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Gigi Meroni, una historia más de la maldición del Torino

 

El 4 de mayo de 1949 quedaban pocas jornadas para que el Torino FC ganara por quinta vez consecutiva la liga italiana, el segundo clasificado era un Inter de Milán que no podía hacer nada contra un equipo liderado por el gran capitán Valentino Mazzola, y con una brillante joven promesa de nombre Ladislao Kubala esperando su oportunidad. Un equipo que en la dura posguerra italiana había conseguido ser el más temible del continente. Pero ese sería un fatídico día de mayo para todo el Calcio, que convertiría aquellos jugadores en algo más que mitos del fútbol…

 

 

El Torino FC volvía de jugar un partido amistoso contra el Benfica cuando el avión que los llevaba a casa se estrelló sobre la cúpula de la Basílica de Superga. Todos los futbolistas murieron, menos dos, uno de ellos Kubala que no subió al avión. Luigi Meroni era el nombre del piloto de aquel avión, un nombre que lo saben de memoria todos los aficionados del equipo del Toro, un club que no volvería a llevarse el codiciado Scudetto hasta la temporada 1975/76.

 

 

La tragedia acompañaba al club grana, no levantaban la cabeza, años duros hasta que una nueva generación parecía que podría tomar el relevo de aquel mítico equipo infortunado. En 1964 el Torino apostó fuerte por una joven promesa a quien en Génova no le dejaban demostrar todo su potencial, un extremo derecho veloz, con fuerte personalidad y un atrevimiento descomunal. Su nombre curiosamente era Luigi “Gigi” Meroni, pero no tenía nada que ver con el piloto del avión siniestrado años atrás. Aquel nombre prohibido ahora sería sinónimo de alegría y tardes de goles, como si se tratara de una broma del destino. Pero el Torino FC tampoco sería lo que es sin su maldición.

 

Gigi Meroni

 

Meroni no era el típico jugador presumido de la época, sus pintas eran todo lo modernas que podían ser para escandalizar a la gente conservadora del momento. En aquella Italia convulsa, fuertemente politizada y dividida, tan católica y comunista al mismo tiempo, y que exportaba alta cultura al mundo, el Calcio era el refugio de muchas cosas y las actitudes de los futbolistas eran observadas con lupa. Dicen de él que era un libertario, otros lo definen como el George Best italiano, pero él quizás preferiría simplemente ser Pasolini escribiendo poesía. Y es que no era solamente un futbolista extravagante a la vista de la sociedad, a quien se le podía ver paseando su inseparable gallina, que se arreglaba la ropa para parecerse a los Beatles y llevaba una barba muy irreverente por los tiempos que corrían.

 

Vivía alejado de las grandes casas donde solían vivir los futbolistas, en un refugio humilde donde era escribía poemas y pintaba cuadros, un artista irreverente y bohemio dentro y fuera del campo. Jugaba con la misma pasión que vivía sin renunciar a lo que creía, ni lo que amaba. Como cuando con su pareja dejaron horrorizados a todos los presentes fugándose a media ceremonia de boda al estilo Dustin Hoffman y Katharine Ross en la película “El Graduado”.

Le gustaba encarar y driblar, dar asistencias y hacer jugar a sus compañeros, las crónicas dicen de él que era un jugador diferente que marcaba goles espectaculares, veinticuatro dianas en tres años, que regresaron al Torino a las competiciones europeas 25 años después. Era ya un ídolo de masas y un símbolo de modernidad que cuestionaba ciertos valores morales del momento. Ante tanto potencial solamente le faltaba vestir la camiseta azzurra, pero en aquella Italia podían pasar cosas muy extrañas… Cuando el seleccionador Edmondo Fabri le llamó para convocarlo para jugar con el equipo nacional únicamente le pidió una cosa, que se cortara el cabello, y él le contestó que eso era imposible y que prefería no ir con la selección. Sin embargo, finalmente acabaría disputando el Mundial de 1966 donde Italia no haría un buen papel.

 

 

Su rendimiento era tal, que muchos clubes se empezaron a interesar por él. Parecía que la temporada 1967/68 podía comenzar con Meroni fuera del club… no obstante no demasiado lejos. La Juventus era el odiado rival de la ciudad y propiedad de la poderosa familia Agnelli que puso los ojos en él y sobre todo la cartera. El eterno rival ofrecía muchas liras, tantas que ponía sobre la mesa la mayor oferta hecha nunca a un futbolista hasta ese momento. Sin embargo, cuando parecía que la directiva del Toro estaba dispuesta a aceptar, la afición se rebeló y su presión fue tan fuerte que Gigi se quedó en el club.

Pero entonces la maldición del Torino FC reapareció. “Gigi” comenzó la temporada a un nivel altísimo, haciendo que el equipo se pusiera en marcha muy bien con un empate y dos victorias. El siguiente partido era contra la Sampdoria, a la que ganarían 4 a 2 …, no obstante aquel sería el último partido del joven ídolo. Después del match, Meroni y sus compañeros se retiraron al hotel de concentración. Entrada la noche pidió permiso para ir a buscar un helado fuera del hotel, solamente tenía que cruzar la calle, el entrenador le dio diez minutos, aun así, nunca más volvió.

 

 

 

Meroni murió atropellado en otro fatídico instante de la historia del Toro. Una calle poco iluminada y un joven de 19 años demasiado temerario al volante. La casualidad hizo que el conductor que terminó con su vida fuera un ferviente seguidor del club y admirador del jugador. Se decía Attilio Romero y años más tarde acabaría siendo presidente del Torino FC. El duelo y la tristeza fueron inmensos para el Calcio y cosas del destino en el siguiente partido el rival era la Juventus. Un estadio conmocionado vio como sus compañeros le rendían el mejor de los homenajes. El Torino ganó 4 a 0 y parecía que por respeto nadie quería hacer el quinto porque estaba reservado para “Gigi”.

 


Marc Trilla