su puesto en la competición al superar la primera edición de la Copa Intertoto eliminando al antiguo club de Kahn, contaba con los futuros campeones del mundo franceses Christophe Dugarry y Zinedine Zidane entre sus filas, pero no fueron rival para los bávaros. La victoria por 2-0 en Múnich en el partido de ida (otra vez con la portería a cero en una gran ocasión) dio al Bayern la base para seguir avanzando, y en la vuelta arrasó con el equipo francés, con Jürgen Klinnsman, que marcó su 15º gol en la competición, en una victoria por 4-1.

 

 

 

Fue la primera vez que Kahn se hizo con un trofeo, y no tardó en conseguir su primera Bundesliga y la DFB-Pokal la temporada siguiente. A su brillante temporada en el ámbito nacional se sumaron más éxitos en el ámbito europeo; como miembro de la selección alemana en la Eurocopa 96, se marchó de Wembley con otra medalla de campeón (sin jugar) para añadir a su floreciente palmarés. Sin embargo, la siguiente oportunidad de Kahn de ganar una competición europea en el ámbito de clubes terminó en un desengaño, y es una que dejó una marca indeleble en él y en la mente de los aficionados: Barcelona 1999.

Todavía era de día en el Camp Nou cuando Mario Basler lanzó un suntuoso tiro libre que rodeó la barrera y entró por la esquina inferior para dar al Bayern una ventaja que debía defender. Cuando la oscuridad empezó a descender, también lo hizo la marea roja, mientras el Manchester United intentaba remontar el marcador. Aunque el United se lanzó a por el partido, la verdad es que el portero del Bayern tuvo poco que hacer. Mientras mantenía a raya a los contrarios, tenía que ver cómo sus compañeros desperdiciaban ocasiones presentables, ya que se las ingeniaban para golpear el poste y el larguero.

Y entonces las cosas cambiaron. Cuando Teddy Sheringham empató el partido, Kahn cayó impotente en el centro de su área, con un solo brazo en alto, el dedo índice levantado y agitando mientras suplicaba una bandera de fuera de juego que nunca llegaría. Momentos después, su portería fue profanada una vez más, esta vez por Solskjær, el «deus ex machina» favorito del United, que evadió los intentos de Kuffour de despojarlo para rematar instintivamente un pase al primer palo.

 

 

Fue fascinante ver a Kahn cuando el balón llegaba al fondo de la red. Por una vez, esas piernas gruesas como un roble parecían haber echado raíces en la boca de gol para mantenerlo en su sitio mientras miraba impotente. La única parte de su cuerpo que se movía era la cabeza, que giraba, primero para seguir la trayectoria del disparo y luego para seguir los movimientos de los jugadores del United celebrando el gol. El Bayern fue dominante y desperdició numerosas ocasiones de oro en una final que representa una de las mayores remontadas de la historia del fútbol.

 

 

Dos años después, el Bayern tuvo otra oportunidad de conseguir el trofeo que se le había escapado por poco. Tras deshacerse del Real Madrid en las semifinales, los alemanes se dirigieron a Milán para enfrentarse a un nuevo rival español, el Valencia. La final de la Liga de Campeones de 2001 fue un partido dominado por los penaltis. Se lanzaron tres durante los 90 minutos, con Gaizka Mendieta y Stefan Effenberg convirtiendo tranquilamente cada uno de los lanzamientos de Mehmet Scholl, que se dirigió directamente a Santiago Cañizares, pero no fueron suficientes para separar a los dos equipos y se llegó a la tanda de penaltis. Aquí es donde Oliver Kahn se lució.

Acabó realizando tres paradas, incluida la decisiva para conseguir la victoria: una zambullida hacia su derecha, rechazando el balón con una técnica poco ortodoxa, utilizando el dorso de sus puños cerrados para rechazar el disparo. Fue feo e intransigente y típicamente Kahn: canalizar su beligerancia en una impresionante hazaña de portero.

