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La «Ley Bosman», la sentencia que cambió el fútbol

 

La «Ley Bosman», como así se conoce popularmente esta sentencia, nos demostró que solo basta la obstinación de una sola persona para cambiar la historia, aunque sea un jugador de fútbol que nunca hubiera pasado a la historia por sus dotes atléticas. El 15 de diciembre de 1995, el belga Jean-Marc Bosman consiguió que los deportistas europeos tuvieran la libertad para ejercer su profesión en cualquier estado de la Unión Europea, abriendo así la caja de Pandora para el desequilibrio final entre grandes y pequeños clubes alrededor del mundo.

Aquello provocó en los años posteriores una avalancha de críticas por parte de jugadores y directivos con declaraciones que hoy en día serían tildadas claramente de racistas.

 

 

 

Preámbulo de una revolución anunciada

Aunque no sea vox populi, el Caso Bosman tuvo precursores que llevaron ante el Tribunal de Justicia la debatida cuestión de la libre circulación de los deportistas profesionales mucho antes de los hechos acaecidos en 1995. Estos fueron los casos Walrave, referente al ciclismo (caso 36/74, Sentencia de 12 de diciembre de 1974) y Donà, relativo al calcio (caso 13/76, Sentencia de 14 de julio de 1976). Esta última resolución es quizá la que contiene el primer eslabón de la cadena, ya que juzgó incompatible con el Derecho Comunitario que se reservara únicamente a los ciudadanos de un país miembro, la posibilidad de que se participase en competiciones profesionales o semi-profesionales. Con ello se hizo posible, en Italia, la modificación de los reglamentos futbolísticos respecto de los jugadores profesionales.

Pero, desde esas lejanas fechas del año 1976, nada ni nadie había intentado despertar la bestia dormida, si bien la incómoda situación de las restricciones por nacionalidad, en las competiciones deportivas profesionales, respecto del Tratado de la Unión Europea (artículos 48, 85 y 86) hizo que, durante algún tiempo, tanto la Comisión como la UEFA hubieran librado batallas parciales, que derivaron en la firma de un «gentlemen’s agreement», o acuerdo informal, en el año 1991, pero con entrada en vigor el 1 de julio de 1992, que, por su carácter no vinculante jurídicamente no obligaba a las partes firmantes.

 

 

Fue un asunto de lejanas raíces, que tuvo en vilo a los dirigentes del fútbol europeo, así como a la Comisión durante años, pero que, hasta la firme postura de Jean-Marc Bosman, fue prácticamente un tema tabú, en el que prevaleció en mayor medida el «parche», aunque se le adhiriese el epíteto de caballero, que la solución jurídica, si bien esta fue, finalmente, muy dolorosa, quizá por la seguridad y la impunidad en la que se creían encontrar las cabezas pensantes de la UEFA, respecto del Derecho Comunitario.

Aunque aquí, y para la pequeña historia, hay que reconocer el talento de un fino abogado y estratega del mundo del poder futbolístico, antiguo Presidente de la Real Federación Española de Fútbol, D. Pablo Porta, quien, a la cabeza de una delegación de la UEFA, consiguió, año tras año, que se retrasara lo inevitable, con la idea de que el fútbol estuviera preparado para lo que preveía iba a ser, como así fue, una auténtica revolución. Sin embargo, sus advertencias no fueron escuchadas, y, parapetado en su posición de privilegio, pensándose invencible, el poder del fútbol no pudo hacer su especial transición.

 

Santiago Bernabéu y Pablo Porta en el museo merengue.

 

No obstante, a pesar de todos los esfuerzos por dilatar lo inevitable, los organismos europeos tenían bien claras las ideas y, en ese sentido, cabe recalcar que el Parlamento Europeo aprobó una Resolución sobre «Libertad de circulación de los futbolistas profesionales en la CEE», el 11 de abril de 1989, considerando a estos como trabajadores y que deberían gozar de las mismas garantías y derechos que todos los demás, reconocidos por el Tratado de la Unión, acerca de la libre circulación y la no discriminación. Ello dio pie al ya mencionado acuerdo de abril de 1991, «entre caballeros», en vigor hasta la Sentencia del Tribunal de Justicia, que aquí estudiamos.

 

Las consecuencias de su aplicación

El impacto de esta sentencia en las ligas europeas no fue inmediato, pero conforme pasaron los años, vimos como jugadores de diferentes países negociaron contratos con los clubes europeos, en muchos casos, el negocio al mejor postor, por tanto, los clubes que más dinero tienen, se llevan a los mejores jugadores.

La formación de jóvenes promesas en las canteras perdió peso, ya que grandes clubes con derechos de televisión o con inversores de cualquier parte del mundo, que presentaron ganancias mucho más elevadas que clubes pequeños, pudieron adquirir los mejores jugadores.

Hasta 1995, la formación de la cantera en categorías inferiores de fútbol base era clave para el desarrollo de los jugadores de un club y su ascenso a categorías superiores. El fútbol era más un deporte que un negocio.

 

 

A raíz de la Ley Bosman y del impacto que tuvo en las décadas posteriores a la sentencia, ante la preocupación de la UEFA por el bajo número de jugadores de la cantera que tenían los equipos europeos, esta se vio obligada a dictar una nueva regla por la cual todos los equipo de la competición tiene que contar con un mínimo de jugadores formados en el país, de este modo se reduciría el número de jugadores extranjeros en las plantillas y se podría llegar a regular el mercado de intercambio de jugadores.

Si indagamos en el origen de esta ley, nos remontamos a 1990, cuando a Jean-Marc Bosman, jugador belga del RFC de Lieja, se le terminó el contrato con su equipo. En aquellos años, cuando a un jugador se le terminaba el contrato, pasaba a la lista de jugadores transferibles y otro club podría ficharlo, pero antes debía pagar una cláusula de indemnización al club.

La temporada en la que a Jean-Marc se le terminaba el contrato con el RFC de Lieja, el club le propuso renovar la ficha un año más, no obstante con una bajada del 75% de su sueldo. En ese momento, Jean-Marc buscó otro equipo y quiso fichar por un club francés de segunda división, pero su club, le pedía una indemnización 600.000 euros si se quería marchar del club.

Ni el club francés, ni el propio jugador podría permitirse tal cifra, por lo que decidió iniciar una batalla legal alegando que cualquier miembro de la Unión Europea podía ejercer su profesión libremente y sin restricciones en todo el territorio de la Unión Europea. La sentencia se dictó a su favor, ganó la batalla legal y, por tanto, fue a partir de ese momento, los jugadores se convertían en agentes libres al finalizar su contrato.

Gracias a esta ley y la lucha de Bosman, los futbolistas quedaron libres de inmediato y como resultado pudieron ejercer su profesión libremente por todo el territorio. Lo más paradójico de la Ley Bosman es que la intención por la cual se llevó a cabo esta lucha en los Tribunales Europeos es por la libertad y el reparto de jugadores por el territorio europeo, el propósito era bueno y ley fue positiva, sin embargo, a día de hoy, las ganancias no están repartidas y los clubes con más dinero consiguen a los mejores jugadores.

 

 


Paola Murrandi