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Michel Boerebach «el nuevo Koeman» del Real Burgos CF 92-93

 

La historia del fútbol en la ciudad española de Burgos es digna de análisis. Desapariciones, refundaciones, descensos administrativos, ascensos meteóricos y líos institucionales. Fruto de ese maremágnum deportivo, llegó el Real Burgos CF a primera división en 1990. Era el segundo club de Burgos en pisar la élite futbolística tras el mítico Burgos CF y sus inolvidables equipaciones blanquinegras. El Real, por contra, vestía de rojo y le bastaron apenas dos temporadas para marcar el zenit del fútbol burgalés en Primera División.

Para la tercera temporada consecutiva en primera y para dar el salto definitivo, se apostó por un técnico de renombre: Theo Vonk; y un fichaje cinco estrellas, el también holandés Michel Boerebach. Apodado como “el nuevo Koeman”, por haber cubierto la baja de este en el PSV y por su potente disparo de media distancia (dicen que el de Koeman alcanzaba los 120 km/h y el de Boerebach los 115 km/h), debía dar un salto cualitativo a una plantilla modesta en la que destacaban nombres como Elduayen, Jiménez, Loren o Balint. El equipo revelación aspiraba a todo en la temporada más ilusionante de su corta trayectoria y empezó la liga goleando a la Real Sociedad y situándose líder. Sin embargo, en una nueva vuelta de tuerca de los acontecimientos del fútbol burgalés, el Real Burgos cayó en barrena y su estrella en desgracia.

Tras una racha nefasta del club rojipardillo y después de haber salvado la cabeza de su compatriota al meter un gol de falta al Athletic de Bilbao a más de 40 metros de la portería, el diario Marca rescató unas declaraciones que Boerebach había concedido a un medio holandés. En ellas no dejaba títere con cabeza, indicando que “ni el mismísimo Cruyff lograría levantar el nivel” de un equipo repleto de jugadores “nerviosos y un par de internacionales que no habían demostrado nada”, indicando que si no fuera por Vonk él no estaría allí y que si lo echaban él también se iría. Lógicamente aquellas aseveraciones marcaron un antes y un después en la relación de la afición burgalesa con su estrella. El técnico holandés no tardó en ser destituido y Boerebach perdió protagonismo en el equipo. Y a pesar de lograr algún que otro impresionante gol de falta, nada pudo hacer porque el Burgos se sumiera en lo más profundo de la clasificación y, como farolillo rojo, descender a Segunda División.

 

 

En sus memorias, el futbolista dijo que “el Burgos había vivido por encima de sus posiblidades” y que no le vino mal el descenso para que liquidaran a precio de saldo gran parte de la plantilla, lo que le permitió volver a su añorado país. Seguramente Boerebach tenía mucha razón, el Burgos estaba ahogado en una deuda de 300 millones y el descenso a Segunda propició la desaparición del club. Sin embargo el destino que le esperaba al defensa holandés parecía haberse impregnado de la espiral de destrucción que había sufrido el propio club fútbol.

De vuelta en Holanda, las cosas para Boerebach no tardaron en torcerse. Primero en el ámbito deportivo al ser apartado de la disciplina del Twente FC y acto seguido en el ámbito familiar. Dejó a su esposa e hijos para irse a vivir con su amante, que no era otra que la esposa de Theo Vonk. A partir de ahí los acontecimientos se precipitaron. Primero fue la inesperada muerte de su padre, la persona a la que estaba más unido. Después fue el diagnóstico del síndrome de Landau-Kleffner a su hijo, lo que le obligaba a tener que vivir con unos electrodos incrustados en la cabeza. A Boerebach se le partía el alma y se agarró a la bebida.

Su pareja, harta de la situación y del voluble carácter del futbolista, acabó abandonándolo. Poco después un agente de policía le dio una noticia fatal: su hijo de 12 años había muerto y el otro de 9 había quedado en coma tras sufrir un accidente de tráfico. Boerebach languidecía en los pasillos del hospital, desorientado e impotente. No había nada que hacer, la vida del niño se apagaba. No hubo más remedio que desconectar los aparatos que lo mantenían con vida y dejarlo morir en los brazos del futbolista. Cuentan que cuando finalizó el funeral de sus hijos, Boerebach ataviado con la camiseta de Paul Bosvelt del Feyenoord (jugador favorito de los niños), la emprendió a patadas con los adornos florales que habían presidido el acto. Algún testigo declaró que fue inevitable recordar en aquel momento su terrorífico disparo a puerta.

 

 

Después se encerró en casa, no podía ni quería afrontar la realidad. Se pasaba el día bebiendo y consumiendo tranquilizantes para permanecer el máximo tiempo del día de forma inconsciente. Apenas era ya una persona cuando fue internado en un centro de desintoxicación. Allí dijeron que estaba vivo gracias a la fortaleza de su corazón propia de un deportista de élite y allí consiguió dar sus primeros pasos para su recuperación. Encontró en la escritura la mejor de las terapias y palabra a palabra relató todo lo que llevaba dentro. Unos textos que acabaron publicándose en un libro titulado “Nunca más el sábado”, el día que tenía reservado para jugar con sus hijos.

Boerebach, como si se tratara de otra aventura futbolística burgalesa, logró salir a flote cuando peor estaba. Superó sus problemas de adicción e inició una carrera como técnico en el fútbol holandés. Mientras, en Burgos, sueñan con el reflotado Burgos CF. Quién sabe si algún día los caminos de estos dos supervivientes volverán a cruzarse.

 


José Quesada Jiménez
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