spot_img

Belanov el hombre misil soviético del Balón de Oro de 1986

 

Jacques Thibert, redactor jefe de «France Football», justificó la nominación de Igor Belanov como «Balón de Oro’86» basándose en «su constante presencia en todos los frentes futbolísticos. Goleador incansable, campeón de la Recopa/ campeón de la URSS y brillantísimo artillero en la Copa del Mundo». El mejor jugador de Europa, por tercera vez en la historia tras los éxitos de Lev Yashin en 1963 y Oleg Blokhin en 1975, volvía a ser un futbolista soviético. Pero semejante privilegio no hizo perder la cabeza a este crack. Nadas más saberse ganador, declaró a la prensa internacional: «es la más bella recompensa que he recibido a lo largo de mi carrera. Soy feliz por la distinción, pero pienso que mi compañero de equipo Alexander Zavarov ha contraído más méritos que yo. Creo que él debería ser el auténtico «Balón de Oro». Yo he sido el elegido, pero permítanme que lo considere un título para todo el Dynamo y la selección nacional».

 

 

Un hombre modesto

La modestia de este ucraniano, que acaba de cumplir veintisiete años, no la empañó, tampoco, el verse destacado como uno de los Diez Mejores Deportistas de la URSS, una escogida relación alfabética de privilegiados deportistas, en la que también figuran, entre otros, talentos como Serguei Bubka, Garri Kasparov y Arvidas Savonis: «La temporada pasada -señalaba Belanov- fue exitosa, para todos, en especial para mí, aunque por encima del rendimiento individual, mermado en algún mes por las lesiones, lo trascendental es que fui útil a mi equipo y a la URSS.» Sin embargo nadie, tampoco él, podía imaginar algo semejante hace solamente un par de años cuando le asaltaban todas las dudas y consideraba seriamente la posibilidad de retirarse.

 

 

Copenhague

Su frustración futbolística se había concretado en el verano de 1985, cuando Eduard Malofeev, exseleccionador nacional, le incluyó en el primer equipo del país. Debutó, en partido oficial, frente a Dinamarca en Copenhague, encuentro que se saldó con derrota soviética, por un contundente cuatro a dos. Belanov no solamente no marcó sino que, además, fue incapaz de mostrar un juego mínimamente digno. Intentó desmarcarse, pero sus compañeros, abstraídos, ni le vieron. Fue un fracaso colectivo del que se sintió responsable absoluto hasta el punto de alcanzar un nivel de frustración de tal calibre que le hizo decantarse por una drástica decisión: la retirada. Por fortuna Valery Lobanovsky, su entrenador en el Dynamo de Kiev, accedió a la selección nacional y le hizo ver que un estreno fracasado, como el suyo en Copenhague, siempre da pena, pero nunca es una tragedia. Igor Belanov, paulatinamente, fue levantando cabeza hasta convertirse en el denominado «hombre-misil», por su rapidez, su eficacia y su demoledora capacidad goleadora.

 

El problema de fondo puede, de todos modos, que no se redujera a su fracaso en Dinamarca. Era la segunda gran bofetada de su carrera. Desde pequeño le amargaron los golpes del destino y nunca podrá olvidar cuando en Odessa, su ciudad natal y con solamente ocho años, intentó acceder a la escuela de fútbol municipal. El entrenador no le aceptó, dictando una de esas sentencias históricas que, con el tiempo, ha debido tragarse: «aún tienes que crecer mucho, chico. Al fútbol se juega con balón grande.» Belanov hubo de conformarse, entonces, con el fútbol de barrio donde, por fortuna, un día Eduard Maslovski, otro entrenador, clavó sus ojos sobre el joven Igor y se lo llevó a la escuela del club deportivo «Chemomorets». Allí, aún siendo un autodidacta y no demasiado atlético, adquirió la maestría que le permitió integrarse en el mejor equipo soviético, el Dynamo de Kiev. Solamente su meteórica velocidad le ponía en ventaja ante los compañeros y tuvo que esforzarse al máximo para alcanzar un nivel físico semejante al de la plantilla, superando, así, las deficiencias físicas de una niñez desasistida en el plano deportivo.

 

 

Belanov fue un futbolista multifacético que supo sobresalir en todo el campo. Siempre sabe dónde están sus compañeros y lo mismo que daba diez goles marcaba otros tantos. Cuando el ataque se frustraba, peleaba como el primero para recuperar el balón. Era velocísimo en sus movimientos, pero mucho más rápido con el pensamiento. Vladimir Veremeev, director técnico del equipo, dijo de él: «es terriblemente sensible. Me impresiona su obstinación y meticulosidad en los entrenamientos. En la vida cotidiana es una persona tranquila, atenta y reservada». Puede, incluso, que su transformación le hubiera hecho olvidar viejos traumas y por ello cuando, en México, la URSS quedó eliminada ante Bélgica, pese a los tres goles de Belanov, Igor, con lágrimas en los ojos, superó la más amarga derrota y nada más bajar del avión en Moscú dijo: «el Mundial me ha enseñado mucho. Soy feliz por haber participado en tal acontecimiento».

 


Paola Murrandi