La mejor de sus paradas se produjo en el lanzamiento de un penalti de Amedeo Carboni que iba directo al centro. Kahn, que en un primer momento interpretó mal el lanzamiento, se dejó caer hacia su izquierda, pero tuvo la presencia de ánimo para levantar el brazo derecho y lanzar el balón contra el travesaño sin esfuerzo, como un oso pardo que saca un salmón de un río. Después de que el balón rebote y se ponga a salvo, se abalanza sobre él, lo agarra con las dos manos mientras lo sacude violentamente y grita. Es un momento de puro alivio y de pura locura.

 

 

Kahn recibió el premio al mejor jugador del partido por su actuación y el Bayern consiguió exorcizar los demonios de Barcelona que le perseguían desde entonces. Fue una victoria catártica, pero también una demostración de su gran personalidad y de su condición de auténtico caballero del fútbol. Para la historia queda su imagen consolando a un Santiago Cañizares totalmente abatido por la derrota, mientras sus compañeros de equipo celebraban la victoria.

 

El punto de inflexión, el Mundial de 2002

El Mundial de 2002 vio como los alemanes a pesar de no practicar un gran fútbol y sus graves limitaciones lograron superar su grupo. A partir de ahí, se esforzaron por conseguir victorias por un solo gol contra Paraguay, Estados Unidos y la anfitriona Corea del Sur en las rondas eliminatorias. No es exagerado decir que aquella selección teutona no habría llegado tan lejos sin su portero, que a veces, sobre todo contra Estados Unidos, parecía arrastrarlos a través de los partidos con su carácter hasta llegar a la final.

De la misma manera que la victoria del Bayern sobre el Valencia le permitió alejar el fantasma de su espectacular derrota contra el United, la final de la Copa del Mundo dio a Brasil la oportunidad de superar lo ocurrido en París cuatro años antes. Más concretamente, ofreció a Ronaldo, la posibilidad de dar la talla en el mayor escenario de todos, después de que las extrañas circunstancias que le rodearon justo antes de la anterior final contra Francia le hicieran jugar como una sombra de sí mismo.

Por momentos, el resto del partido pareció secundario ante el duelo personal entre el delantero brasileño y el portero alemán: Ronaldo no consiguió más que rozar sus tacos en un uno contra uno, y luego Kahn blandió su espinilla derecha para rechazar un disparo con la zurda al filo del descanso. El objeto aparentemente inamovible no podía negar la fuerza irresistible. Al cabo de una hora, Kahn se quebró.

 

 

Un disparo desde fuera del área de Rivaldo parecía que iba a ser una parada fácil, pero se escapó de las manos de Kahn y fue a parar directamente a los pies de Ronaldo. Fue un error espantoso que se castigó sin contemplaciones. Es fácil criticar al guardameta por cometer un error de esta magnitud, pero en este caso sus compañeros de equipo le defraudaron: Dietmar Hamann perdió la posesión de la pelota por parte de Alemania al caer débilmente ante un reto de Ronaldo y Ramelow no reaccionó en absoluto al rebote, por no mencionar el hecho de que su equipo no habría llegado tan lejos sin él.

Poco después, la defensa se volvió a complicar. Thomas Linke se vio tan sorprendido por el amago de Rivaldo que Ronaldo tuvo tiempo de sacar el transportador y medir su disparo en la esquina inferior por la parte interior del poste. En 10 minutos, Ronaldo consiguió enterrar cuatro años de malos recuerdos, destrozar los sueños de los alemanes y privar a Oliver Kahn de la condición de portero ganador de la Copa del Mundo. Destacable la muestra de empatía del brasileño en acabar el partido al correr hacia Oliver para reconocer su actuación y animarlo en la derrota. ¡Qué grande fue el fútbol!

 

 

Los tres años transcurridos entre 1999 y 2002, con una victoria europea intercalada entre dos gloriosos fracasos, llegaron a definir y socavar el legado de Kahn. Por desgracia la historia la escriben siempre los vencedores y apenas se piensa en los vencidos. Es demasiado fácil dejarse envolver por la alegría de una buena historia que llega a buen puerto y olvidar las consecuencias para los vencidos. Una mirada a la carrera de Oliver Kahn nos recuerda que los cuentos de hadas no tienen un final feliz para todos.

 


Paola Murrandi